miércoles, 11 de marzo de 2015

LA TORTUGA



Cuando bajaron las aguas del diluvio, era un lodazal el valle de Oaxaca. Un puñado de barro cobró vida y caminó. Muy despacito, caminó la tortuga. Iba con el cuello estirado y los ojos muy abiertos, descubriendo el mundo que el sol hacía renacer.


En un lugar que apestaba, la tortuga vio al zopilote devorando cadáveres -Llévame al cielo- le rogó. -Quiero conocer a dios-


Mucho se hizo pedir el zopilote. Estaban sabrosos los muertos. La cabeza de la tortuga asomaba para suplicar y volvía a meterse bajo el caparazón, porque no soportaba el hedor.


-Tú, que tienes alas, llévame- mendigaba. Harto de la pedigüeña, el zopilote abrió sus enormes alas negras y emprendió vuelo con la tortuga a la espalda. Iban atravesando nubes y la tortuga, escondida la cabeza, se quejaba:


-Qué feo hueles- El zopilote se hacia el sordo. -Qué olor a podrido- repetía la tortuga.


Y así hasta que el pajarraco perdió su última paciencia, se inclinó bruscamente y la arrojó a tierra. Dios bajó del cielo y juntó los pedacitos. En el caparazón se le ven los remiendos.

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