sábado, 29 de agosto de 2015

EL CALLEJÓN DE LOS PERROS



En Zacatecas, hace ya muchos años, vivía una señora a la que apodaban Cajón de Reales, ya que cuando se refería a sus riquezas ella respondía: -“¡Sólo tengo un cajoncito de reales donde guardo el dinero para mantener a mis perritos!”-

Pues doña Nicolasa Rojas tenía en su casa muchos y variados perros. La señora era una usurera, una prestamista que vivía en la mejor calle de unos de los barrios de Zacatecas, situado cerca de la estación de ferrocarril.

Su casa se encontraba muy protegida, pues doña Nicolasa les temía a los ladrones; de ahí que tuviera tantos perros y una gruesa puerta de madera con tranca.

Nadie la quería en el barrio, pues aparte de prestamista traficaba con joyas robadas.

En cierta ocasión llegaron a la ciudad unos titiriteros y pusieron su teatrito en la Plazuela de Carretas.

Los artistas eran dos hombres y dos mujeres comandados por un jefe negro.

Doña Nicolasa no se perdía función, iba todas las noches a la carpa. Al regresar a su casa la acompañaba el negro del cual se había hecho muy amiga.

Una noche en que cenaba con la troupe fue vista por varios vecinos. Al día siguiente corrió la noticia de que el Santuario de Nuestra Señora del Patrocinio de la Bufa había sido robado. La policía no encontró a los ladrones.

Pasaron muchos días. Los vecinos de la casa de doña Nicolasa oían que los perros aullaban demasiado y dieron aviso a las autoridades.

Cuando éstas llegaron y abrieron la casa encontraron a Doña Cajón de Reales devorada por los canes.

Encontraron en un gran cajón parte de las joyas y las vestimentas de los santos que fueran robadas en el Santuario.

Todo el mundo atribuyó el robo a la mujer y a los titiriteros que habían quitado su carpa y desaparecido sigilosamente.

El hecho de que devoraran a la mujer sus propios perros, fue considerado como un castigo divino por su participación en el robo, pues los empleados del rastro se habían olvidado por completo de entregar a la dama la carne necesaria para alimentar a los perros, como era costumbre.

Desde entonces, la calle donde vivió Doña Cajón se llamó El Callejón de los Perros.

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