viernes, 8 de diciembre de 2017

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE



Dios mismo es el Arcano, es el Impenetrable. En el "Magníficat", María exclama "Santo es su nombre". El es totalmente diferente a cada criatura. Delante de su gloria y santidad el hombre pecador sólo puede exclamar: "¡Ay de mí, que estoy perdido! Pues soy un hombre de labios impuros'" 
Oigamos de nuevo una meditación de San Cipriano sobre el Padrenuestro:
¿Por quién podría Dios ser santificado, si es El mismo quien santifica? Mas, como sea que El ha dicho: Sed santos, porque yo soy santo, por esto pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos 'santificados' en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados' mediante esta continua y renovada santificación." 
Cuando Moisés era ya como de cuarenta años, pastor del rebaño de su suegro Jetro, llegó una vez hasta la montaña de Dios, Horeb. Después de la visión de la zarza ardiente recibió del Dios personal, del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, la misión de sacar al pueblo de Dios de la esclavitud de los egipcios. Moisés contestó a Dios: Si voy a los hijos de Israel y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros;" cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: "YO SOY EL QUE SOY". Así dirás a los hijos de Israel: "YO SOY" me ha enviado a vosotros. Es la revelación más importante de Dios en el Antiguo Testamento. Dios no se queda en el anonimato, se compromete con su pueblo, lo libera, lo protege, camina con él, es el Dios de la alianza de la vida, de una amistad fiel.
Pero exige también de nosotros compromiso de fidelidad. En la antigua alianza Dios manifestó: "A vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa" 
Dios exige a los judíos la santificación. Deben guardar los diez mandamientos, no deben abusar del nombre divino, no deben profanarlo, deben guardar los días sagrados, las fiestas religiosas, los ritos sagrados, deben obedecer al pastor instituido por Dios.
Jesús nos revela que no solo nos llamamos hijos de Dios sino que lo somos realmente.
Por el bautismo hemos sido santificados y llamados a santificar toda nuestra vida, nuestros trabajos, sufrimientos y nuestro tiempo libre con sus alegrías legítimas. Sin la gracia santificante somos malos y no santificamos nada. Profanamos nuestra vida y hasta la vida de otros. Algunos jóvenes alegan, que ya no participan en la Santa Misa porque se aburren, porque no sienten nada atractivo, porque la Misa ya no les da nada.
Lógico, si no pedimos el Espíritu Santo, si no vivimos nuestra consagración bautismal si no captamos que cada uno de nosotros es llamado con un nombre personal a esta alianza de amor, quedamos como los ciegos, los sordos y los mudos.
Cristo nos ha manifestado el nombre del Padre. "Yo les he dado a conocer tu Nombre"  El es la mano extendida del Padre misericordioso. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, el primer Papa, San Pedro realiza el milagro de curar a un hombre tullido e inactivo junto a la puerta Hermosa del Templo. Delante de las Autoridades hostiles hace la confesión solemne: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos salvamos" 
Celebrando en el nombre de Jesús la Eucaristía nos salvamos y nos santificamos.
"!Oh Dios, Señor nuestro, qué glorioso es tu nombre por toda la tierra" 


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