lunes, 23 de abril de 2018

EL LÍDER Y EL APARECIDO




En el estado de Michoacán, hace ya algunos años, vivió un señor llamado Romualdo Juárez. Este señor era el líder de una comunidad de agricultores, los cuales le odiaban porque les trataba muy mal, siempre los ofendía y abusaba de ellos en el plano laboral; era inconsecuente y bastante corrupto. Con su comportamiento de había ganado a pulso el odio de sus compañeros jornaleros, los cuales deseaban verle muerto para librarse de él.
Como Romualdo era consciente de que nadie le tenía aprecio por las arbitrariedades que cometía siempre se hacía acompañar por dos de los campesinos que se decían amigos de él, y en los que confiaba relativamente; pues ya en varias ocasiones había sido atacado por jornaleros armados con machetes.
En una ocasión, saliendo de su lugar de trabajo se dirigió a su casa acompañado de sus guardaespaldas, pues ya la noche había avanzado. Al llegar a su hogar su esposa le comunicó que uno de sus hijos, el primogénito, estaba bastante enfermo y presentaba una fiebre muy elevada. Se hacía necesario la presencia del doctor. Pero Romualdo dudaba en salir de su casa solo, los guardaespaldas ya se habían ido y lo que temía el líder era no encontrarse con sus enemigos, sino que se le apareciera El Aparecido, que solía espantar muy cerca del rumbo donde el médico vivía.
Sin embargo, pudo más el amor que sentía por el niño que el miedo que le tenía al fantasma, y armándose de valor, salió y enfiló montado en su cuaco hacia donde vivía el único médico de la zona.
Cuando llegaron al sitio donde se decía que presentaba El Aparecido, el caballo de Romualdo se encabritó, se levantó en dos patas y lo tiró al suelo. Asustadísimo, el hombre se levantó como pudo y a voz en cuello gritó: ¡Hey, no sé quién eres, pero cualquiera que seas aléjate de mí! ¡No te metas conmigo!
Inmediatamente se escuchó una tenebrosa carcajada que parecía salir de ultratumba. Romualdo estaba pálido del terror y el cuerpo le temblaba sin poderlo evitar. Sin embargo, volvió a gritar con todas sus fuerzas: ¡Aléjate, espíritu del mal! ¡Soy el dueño de todo lo que ves alrededor tuyo y no te haré nada malo si te alejas inmediatamente! Volvió a escucharse la espeluznante carcajada y se escuchó una voz que nada tenía de humana que decía. ¿Acaso eres dueño de tu alma? ¡Porque es un hecho que me la voy a llevar!
En ese momento, a pesar de que Romualdo se decía ateo, empezó a rezar a Dios y a todos los santos con mucho fervor y pidiéndoles perdón por todas las malas acciones que había cometido con sus compañeros los campesinos. En ese mismo instante las carcajadas se dejaron de escuchar, ya no se oyó aquella terrible voz. Al sentir el silencio Romualdo echó a correr hasta la casa en donde se encontraba el doctor, para suplicarle que acudiese a revisar a su pequeño.

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