miércoles, 27 de agosto de 2014

TEOTIHUACÁN



“El lugar donde fueron hechos los dioses”, Teotihuacán, fue una de las más grandes ciudades de Mesoamérica; así la llamaban los mexicas, pues su verdadero nombres nos es desconocido al igual que su la lengua y el origen del pueblo que en ella habitaba.

El monumento más grande de esta hermosa ciudad es la Pirámide del Sol, localizada en la parte oriental de la Calzada de los Muertos, cuyo uso se desconoce. Su construcción dio inicio en la llamada etapa cultural Tzacualli 1-150 d. C. Cuenta con sesenta y tres metros de altura, en cuya cúspide se encontraba un templo ceremonial. Fue construida empleando adobes, se la recubrió con estuco y se la decoró con pinturas religiosas

A su vez, la Pirámide de la Luna es uno de los edificios más antiguos de Teotihuacán situada hacia el lado norte, de menor tamaño que su compañera. En la plataforma superior se realizaban rituales en honor a la diosa Chalchiuhtlicue, diosa del agua relacionada con la Luna.

Hace muchos cientos de años, antes de que la luz existiese, los dioses –entre ellos Quetzalcóatl, Tláloc y Tezcatlipoca- efectuaron una reunión en Teotihuacán y decidieron que el mundo debía estar alumbrado, pero no sabían quién lo haría. Uno de los dioses que era muy rico y poderoso, llamado Tecuzitecatl, dijo que se encargaría de tal tarea.

Pero necesitaba a otra persona que le ayudase. Como nadie se ofreció a hacerlo, nombraron como ayudante a Nanahuatzin, que tenía la mala suerte de ser pobre, jorobado y lleno de bubas; es decir, de pequeños tumores  llenos de pus y muy dolorosos. Como correspondía, antes de llevar a cabo su honorable tarea, los dos dioses se pusieron a hacer penitencia y a llevar a cabo los rituales de rigor. Tecuzitecatl, como era de posibilidades económicas, ofrendó oro, piedras preciosas, corales, hermosísimas plumas de quetzal, y mucho copal para ser quemado.

A su vez, Nanahuatzin, que carecía de medios, sólo pudo ofrendar heno, espinas de maguey que llevaban su sangre, y las postillas de sus bubas para que sirviesen como copal; o sea, sus costras. Después de finalizar la etapa de las penitencias de rigor que les llevó hasta la media noche, dieron inicio los oficios. Tecuzitecatl se cubrió con una hermosa capa elaborada con las más bellas plumas de pájaros exóticos que se pudieron encontrar, que le obsequiaron los dioses para tal efecto. En cambio, a Nanahuatzin le regalaron una pobre capa de papel. Ataviados de tal manera, los dioses encendieron una hoguera y le indicaron al dios opulento que se arrojase en ella.

Sin embargo, a Tecuzitecatl le entró mucho miedo y, cobardemente, se hizo para atrás. Pero lo volvió a intentar y sintió el mismo pavor. Cuatro veces trató de echarse, pero el miedo fue superior a sus deseos y fracasó. Cuando los dioses le indicaron a Nanahuatzin que se arrojara al fuego, no dudó ni un instante: cerró sus tristes ojos, se aventó y comenzó a arder.

Cuando Tecuzitecatl vio que el dios pobre se había arrojado al fuego sin temor, se arrojó a su vez a la hoguera. En esas estaban cuando de repente entró un águila que se quemó en el fuego –razón por la cual desde entonces las águilas tienen las plumas de color negruzco-, después apareció un tigre que se chamusco todito y se manchó de blanco y negro. 

Todos los dioses se sentaron en espera de ver de qué parte saldría Nanahuatzin. Dirigieron su mirada hacia el Este, donde hizo su aparición un Sol muy rojo, al que no podían mirar directamente a causa de sus potentes rayos. Pero aun así volvieron a mirar hacia el este y vieron salir a la Luna.

Tanto el Sol como la Luna brillaban de una manera intensísima; pero entonces uno de los dioses tomó a un conejo y lo arrojó directamente hacia la Luna, que no era otra que el dios rico Tecuzitecatl, y el satélite perdió mucho de su inicial resplandor. Todos los dioses se quedaron muy quietecitos, para después decidir que debían morir para dar vida al Sol y a la Luna. La triste tarea de matar a los dioses correspondió al Aire, quien  inició toda una serie de movimientos y soplidos dirigidos primero al Sol y luego a la Luna, hasta que ambos ascendieron al Cielo. Es por ello que el Sol sale por el día y la Luna durante la noche. Este interesante mito de constancia del nombre de Teotihuacán que deriva de: téotl, “dios”; y teotihua, “ser transformado en dios”.

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