viernes, 18 de septiembre de 2015

LA MUCHACHA CON LA TINA DE ROPA



Cuando mi abuela era joven vivía en el centro de la Ciudad de México en una vecindad en las calles de Perú.

Vivía con mi tío Roberto y mi tía Chela, su hija mayor. La vecindad era bonita, mucho mejor cuidada que muchas de las que había por el rumbo.

La puerta de la cocina de la vivienda daba al patio central, muy cerca de las escaleras que llevaba al piso de arriba y a la azotea donde estaban los tendederos.

Mi abuelita aseguraba que siempre, a eso de las ocho de la noche, veía a una muchacha que subía a la azotea con su tina de ropa para ponerla a secar.

A ella se le hacía raro que alguien subiera a tender a esas horas de la noche, pero pensaba que la muchacha no tendría otra hora para lavar.

No sabía dónde vivía esa muchacha, porque nunca la vio en su casa ni en el patio donde estaban los lavaderos.

Simplemente la veía subir la escalera, pero nunca bajar con su bandeja llena o vacía.

Era una muchacha bonita, de largas trenzas, pero su la cara reflejaba mucha tristeza.

Un día, mi tío Roberto la vio también subir y la siguió a la azotea, pero no vio a nadie, la joven no estaba.

Tal era su curiosidad, que planearon atajarla en el camino.

Mi tío estaría en la azotea esperando y mi abuelita le haría una seña desde abajo cuando viera subir a la muchacha. Pero nunca lo pudieron hacer.

Un día supieron que la muchacha no existía.

Mi abuelita preguntó a las demás vecinas, les dio la descripción; y por ahí una vecina recordó que algún día había vivido ahí una muchacha que tenía un marido que la golpeaba, llevaba una vida terrible la pobre mujer y terminó suicidándose en la misma vecindad donde se aparecía.

Mi abuelita la veía casi todas las tardes subir con su tina de ropa.

La desgraciada mujer era un alma en pena.

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