miércoles, 23 de septiembre de 2015

TAI Y EL WALEKLAAB



Había una vez una mujer mestiza llamada Gloria que vivía en la Huasteca Veracruzana, situada hacia el extremo norte del estado, en la zona conocida como la Huasteca Baja.

Gloria estaba casada con un abogado llamado Eduardo que era todo bondad y dulzura, tan bueno se le consideraba que las persona decían que había equivocado la profesión y que debió haber sido sacerdote.

Todo lo bueno que tenía don Eduardo, en su esposa Gloria se convertía en maldad.

La pobre señora estaba muy amargada, pues a pesar de ser guapa y de contar con medios económicos solventes no podía ser feliz, ya que después de llevar diez años de matrimonio, no había podido tener un hijo, al que tanto deseaba.

Don Eduardo se tomaba el infortunio tranquilamente, pero no así Gloria que vivía sumida en la desesperación y en el tormento.

En las afueras de la ciudad en la que residía la pareja, se encontraba una zona habitada por indígenas huastecos.

En ella vivía un matrimonio que contaba con cuatro hijos; el menor era una pequeña niñita de tres años de edad llamada Tai.

La niña tenía los ojos negros y rasgados, la piel morena como jarrito, el pelo lacio y terso como la seda. En una palabra, Tai era tan bella que todos la envidiaban.

La madre de Tai, Rosenda, solía ir al tianguis de la ciudad a vender las frutas y verduras que cultivaba para aumentar el poco gasto que su marido le daba. Siempre estaba en su puesto de buen humor.

Cierto día en que Gloria acudió a hacer sus compras semanales, se dirigió al puesto de la madre de Tai para comprar guayabas.

En cuanto se acercó, lo primero que vio fue a Tai y se quedó estupefacta ante tanta belleza.

La miró y la miró durante un rato tan largo que Rosenda empezó a temer que le ocasionase a su hija el fatal waleklaab, el mal de ojo tan temido cuando un mestizo o una mestiza que tiene ojos poderosos, ven en demasía a un infante, a un animal o a alguna planta.

Y efectivamente, tanto vio Gloria a la niña con envidia, admiración y deseo de que fuese su hija que la pequeña recibió el waleklaab con toda su fuerza.

Aunque Rosenda trató de protegerla escondiéndola bajo el puesto, el mal ya estaba hecho.

Al otro día, Tai presentaba achicamiento de sus ojitos, debilidad, diarrea, náusea, vómito y una gran tristeza. Inmediatamente, los padres llamaron al curandero del pueblo para que curase a Tai del mal de ojo provocado por la fuerte mirada y la envidia de Gloria.

Una vez confirmado el mal de ojo, don Facundo procedió a “barrer” a la niña con waleklaab ts’ohool, una planta especial para estos casos.

Sin embargo pasaron seis días y la niña seguía enferma.

Al séptimo día Tai murió en brazos de su madre, víctima de la mirada diabólica de la malvada Gloria, la yerma.

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