Esta historia sucedió en la
Ciudad de México, en la Colonia Santa María, en la casa donde vivíamos que
estaba situada en la Calle de Álamos.
Sucedió cuando mi hermana
estaba embarazada de mi sobrina Silvia.
La recámara que ocupamos mi esposo Benito y yo, estaba contigua a la de mi hermana.
Una noche, como a las doce,
oímos a mi hermana Clara que empezó a dar de gritos, unos gritos espantosos que
helaban la sangre.
Mi cuñado Rafael no se
encontraba en México, sólo estábamos nosotros con ella.
Corrimos a su cuarto a ver
que le pasaba, y la encontramos de pie, cerca de su cama, pálida como la
muerte.
Cuando se calmó un poco, nos
dijo que un bulto blanco se le había echado encima; ella estaba despierta
cuando se le vino encima, así que no podía haber sido un sueño. Cuando el bulto
se le echó encima, ella solamente atinaba a decir:
-¡Ay, ay, ay!
En esas estábamos cuando de
pronto apareció por una esquina el famoso bulto blanco; era algo sin forma, un
bulto, del que empezaron a salir unas como manos; mi hermana lloraba, yo rezaba
para que se fuera la aparición, pero ahí seguía.
De pronto se expandió un
olor espantoso que llenó toda la habitación, mi hermana cayó al suelo
desmayada, y en seguida el bulto blanco se le echó encima; nosotros queríamos
quitárselo, pero no podíamos asirlo, se escurría.
Por fin el bulto se fue, pero
mi hermana quedó traumatizada para siempre; además, le quedó en la mejilla una
mancha color blanco que nunca se le quitó.
¿Quién sabe que sería esa
cosa diabólica? Nunca volvió a aparecer. Cuando el esposo de mi hermana volvió
de su viaje, tuvo que llevarla al psiquiatra.
Lo más horrendo fue que
cuando dio a luz, mi sobrina Silvia tenía la misma mancha en el cachete!