miércoles, 21 de octubre de 2015

LA NIÑA LAURA



Hace muchos años, allá por 1929, en el pueblo de Coyoacán, ahora una de las diez y seis delegaciones del Distrito Federal, localizada hacia el sur, vivía una niña llamada Laura con sus padres, en una bella casona rodeada de hermosos jardines.

En una esquina exterior de la casa había una hornacina que tenía un pequeño altar dedicado a la Virgen María. Era el sito preferido de la niña Laura, donde se escapaba a jugar, aun cuando sus padres se lo habían prohibido, pues era un tanto cuanto peligroso por los carros que por ahí circulaban aunque escasamente.

Un desafortunado día, Laura salió a jugar con su aro en su sitio preferido, la famosa esquina de la hornacina. La pelota se le escapó de las manos y fue a dar al arroyo; descuidadamente, la niña se lanzó en su persecución, y quiso la mala suerte que en ese momento un automóvil pasara a gran velocidad y la atropellara.

El chofer se alejó inmediatamente del lugar de los hechos, sin prestar ninguna ayuda a la pequeña, que quedó tirada, ensangrentada y agonizando en el suelo.

En eso, se apareció el Diablo y le propuso un pacto para salvarla, la niña agonizante, pero esperanzada, aceptó.

Pero todo fue un engaño, el Diablo no le devolvió la vida, se la llevó a una dimensión desconocida donde quedó Laura penando para siempre, sin poder salir jamás de ese estado en la tierra de nadie.

Desde entonces, dicen los vecinos de Coyoacán que cualquiera que pase por la esquina de la hornacina puede ver al espíritu de Laura jugar con la pelota, y revivir el terrible momento en que el automóvil la atropelló.

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