En los Altos de Chiapas,
donde viven los indios tzeltales, en una pequeña comunidad vivía Ernestina
Sancho quién, aunque muy joven, se destacaba por ser una muy buena bordadora y
tejedora de telar de cintura en cuyos lienzos plasmaba los símbolos de la
cosmovisión de su grupo en rombos universo, animales, sapos, alacranes,
serpientes.
Además de ser una artista,
Ernestina era muy bella: su piel dorada recordaba la miel, sus ojos la
profundidad de las cuevas, y su pelo lacio y negro le caía por la espalda como
un manto de negra noche.
Tan bella era que muchos
jóvenes la rondaban sin atreverse a hablarle de amores. El brujo-curandero de su
comunidad, don Silvano, hombre viejo de sesenta años, cayó prendado de las
virtudes de Ernestina y se enamoró locamente.
Sin embargo, la chica lo
repelía, no le gustaban sus malas artes, su piel carcomida por los años, y su
mirada turbia que la poseía sin delicadeza.
Y a pesar de que la chica
rechazaba sus insinuaciones amorosas porque le repugnaba y le tenía miedo, don
Silvano insistía y hasta ya había ido a ver a los padres de Ernestina para
entablar las primeras negociaciones matrimoniales.
Desesperada, la chica
decidió poner coto a los avances amorosos del viejo chamán, fue a verlo a su
choza, se le enfrentó y le dijo que era imposible que ella fuese su esposa, que
le repugnaba y le odiaba, que nunca más se atreviera a acercarse a ella.
Don Silvano nada dijo, su
silencio fue más amenazador que todas las palabras que pidiese haber dicho,
pero por dentro un torbellino de odio y dolor lo invadió y decidió vengarse.
Transcurrió una semana desde
tal acontecimiento, Ernestina estaba contenta porque el curandero ya no la
requería, cuando al octavo día la chica empezó con terribles dolores en el
pecho y el estómago, nada la calmaba ni los rezos ni los remedios caseros que
su madre, doña Eulalia le brindaba.
Ante tal situación, el padre
acudió a solicitar los servicios del brujo, pero don Silvano se negó
rotundamente a curarla y despidió al padre con cajas destempladas.
Poco a poco Ernestina se
apagaba, se volvía fea, se demacraba. Hasta que una hermosa mañana murió entre
terribles dolores y una diarrea infinita.
A lo lejos, en su apartada
choza, don Silvano reía a carcajadas, era él el causante de la muerte de
Ernestina, pues con sus malas artes le había enviado el ac’bil chamel la
enfermedad que mata cuando un brujo introduce en el cuerpo de la víctima
animales u objetos de diversa naturaleza.
Ernestina tenía dentro de su
cuerpo un enorme tlacuache podrido y una jícara llena de ventosidades amargas.
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