lunes, 12 de mayo de 2014

LA CASA DE LOS CONDES DE MIRAVALLE



La leyenda que vas a leer se encuentra consignada en la Crónica Miscelánea  escrita por el R.P. Fray Antonio Tello como un hecho verídico. En el año de 1543, se descubrieron en la Nueva España las famosas minas del Espíritu Santo de Compostela. El capitán conquistador Pedro Ruiz de Haro acababa de morir, y dejaba viuda a su esposa doña Leonor de Arias y huérfanas a sus tres hijas. Como habían quedado sin fortuna alguna, decidieron irse a vivir a una ranchería que llevaba por nombre Miravalle. En ella vivían las tres mujeres carentes de fortuna pero de virtudes y honestidad reconocidas. Pues no en vano descendían de nobles por vía paterna, pues don Pedro pertenecía a la casa de los Guzmán.

Una tarde en que las mujeres se encontraban labrando el campo acertó pasar por ahí un indio, que después de saludar cortésmente, como indican los cánones, les preguntó si tenían una tortilla que le regalasen. Las mujeres, como eran buenas cristianas, le contestaron que sí, que pasara y descansara. La madre ordenó a una de sus hijas que fuese a moler el maíz para preparar las tortillas, y a otra que moliese  chile en el molcajete para alistar una buena salsa.

Una vez que el indio terminó de comer el suculento aunque humilde refrigerio, le dijo a la madre: -¡Dios se lo pague, niña, piense mucho en Dios y tenga confianza, que pronto te dará oro y plata que obtendrás de una mina que yo te daré! ¡Pasado mañana volveré con las piedras metálicas!- 

Y efectivamente, en la fecha señalada por el hombre regresó a la Milpa de Miravalle con mucho metal que entregó a doña Leonor. Madre e hijas procedieron a fundir el metal y obtuvieron una gran cantidad de oro y plata. Como ya contaban con fortuna, Leonor no tardó en casar a sus hijas con nobles caballeros de Compostela, llevando cada una dote de cien mil pesos. Los ambiciosos maridos llevaban el nombre de Manuel Fernández de Hijar, Álvaro de Tovar, y Álvaro de Bracamonte, todos ellos de familias distinguidas.

La fortuna era tanta que ameritó que se pusiese Caja Real en la ciudad de Compostela. Los afortunados esposos construyeron sus casas en el mismo sitio donde había estado la pobre choza en que vivieran las mujeres. El lugar donde estaban las nuevas casas era muy bello y espacioso. Como la fortuna crecía, muy pronto la ciudad de Compostela contó con, Audiencia Real, alcaldes mayores y oidores. El oro y la plata eran tan abundantes que se transportaban a la Ciudad de México en recuas conducidas por arrieros.

Sin embargo, tanta riqueza tan fácilmente ganada empezó a corromper a la familia y a los habitantes de la ciudad de Compostela. Se volvieron licenciosos y pecadores, sólo contaba para ellos el placer y la dulce vida. Fray Pedro de Almonte, el cura más devoto e importante de la ciudad, se encontraba desolado ante tal situación y clamaba al Cielo: ¡Oh, Milpa, Milpa, y cómo ha de enviar Dios fuego y te ha de abrasar! 

Pues dicho y hecho, al conjuro del buen sacerdote aparecieron siete legiones de demonios, que terminaron con la hacienda o Milpa de Miravalle, al tiempo que llovía fuego del Cielo. No quedó nada. Moraleja: La riqueza corrompe a las personas.

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