sábado, 30 de julio de 2016

EL PUMA RECIBE UNA LECCIÓN



Hace ya muchos años, vivía en Texcoco un hermoso Puma que siempre hacía alarde de su fortaleza y su ligereza.
Le gustaba asustar a los demás animales, tanto terrestres como acuáticas, rugiendo y saltando para luego reírse del miedo que les causaba. Esta actitud no gustaba para nada a los animales, les caía gordo.
Un día en que corría velozmente tratando de darle caza a un venado, tropezó con la casita de Chapulín y la destruyó.
Furioso, Chapulín se subió a la nariz de Puma y le reclamó- ¡Oye, Puma, por qué eres tan maleducado, acabas de destruir mi casa con tus espantosas patas llenas de garras! Ante tal reclamo Puma se sintió ofendido y contestó: – ¡Asqueroso y enano insecto, yo no tengo la culpa de que coloques tu casa por donde yo voy a pasar corriendo! Chapulín indignado refutó: – ¡Pues ahora vas a pagar por los destrozos de mi casa! – ¡Yo no te voy a pagar nada, insecto horrendo! Grito enfurecido Puma. Chapulín, temblando de furia, le propinó un fuerte golpe en la nariz al bello felino y le dijo terminante: -¡Te declaro la guerra! Cuando Puma recibió el golpe sintió cosquillitas, estornudó y Chapulín salió disparado. Desde el suelo vociferó: -¡Te reto a guerra con todas mis tropas, tú puedes traer a las tuyas, y ya veremos quién gana la contienda! Puma, muy digno, se dio la media vuelta y se alejó en busca de sus tropas.
Mientras tanto, Chapulín fue a ver a las avispas y les pidió su ayuda: ¡Queridas hermanas avispas, ha llegado la hora de darle una lección a ese presumido felino carnívoro y sanguinario, ya basta de dejarnos atropellar por Puma¡ ¡Si nos unimos lo venceremos!
Todas las avispas estuvieron de acuerdo con Chapulín en luchar contra ese presumido, arbitrario y abusivo, y se dispusieron para la guerra.
Entre tanto, Puma fue en busca de la ayuda de los coyotes, los gatos monteses, los tigrillos y las zorras, les platicó lo acontecido con Chapulín, y los incitó a la luchar diciendo: ¡Ya verán esos topes y repugnantes insectos de lo que somos capaces, no nos dejaremos amedrentar por ellos!
Al poco tiempo se encontraban en el campo de batalla observando por donde vendría las tropas enemigas. La Zorra dijo que iría a la vanguardia y que en cuanto viera a las tropas de Chapulín daría un grito de alerta.
Cuando los soldados de Chapulín vieron a Zorra, se le fueron encima y la picotearon por todo el cuerpo y, olvidándose de dar la alarma,  corrió despavorida a tirarse al lago. Puma y sus cotlapaches al ver a Zorra en el agua pensaron que estaba persiguiendo a Chapulín y corrieron hacia ella.
El ejército de avispas aprovechó esta circunstancia y se lanzó sobre los soldados de Puma y clavaron a placer sus aguijones en los cuerpos de los animales que gritaban a más no poder de dolor.
Zorra que observaba desde el lago, gritaba: -¡Al agua, al agua! Y, efectivamente los picados soldados de Puma se arrojaron presurosos al agua. Mientras tanto, el ejército de avispas zumbaba y no los dejaba salir del agua.
Después de varias horas; acalambrados, cansados, hambrientos y sedientos, las tropas de Puma decidieron rendirse. Salieron del lago todos mojados y humillados y tuvieron que soportar las miradas burlonas y las mofas que las avispas hicieron.
Chapulín se acercó a Puma y le dijo: -¡Puma presuntuoso, espero que no olvides la lección, pues has de saber que cuando las criaturas pequeñas se unen, no hay quién pueda vencerlas!

viernes, 29 de julio de 2016

EL LOBO QUE CREYÓ QUE LA LUNA ES QUESO



Andaba el lobo muy hambriento y ya no sabía que hacer para coger algún animal para comérselo. Y por hay encuéntrase con la zorra y le dice:
—Oiga usted, señora zorra, que me la voy a comer.
Y la zorra le dijo:
–Pero mire usted, que estoy muy flaca. No soy más que huesos y pellejos.
–No, que usted estaba muy gordita el pasado año.
–El año pasado si que estaba gordita, pero ahora tengo que darles de mamar a mis cuatro zorritos y apenas hallo bastante para crear leche para ellos.
–¡Que no me importa!, la dijo el lobo.
E iba a darle la primera mordida, cuando la zorra le dijo:
–Deténgase usted, por dios, señor lobo. Mire que yo se donde vive un señor que tiene un pozo lleno de quesos.
Y se fueron la zorra y el lobo a buscar los quesos. Y llegaron a una casa y pasaron unas tapias y llegaron ande el pozo, y la Luna se reflejaba en el agua y parecía un queso. Y se asomó la zorra y volvió y le dijo al lobo:
–¡Ay amigo lobo, que el queso es grandón! Mire asómese usted.
Y se asomó el lobo y vio la Luna y creyó que era un queso grandón. Pero el lobo sospechoso, la dijo a la zorra:
–Pues bueno, amiga zorra, entre usted por el queso. Y la zorra se metió en uno de los cubos y entró por el queso. Y desde abajo le gritaba al lobo:
–¡Ay, amigo lobo! ¡Que grandón está el queso! ¡No puedo con él! Venga usted a ayudarme a subirle.
–Pero no puedo yo entrar — la decía el lobo–. ¿Cómo voy yo a entrar? Súbalo usted sola.
–Y la zorra le dijo:
–Pero no sea usted torpe. Métase usted en el otro cubo y verá como así entra fácilmente.
Y se metió la zorra entonces en el cubo ande había bajado. Y el lobo se metió en el otro cubo y, como pesaba más, se deslizó para abajo y la zorra subió para arriba. Y hay se quedó el lobo buscando el queso, y la zorra se fue muy contenta a ver a sus zorritos.

miércoles, 27 de julio de 2016

LA MONJA SOR JUANA Y LA LLAVE DE PLATA



Hace mucho tiempo, en los inicios de la ocupación española en la Nueva España, una niña de ocho años llamada Catalina vivía en las afueras de la Ciudad de México, cerca de donde empezaban los barrios de los indígenas.
Todas las mañanas salía a caminar por el campo para hacer ejercicio. Un cierto día se fue por un camino diferente al acostumbrado y se encontró con un viejo y enorme ahuehuete.
De un hueco del tronco del árbol salió otra niña de catorce años de nombre Matilde, que se acercó a Catalina para decirle que se dedicaba a ayudar a los niños pobres que no tenían casa y que abundaban en la ciudad. Le dijo que quería que se los llevara para darles casa y comida.
A Catalina le pareció una buena obra de caridad, y empezó a llevarle niños y niñas a Matilde.
Así continúo Catalina bastante tiempo, llevando niños desamparados para que Matilde los ayudara.
Un día en que Catalina se acercaba al ahuehuete para entregarle a su amiga una niñita desnutrida de cuatro años, vio que del Cielo bajaba una hermosa monja parada en una nube de cristal.
Toda ella resplandecía como si estuviera iluminada por dentro. Cuando llegó cerca de Catalina le dijo con una voz dulcísima: -¡No te asustes, querida niña, soy una monja y mi nombre es Sor Juana, tengo que comunicarte algo importante! Esa niña a la que conoces como Matilde, es en realidad un chaneque muy malo.
Todos los niños que tú le has llevado, los tiene encerrados en jaulas en una palapa que se encuentra situada en el interior del bosque a espaldas del ahuehuete por donde Matilde sale.
Los tiene encerrados en jaulas y se dedica a engordarlos para comérselos ella y sus amigos los chaneques que habitan en los ríos y lagunas del campo. Has hecho muy mal en obedecerla sin saber quién era, pero no te preocupes. Ten está llave de plata, ve a la palapa y abre los candados de las jaulas.
Catalina tomó la bella llave de plata con incrustaciones de obsidiana y corrió por el bosque hasta encontrar la palapa.
La abrió y entró sigilosamente. Entonces Catalina vio a todos los niños que le había llevado a la perversa Matilde, y con la mágica llave que abría todos los candados, liberó a todos los niños que estaban ya bastante gordos y a punto de ser guisados en mole.
Los niños corrieron tan rápido como se los permitía su gordura y llegaron sanos y salvos a la ciudad de México.
Se habían salvado todos gracias a la buena monja llamada Sor Juana y a la llave de plata.
Desde entonces, cuando alguien llega a pasar cerca del ahuehuete, oye los lamentos de la malvada Matilde que llora de rabia por haberse quedado sin comida.

martes, 26 de julio de 2016

LA OLLA DE ORO



Hace muchos años en Orizaba, ciudad que se encuentra en el estado de Veracruz, vivía un hombre muy rico en una casa muy grande y lujosa.
Como era tan rico, tenía miedo que le robaran su dinero los ladrones que no faltaban; razón por la cual decidió enterrar una gran olla llena de monedas de oro en un ojo de agua que se encontraba en el campo cerca de su casa.
Para que vigilara la olla, el hombre rico decidió poner junto al ojo de agua la estatua de bronce de una hermosa sirena.
Y ahí quedó la sirena cuidando la olla de monedas de oro del temeroso hombre.
Pasó el tiempo, y el hombre rico se murió de un paro cardíaco.
Nadie supo nunca que se encontraba enterrada una olla en el ojo de agua, pues el ricachón había tenido buen cuidado de guardar su secreto.
Mientras esto sucede, la sirena todos los 24 de junio de cada año, a las doce de la noche, deja de ser estatua para convertirse en una hermosa sirena de verdad, con la cola color de turquesa.

Cuando se convierte en sirena  nada por todo el ojo de agua que es muy grande.

Cuando empieza a amanecer, la hermosa sirena se vuelve a convertir en estatua para seguir vigilando la olla de las monedas de oro que nadie ha descubierto todavía.

lunes, 25 de julio de 2016

TERROR EN EL BOSQUE



Recuerdo la primera vez que pisé este bosque. Pasábamos el verano en una casa en plena naturaleza. Era un pequeño pueblo alejado de todo y de todos. Recuerdo que una vez me enfadé con mi madre y salí de casa a despejarme con el frío aire de la noche.

Empecé a andar sumido en mis pensamientos y de repente me encontré rodeado de árboles y demás arbustos.

Miré hacia todas direcciones pero era todo igual. El suelo era pedregoso pero cubierto de verdín. No había ningún tipo de rastro del hombre. Ni arbustos aplastados, ni marcas de huellas en el suelo. Estaba claro que hacía tiempo que nadie pasaba por allí.

Debería haberme envuelto el pánico, pues me había perdido en un bosque, literalmente dicho. Pero, en cambio, me sentí arropada por esos árboles. Sus troncos eran gruesos y de formas retorcidas. El aire formaba un silbido especial al chocar contra las largas hojas y la temperatura era idónea. Se veían destellos blancos por todos los sitios pues la luna se filtraba por donde podía entre aquellas enormes ramas. El aire frío contrastaba con la caliente temperatura y eso daba una sensación satisfactoria, como si estuviera drogada por algo que no sabía que era. El silencio era sepulcral, no se oía nada excepto el suave silbido del aire.

Empecé a andar y deseé quedarme allí de por vida. No pensaba en nada, simplemente andaba, disfrutando cada partícula de esa maravilla. Entonces me invadió el sueño y me tumbé en el suelo. Aunque había piedras me pareció el más confortable del mundo. Cerré los ojos y entre el aroma de fresca hierba me dormí.
Al día siguiente, me desperté en mi cama. Pensé que todo había sido un sueño, pues había sido demasiado surrealista para que hubiera pasado en la realidad.

El sol brillaba en el pueblo, de modo que me decidí a dar un paseo con una mínima esperanza de poder encontrar el lugar de mis sueños. Empecé a andar como el día anterior y lo encontré. No había sido un sueño.

Paseé, esta vez con el sol filtrándose entre las ramas y dando un toque dorado que idealizaba más el lugar. Me senté en el suelo y me quedé inmóvil. No hice nada, sólo respiré el fresco aire y observé. Observé cuidadosamente durante largo rato. Para mí el tiempo se detuvo en ese momento. Tenía la misma sensación que el día anterior, como si estuviera flotando. Pasaron las horas y sin quererlo se hizo de noche. Volví a casa sin saber como.

Cada día de los siguientes iba a ese bosque. Me quedaba observándolo, paseando sus hermosos caminos y saboreando su olor especial. Tantas horas pasé allí hasta que me absorbió por completo. A cualquier hora deseaba estar allí. Tanto lo deseaba que me desconcentraba y no prestaba atención a mis padres. No podía vivir sin ese bosque. Sentía que me faltaba el aire si no iba allí. Así que una noche me escapé y volví.
Entonces me senté en el suelo como siempre y empecé mi meditación diaria. Pero ese día no iba a ser como los demás.
De repente todo se volvió diferente. Lo primero que sentí fue la temperatura. Ese aire cálido que antes flotaba se convirtió en uno gélido que me dio escalofríos por todo el cuerpo. El olor ya no era de hierba fresca si no de algo repugnante, como podrido. Me levanté y observé intentando averiguar que le pasaba a mi bosque. Pero una sensación de terror me envolvió, ya que no me pareció seguro sino todo lo contrario.
Me entraron ganas de salir de allí, así que empecé a andar a paso ligero hacia la salida. Pero después de andar un largo rato, volví al mismo lugar. Me entró el pánico, pues mis ganas de dejar ese bosque aumentaron, de modo que empecé a correr.
De repente algo me cogió del tobillo y me caí. Mientras mi labio sangraba me levanté dispuesta a correr todo lo que podía. Y así lo hice. Mientras corría, el silbido del aire se convirtió en aullido, los troncos de retorcidas formas parecía que me observaban con cruel aspecto y cada vez me costaba más correr. Y llegué al mismo sitio.
El agotamiento se unió a mi desesperación e hice un último esfuerzo. Corrí lo más que pude hacia otras direcciones mientras el bosque me gritaba en los oídos y el aire frío me helaba los huesos. De repente, las piernas se me paralizaron y con un gemido caí.
Levanté la vista con mi labio sangrante y observé que enfrente de mí se erguía un gran árbol idéntico a sus compañeros. Me quedé mirándolo y no se como, en ese momento supe que nunca saldría de ese bosque.
Un imán muy fuerte me atraía hacía ese árbol y en un momento sus formas retorcidas de empezaron a mover con un ruido ensordecedor, abriéndose como una flor en primavera. Esa fuerza me atraía más y más hasta que me encontré dentro del árbol. Sus formas entonces se empezaron a cerrar hasta que todo fue oscuridad. Estaba dentro del árbol. Se hizo el silencio.
Mis lágrimas recorrían mi rostro mientras yo golpeaba en todos los sitios son todas mis fuerzas. Hasta que un dolor indescriptible se apoderó de mi cuerpo. Me paré sobresaltada. Empecé a sangrar más de mi labio. Me dolía todo. Entonces grité y salpiqué sangre que salió de mi garganta. No sabía que me pasaba. Mis lágrimas se habían tornado rojas y mi nariz sangraba a borbotones. Me ahogaba. De repente me quedé inmóvil.
Ahora podía ver dentro de mi tronco de árbol tras una cortina púrpura que ocultaba mis ojos. Sabía que ese iba a ser mi hogar para siempre. Sigo aquí. Mi antigua personalidad no se ha muerto del todo.
Aunque forme parte de este bosque y sea su máxima aliada, aun tengo recuerdos de mi vida anterior. Mis padres, el pueblo y mis agradables visitas a este bosque antes de que me mostrara su verdadera cara. No sé como, puedo observar el resto del bosque por si viene alguien que pueda acompañarnos. Le engañaremos hasta que sea demasiado tarde.
Le atraparemos como me atrapó a mí. Y así viviré hasta que a este árbol se le acabe la vida y con la suya la mía también."

sábado, 23 de julio de 2016

EL ESPADACHÍN DE CAMPECHE



Pues, señor, había en Campeche, en la época en que se construían las murallas, un espadachín de nombre Cosme de Santa clara. Este caballero, miembro de una familia pudiente de la población, tenía fama de terrible. Y he aquí por qué lo era. 

Ocurría entonces, como ocurre hoy y continuará ocurriendo siempre, que los hijos de familias pudientes se marchaban a estudiar al extranjero, que para nuestros abuelos era España.
Y como los padres de Cosme podían lo enviaron a España a educarse. El mimado jovenzuelo, por supuesto, no estudió ni por asomo, y en la nación de Cervantes se dedicó a los menesteres a que se dedican los golfos que huyen de su país en busca de cierta cultura: la vagancia y la mala vida.
Y aunque se llenó de vicios, también adquirió una espada que le robó a un compañero de aventuras. Y cuando el malandrín le fue imposible ya sostenerse en Iberia, regresó a su puerto natal, con la espada al cinto.
Cómo engañó Cosme a sus progenitores en lo que toca a su estancia en España. O cómo ellos quizá le perdonaron su barrabasada al hijo de sus entrañas, no lo consigna la historia ni es material del presente capítulo.
Pero lo que sí trascendió y pertenece a este veraz relato es que, ya en Campeche, el estudiante fracasado paseaba por todas partes con la espada.
El matasiete, naturalmente, no conocía la esgrima ni siquiera por los libros, que nunca leyó; pero como era nido de embustes, no se le dificultó convencer a los crédulos campechanos que él era un experto esgrimista.
Y Don Cosme de Santaclara se convirtió en un personaje de leyenda. Se hablaba de que en Europa se instruyó con los grandes maestros del florete, y que en diversos certámenes había puesto la muestra a los europeos de lo que son capaces los americanos con una espada en las manos.
No dejó Cosme de capitalizar la estimación y el respeto que por él sentían los bienintencionados porteños. Y de sus falsas dotes de espadachín unió las de Casanova. Y muchos maridos de la ya casi urbe intramuros tenían que hacerse de la vista gorda cuando se topaban inopinadamente en su casa con el de Santa clara, en compañía de su consorte por añadidura, pues pensaban para sus adentros que es mejor ser marido burlado, pero vivo, que un digno reivindicador de la honra de su cara mitad, pero difunto.
Y Cosme recorría las alcobas de la próximamente murada fortaleza como un emir su harem.
Extramuros, entre la floresta que crecía en esos tiempos en los alrededores, habitaba una familia de campesinos que tenían por hija a una beldad. Esta belleza, a la que llamaremos Irene, estaba comprometida para casarse con un zagal de nombre José.
Pero quiso que un día, respirando el aire puro de las afueras, Cosme recalase por el rumbo donde se levantaba la vivienda de Irene, y que la bella se hallase a la puerta de su cabaña contemplando el horizonte. Y descubrir Cosme a la muchacha y prenderse de ella fue todo una misma cosa.
El galán empezó a asediar a Irene. Pero la joven, que, como mujer de pueblo, valoraba el honor femenino como si fuera joya preciosa y además le profesaba un sincero cariño a su prometido, puso a éste al tanto de lo que acontecía. José, que era de genio violento, quiso arrebatar un machete para enfrentarse al insolente.
Más Irene, preocupada por su futuro compañero de penas y alegrías con cuerdos razonamientos lo persuadió a emplear la circunspección porque Cosme, como todo el mundo afirmaba, era el mejor espada de cien leguas a la redonda, de manera que daría buena cuenta de un infeliz machetero. –Eso sí –dijo la eva-,  procura reclamarle su conducta para que no crea que yo me rendiré a él, y así ya no me importune más.
José esperó a Cosme en su ronda diaria por el predio de Irene. Y habiéndole identificado, le salió al paso, dirigiéndose a él con estas palabras: -Señor de Santa clara, discúlpeme usted, pero quiero suplicarle que no siga molestando a mi novia. 


-¿Qué decís, campesino?-, respondió Cosme, que se las daba de elegante y perito en el uso de la lengua al estilo de la Madre Patria. 
-Que mi novia me ha dicho que usted la pretende, y le pido que la deje en paz-, replicó José algo amoscado. 
Entonces Cosme, irguiéndose en su vanidad de conquistador y empuñando el pomo de su espalda, exclamó: 
-¡Alto ahí, palurdo! ¿Cómo os atrevéis a insultarme? ¿No sabéis quién soy? ¡No ha nacido todavía el que me prohíba hacer lo que me venga en gana! ¡Irene será para mí i no sois vos quien ha de impedírmelo! ¡Y quitaos de mi presencia antes de que yo pierda la paciencia!
José no pudo contenerse más y se arrojó sobre el petimetre; pero éste lo esquivó, y el campesino que, según se entiende, no era ningún cobarde, dio con sus huesos en la tierra.
No se había incorporado aún cuando sintió sobre sus costillas la fría punta de la espada, y oyó a Cosme gritar: 
-¡No intentéis moveros o sois hombre muerto! ¡De que no sois de mi alcurnia, os brindaré la oportunidad de defenderos en el campo de honor!.
Esto diciendo, le propinó al caído una bofetada y agregó: -¡Os guardaré mañana antes del alba, con vuestros padrinos, en la explanada de San Juan! 
Y contoneándose como un campeón olímpico, se alejo de allí.
Inútil es declarar que José, iracundo y humillado, debería mataros al momento por vuestra osadía, pero aun experimentó el impulso irresistible de alcanzar al pisaverde y cobrársela; pero el amor a la vida y a Irene le aconsejó prudencia; y también el recuerdo de la helada punta de la espada.
Al siguiente día, a la hora fijada, apareció José en la explanada de San Juan flaqueando por otros dos labradores, fornidos gañanes, que fungirían como padrinos.
Cosme, que esperaba hacía rato en el lugar del duelo, al ver a José comentó despectivamente: 
-¡Ajá, por fin llegáis! No niego que sois valiente, a pesar de comprender que dentro de algunos minutos seréis ya cadáver. Y me place que vuestros padrinos sean de vuestra calaña. ¡Ea, pues, a lo que hemos venido! ¡Porque tengo una cita con Irene después de que os atraviese el corazón!-
Los padrinos procedieron al examen de las armas que los contendientes usarían en el encuentro; y luego de que Santaclara exhibió con aspavientos y frases de suficiencia su brillante y hermosa espada, reparando por primera vez en que el montuno no portaba ni puñal, preguntó: 
-¿Y con qué combatiréis, pobre diablo? 
-¡Con esto!-, repuso José, al tiempo que, abriendo una caja que le ofreció uno de los padrinos, extraía de ella un imponente garrote. Y no repuesto aún de la sorpresa, Cosme recibió un garrotazo inicial. Y detrás cuarenta más. Y, como ya sospechaba el lector, la espada no le sirvió al espadachín para nada, porque la verdad es que ignoraba completamente como manipularla.
Al mirar a su ahijado en estado parecido al de Don Quijote tras el tratamiento que le propinaron los cabreros, los padrinos de Cosme quisieron ir en su auxilio.
Pero entraron en escena los padrinos de José y, armados también con garrotes, arremetieron contra los socorristas, que, no deseando sufrir el destino del Don Juan, emprendieron veloz carrera a todo lo que daban sus piernas para conjurar el peligro.
Varios meses estuvo Cosme pagando el precio de su bravuconería imposibilitado para caminar.
Y cuando, ya algo recuperado, comenzó a sentarse a la entrada de su casa para tonificarse con la luz del sol, un día fue visitado por un grupo de maridos ofendidos que, informados del castigo que le obsequió José, y ya seguros de el embaucador era solo un fanfarrón aprovechado, le administraron otra tupida paliza.
Y como el número de los esposos burlados no era escaso, no transcurría semana sin que el Casanova desacreditado recibiese su tunda reglamentaria.
Hasta que sus padres, que conocían la piel del hijo que Dios les había mandado, lo remitieron de nuevo a España para salvarle su perra existencia y para que, ahora si, se dedicara a estudiar.
Y así terminó el episodio de la explanada de San Juan, en el siglo glorioso en que se erigieron las inexpugnables murallas de la muy noble y leal ciudad de San Francisco de Campeche.

jueves, 21 de julio de 2016

MARTÍN Y EL TORO DE LOS CUERNOS DE ORO



Cuenta una leyenda del estado de Durango, que en el Cerro de Mercado, formado de magna de cuerpos de óxido de fierro que le dan una bonita forma triangular, existe una cueva muy especial, pues se abre cada noche por unos cuantos minutos.
Cuando la cueva se abre, por ella sale un toro de color negro que tiene unos hermosos cuernos de oro. Dicen que sale con el propósito de vigilar la entrada de la cueva.
Una cierta noche, un hombre que se llamaba Martín, salió a caminar por el campo. Cuando llegó cerca del Cerro del Mercado, escuchó unos ruidos que llamaron su atención.
Se acercó más al cerro, y vio al gran toro negro cuyos cuernos brillaban, maravillosamente, a la luz de la luna.
Al verlo, Martín quiso torearlo. Cuando el hermoso toro vio que el hombre se le acercaba, se retiró de la entrada de la cueva, lo cual aprovechó Martín para entrar en ella, pues estaba muy curioso por ver cómo era por dentro.
Con mucho cuidado Martín se fue adentrando en la casa del toro.
De pronto, el hombre se encontró con un fabuloso tesoro, había muchas monedas de oro y joyas valiosísimas. Mientras Martín observaba maravillado el tesoro, apareció una hermosa muchacha que le dijo que ese tesoro era de él, ya que lo había encontrado.
En ese preciso momento, el bello toro de los cuernos de oro entró en la cueva.
Cuando Martín lo vio, se asustó tanto que salió corriendo por temor a que lo fuera a cornear.
En cuanto Martín estuvo fuera de la cueva, la entrada se cerró completamente. Martín ya no pudo volver a entrar, y perdió para siempre la riqueza del tesoro y los amores de la bella muchacha, que según supo después, era la hija del Toro de los Cuernos de Oro.

miércoles, 20 de julio de 2016

LA SERPIENTE DORADA



Cuenta una leyenda nahua que había una vez un cacique muy importante y muy rico que vivía en una población cercana a la Ciudad de Tenochtitlan.

Estaba casado con una mujer sumamente hermosa.

Ambos vivían en una enorme casa construida con tezontle y piedras de río, que era el 
asombro de cuantos la conocían; el mismo tlatoani de Tenochtitlan la codiciaba.

La casa no distaba mucho del Lago de Texcoco, para llegar a él se caminaban solamente unos veinte minutos.

Todos los días la mujer, llamaba Nektli, salía de su casa y se dirigía al lago, no sin antes haberse provisto de una enorme canasta llena de variada y sabrosa comida. Los esclavos cargaban la canasta hasta el lago, pero una vez ahí, la mujer los despedía y no dejaba que nadie se quedase con ella.

Entre los esclavos había un joven que estaba sumamente intrigado con lo que sucedía cuando la mujer se quedaba sola a orillas del lago.

Un día, la curiosidad le atosigó tanto que se escondió para observar qué era lo que hacía su ama sola en la laguna y con tanta comida.

Pasado un poco de tiempo, el joven vio lo que sucedía, y anonadado de miedo corrió hacia la casa el cacique para contarle lo que había visto.

El cacique, dudoso de lo que el esclavo le había contado decidió ir él mismo al otro día para comprobar si era verdad.

Cuando llegó a la laguna vio a su mujer sentada a la orilla del agua colocando un mantel en el césped y disponiendo encima la suculenta comida.

A poco rato, salió del agua una enorme Serpiente color verde y dorado, y devoró la comida.

Una vez que hubo terminado de yantar, la Serpiente y la mujer se entregaron apasionadamente a hacer el amor.

El cacique al ver a  su esposa en tales circunstancias, se llenó de horror y regresó a su casa dispuesto a esperar a la infiel y depravada mujer.

Cuando llegó muy tranquila y satisfecha, el hombre la apuñaló con un cuchillo de pedernal.

Al enterarse de lo ocurrido la Serpiente muy enojada porque su amada había sido asesinada, sacudió furiosa su cola, el agua se agitó sobremanera y la ciudad donde vivía el cornudo marido se inundó completamente y todos los habitantes murieron ahogados por culpa de una mujer infiel.

martes, 19 de julio de 2016

LA PRINCESA ERÉNDIRA Y EL LAGO ZIRAHUEN



Hace ya muchos siglos, cuando los españoles invadieron a tierras mexicanas para conquistarlas, un capitán con sus tropas llegó hasta las tierras de Michoacán.
Iba a entrevistarse con el emperador purépecha que se llamaba Tangaxoan, que tenía una hermosa hija a la que había puesto por nombre Eréndira.
La joven princesa Eréndira era muy bella, y al verla el capitán se enamoró profundamente de ella.
Un día, el capitán español raptó a la bonita muchacha y la escondió en un verde valle rodeado de muchas montañas.
Eréndira estaba muy triste y sufría mucho.
Se acordaba de su casa, de su madre y de su padre.
Estaba tan desesperada, que los dioses del Día y de la Noche, llamados Juriata y Xaratanga, oyeron sus trágicos sollozos y decidieron ayudarla.
Hicieron que las lágrimas que brotaban de los ojos de la princesa se hicieran muy fuertes y poderosas.
Entonces, sus lágrimas empezaron a formar un charco que, poco a poco, se convirtió en un gran lago.
Los dioses con su poderosa magia convirtieron las piernas de Eréndira en una hermosa cola de pescado. Se había convertido en una linda sirena.
Ahora el valle contaba con un nuevo lago al que pusieron por nombre el Lago de Zirahuen.
Eréndira nunca se olvidó del lago por el que había podido salvarse, y desde entonces, las personas que viven por esos lugares, dicen que la princesa se va a nadar algunas noches al hermoso lago, y que al amanecer sale del agua para hechizar a los hombres que son malos.

lunes, 18 de julio de 2016

EL CONVENTO DE HERMOSILLO



Antes, en lo que fueron los primeros edificios de la ciudad, se encontraba un convento de monjas, estoy hablando de principios y mediados del siglo pasado.
En ese convento albergaban a las mujeres con embarazos no deseados, para que las mujeres se convirtieran al mismo tiempo en monjas y de algunas nunca se volvía a saber de ellas.
Con el paso de los años, cuando se estuvieron remodelando esas instalaciones ya que el convento no existía ahí, tumbaron paredes muy gruesas; antes se hacían hasta de un metro de anchura, para la sorpresa, encontraron esqueletos de recién nacidos.
Se dice que las monjas los emparedaban para que nunca supieran de ellos ya que eran hijos no deseados por Dios.
En estas áreas al igual había túneles extensos que llegaban hasta la Catedral Metropolitana de Hermosillo.
Estos túneles fueron sellados y nunca se quiso informar a los ciudadanos, lo cual fue totalmente imposible; los túneles aunque sellados, siguen ahí.
Pero en las noches, por la calle Serdán, se siente un ambiente muy extraño, e incluso se escuchan gemidos, gritos o se ve gente muy extraña caminando ahí, sola, mujeres muy hermosas embarazadas caminando solas por el centro de la ciudad de noche es extremadamente peligroso, se dice que son las ánimas de las mujeres que murieron ahí, y los gritos son de los bebés que murieron entre las paredes del convento.
Hoy ahí se alberga un banco, oficinas del Instituto Nacional de Educación para los Adultos y el Instituto Soria.

sábado, 16 de julio de 2016

EL NIÑO LLORÓN



La Laguna de Ojo de Agua se encuentra en Orizaba, Veracruz,  situada en la parte baja del Cerro de Escamela.
Por ser un sitio muy bello, numerosos orizabeños acuden al lugar a pasar un agradable día de campo.
La tradición oral veracruzana cuenta una leyenda escalofriante que sucedió en tal lugar.
Hace algunos años, un trabajador regresaba de sus labores algo apurado, pues se le había hecho tarde.
Con el fin de llegar pronto a su casa, tomó el camino de Ojo de Agua. Al pasar cerca de un pozo de agua ya seco, escuchó el llanto lastimero  de un niño.
Buscó de donde provenía y se encontró a un niñito sentado al pie del pozo. Se le acercó  y le preguntó la causa de su llanto.
El infante primero se mostró reticente, pero acabó por decirle al señor que estaba perdido, y le pidió que lo llevase a la iglesia de Potrerillo, donde sus padres seguramente irían a buscarle, pero que debería llevarlo cargando ya que no podía caminar.
El buen hombre se aprestó a cargar al niño para llevarlo a donde le pedía, pues consideró que era su deber de buen cristiano.
El pequeño añadió que por ningún motivo volteara a verlo hasta que no hubiesen llegado a la primera iglesia que encontraran en el camino.
Al trabajador le pareció un poco extraña tal petición, pero como ya quería llegar pronto a su casa, asintió.
Al llegar a una iglesia, se escucharon unos ruidos muy raros, extraños, y el hombre reaccionó instintivamente y volteó a ver al pequeño.
El susto fue tremendo cuando en lugar del niño vio un horripilante monstruo que se reía de una manera escalofriante.
Al escuchar las carcajadas, el hombre aventó al “niño” y corrió a refugiarse en la iglesia. Al verlo entrar tan espantado, el sacristán lo acogió y le contó la terrible historia.
Le dijo que de todos era sabido que el día en que ese repugnante monstruo lograra entrar en una iglesia, el Ojo de Agua se desbordaría e inundaría completamente a la Ciudad de Orizaba y todos sus habitantes morirían ahogados, y que se trataba de una profecía que algún día se cumpliría inexorablemente, aunque aún no había llegado el momento.

viernes, 15 de julio de 2016

LA ERMITA DE LA VIRGEN DE TECAXIC



El pueblo de Tecaxic se encuentra en el Municipio de Toluca, en el Estado de México.
Antes de la conquista armada de las tropas españolas, hace ya muchos siglos,  fue habitado por grupos de indígenas matlatzincas.
Tecaxic es un bonito pueblo que cuenta con muchos mitos y leyendas. Una leyenda nos relata que poco después de la conquista española, llegaron al pueblo varios frailes franciscanos para evangelizar a los indios, y para que los colonizadores españoles vivieran en él.
Desde esa época, el poblado tomó el nombre de Santa María de la Asunción Tecaxic.
Poco después de la conquista española, llegó al poblado una tremenda epidemia que mató a todos los habitantes de la localidad, menos a dos hombres.
Terriblemente asustados y consternados por encontrarse solos y sufriendo por la muerte de sus vecinos, decidieron abandonar Tecaxic.
Al irse estos dos sobrevivientes, el pueblo quedó completamente abandonado, al igual que una ermita que había sido construida por todos los pobladores. En dicha ermita se encontraba una imagen de la Virgen de la Asunción, que había sido pintada al temple sobre un lienzo fabricado por los indígenas.
Al quedar abandonada y sin recibir ninguna clase de cuidados, la ermita empezó a agrietarse, sus puertas se cayeron y el sol, el agua y el viento entraban libremente, hasta deteriorar la bella imagen de la Asunción que empezó a desteñirse.
Un cierto día en que caía un fortísimo aguacero, un vecino del pueblo de Almoloya de Juárez, llamado Pedro Millán de Hidalgo, buscaba desesperadamente donde refugiarse de las aguas que ya lo habían empapado en su tránsito hacia la ciudad de Toluca para efectuar ciertos negocios.
En ese angustioso momento se percató que de la ermita salían cantos religiosos y se veían muchas luces maravillosas.
Como sabía que Tecaxic estaba despoblado, pensó que los cantos eran de voces indígenas, y las luces velas que los mismos indios encendían.
Entonces, le llamó a los cantores en lengua náhuatl, asegurándoles que no tuviesen miedo, pero nadie respondió.
El hombre decidió sacar su espada y entrar a la capillita, pero no encontró a nadie.
Al enterarse del prodigio Joseph Gutiérrez, padre superior del convento principal de Toluca, decidió que debía edificarse un santuario dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles de Tecaxic.

Muchos señores importantes de varios pueblos ayudaron económica y materialmente en la construcción, y mientras trabajaban hasta el cansancio por el día ayudados de albañiles, por la noche los ángeles contribuían a la edificación, acompañados de música de chirimía y teponaztle que ejecutaban tres seres vestidos con tilmas y que levitaban, es decir, no pisaban la tierra.

jueves, 14 de julio de 2016

RUIDOS EN LA COCINA



Nos encontrábamos cenando juntos en familia, cuando por toda la casa se empezaron a escuchar una serie de ruidos, sonaba como si azotaran las puertas, y estrellaran vasos contra el suelo. Mi esposo nos pidió que permaneciéremos en nuestros lugares mientras él se levantaba a averiguar, había caminado solo un poco, cuando una sombra cruzó detrás de él a toda velocidad. Mis hijos y yo soltamos incontables gritos y corrimos fuera de la casa.

Mi esposo fue detrás de nosotros y le contamos lo sucedido, por su parte él dijo que no había encontrado nada fuera de lugar, que entráramos a la casa para terminar de cenar, pero por supuesto, nosotros nos negábamos. Aun así, tuvimos que hacerlo, porque afuera estaba helando, pero mis hijos no quisieron dormir en sus habitaciones. Colocaron cobijas alrededor de nuestra cama, y no querían cerrar los ojos.

Apenas habían pasado unos minutos, cuando los sonidos en la cocina se escucharon de nuevo, esta vez de forma más intensa, no sé si por el silencio de la noche o porque el fenómeno se presentaba de manera más violenta. Mi esposo bajó con bate en manos, fueron unos minutos de silencio y el subió corriendo, sin el bate, el rostro descolorido, y muy asustado, apenas podía ni articular palabras… dijo que en la cocina estaba su hermano, pero no era real, estaba traslucido y con una gran herida abierta en su cabeza

No sabíamos que hacer, estábamos muy desconcertados, y lo estuvimos mucho más, cuando recibimos una llamada diciendo que mi cuñado había muerto al caer del techo

De inmediato pensamos que el fantasma de su hermano se había hecho presente porque culpaba a mi esposo de su muerte, pues habían quedado de acuerdo en reparar el techo juntos… tal vez si me esposo hubiese estado ahí… su hermano no habría muerto… y no tendríamos que verlo rondando en nuestra casa, tratando de tomar venganza.