lunes, 7 de marzo de 2016

LOS CAMPANAZOS DE LA VILLA DE GUADALUPE



Hace años, había un capellán en la antigua Basílica de Guadalupe, se dice que la persona era muy cumplida y puntual, que nunca dejó de hacer bien su tarea.

En cierta época en la que el clima se volvió hostil con los habitantes de la Ciudad de México, el viento fue tan frío que hubo muchas personas que con tan solo recibir un soplido de aire gélido se enfermaron gravemente.

Una de las víctimas de dicha temporada fue el capellán, que en dos días vio mermada su salud, a tal grado que sentía escalofríos constantes y ardía en calentura.

Sin embargo, incluso cuando había caído en cama por razones de enfermedad había sido muy celoso de cumplir con su responsabilidad, por lo que a la hora que le correspondía se levantaba a hacer su trabajo, a pesar de las recomendaciones del Abad y de las personas cercanas que le indicaban que debía guardar reposo, pero éste continuó haciendo el esfuerzo de ir a las cuerdas y tocar las campanas, no dejando a nadie que lo hiciera por él.

Tantas levantadas y exponerse al frío hicieron que no le hicieran efecto los preparados medicinales que le llevaban las ancianas y los baños de pies fueron contraproducentes porque salía con el cuerpo caliente y regresaba en estado de choque por el cambio de temperatura.

La muerte sorprendió al capellán había sido durante mucho tiempo el encargado de tocar las campanas de la Basílica antigua, siendo digno de reconocimiento su empeño en continuar haciendo su labor, pero también fue el centro de comentarios que hacían ver su inútil terquedad, ignorando las recomendaciones que le hacían, ya que si se hubiera cuidado podría haber salido de la enfermedad.

Sin embargo, desde entonces se cuenta que hay veces en que las campanas comienzan a sonar sin motivo aparente. La gente atribuye a esto que tal vez el alma del capellán aún sigue cumpliendo con su tarea.

Ya tiene tiempo que se retiraron las cuerdas para mover las campanas, y el fenómeno sigue repitiéndose aún.

Como no podemos considerar que sea una mentira hasta que se compruebe lo contrario, mejor es dejar la incógnita y seguir esperando a que la ciencia o la religión nos den la respuesta a este hecho.

Aunque es encomiable la entrega del capellán a su tarea, nosotros podemos tomar de este sucedido una lección que nos indica que es mejor la prudencia.



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