martes, 21 de junio de 2016

VIDA Y MUERTE



Los indígenas zoques, los o’depüt como se autodenominan, habitan en Chiapas. Como todos los pueblos cuentan con una interesante cosmovisión. Por ejemplo, para los zoques de Tuxtla,

El Lugar de los Conejos, los dioses crearon el cuerpo humano y lo dotaron de cuatro elementos vitales, sin los cuales los hombres no pueden vivir: el ánima, el alma; la copák, la cabeza; chocoy, el corazón; y los órganos sexuales, la vagina y el pene.

Al cuerpo humano llamado nitok, le da energía el ánima, gracias a ella hay movimiento y vida.

El alma tiene dos espíritus, uno está formado por el ánima que es inmaterial pero que puede pensar y razonar, y otro al que llaman nahual, animal que puede desprenderse del alma y puede ser bueno o maligno.

Copak es la cabeza donde se asienta la razón y la conciencia, guía a las personas y les proporciona luz. A su vez, el chocoy controla las pasiones y los sentimientos de los zoques, envía energía y fortaleza anímica a todo el cuerpo, y dicta el comportamiento de los hombres.

Como es de suponer los penes y las vaginas son los encargados de la reproducción y continuación de la vida. Cuando un zoque muere, las almas se dirigen al Tzapatá, El Petate de Piedra, tomando la ruta del Río Sabinal, hasta llegar al lugar de las ánimas llamado Cunguy anteriormente y hoy conocido como el poblado de San Fernando.

Dentro de las cuevas hay velas que alumbran el camino de las almas para llegar al Tsuan, donde la vida continúa y se es feliz.

Cuando los hombres vivos sueñan, las estrellas los dirigen al Tsuan para que visiten a sus difuntos.

El Día de Muertos, los que moran en el Tsuan sale para visitar a los vivos y disfrutar de las ofrendas que se les colocan en las casas.

Para que las almas lleguen con bien a este mundo, se les reza, se les ofrenda copal, y se les exhorta diciéndoles: ¡Vení, chalucas, a comé y a bebé, no seas flojo! ¡Dí, ay, pues, a quihoras vas a vení?

Ya que se van, se las despide con música de tambor y pito.

Al morir, los zoques tienen la esperanza de reencarnar en algún animal: un colibrí, un quetzal, una mariposa, un águila, o en el nahual que le corresponde.

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