jueves, 27 de septiembre de 2018

UN HOMBRE DE NEGRO




Una leyenda de Pachuca nos relata que un día Jacinto y su primo Benito fueron al Municipio de Metepec a pasear; ellos venían desde México. Estaban muy contentos de haber visitado muchos hermosos sitios, cuando decidieron sentarse en las bancas del parque de la ciudad a descansar, después de haber cenado copiosamente en una fonda famosa por su buena comida. Eran cerca de las once de la noche cuando de pronto les llamó la atención un hombre completamente vestido de negro que cantaba a unos treinta metros de donde ellos se encontraban. A los jóvenes el hecho les llamó la atención, pues es bien sabido que en los pueblos de provincia la gente suele recogerse temprano. Se quedaron callados escuchando su canción, cuando de pronto el hombre de negro volteó en dirección donde se encontraban; los primos pudieron apreciar que la cara del hombre tenía y color verdoso y estaba desencajada, parecía un ser del más allá. Cuando el misterioso hombre les vio, les clavó una cruel mirada y lanzó una sonora y horripilante carcajada que paralizó de miedo a los muchachos, y se alejó.
Jacinto y Benito decidieron irse al hotel en que se hospedaban. Al siguiente día, por la mañana acudieron a desayunar al restaurante del hotel. Se pusieron a platicar con la dueña que estaba en la caja, y salió a relucir su experiencia nocturna con el hombre de negro. La mujer los escuchó y, espantadísima, les dijo que se trataba de un espanto. Azorados  y temerosos, los jóvenes la escucharon: -Muchachos, el hombre que vieron anoche es un fantasma. Murió hace más de cincuenta años. Era un hombre muy rico que vivía aquí en Metepec, pero que era terriblemente avaro, estaba lleno de avaricia. Un día se enfermó gravemente y no quiso pagar a un doctor para que fuera a verle. Por supuesto que la enfermedad lo mató. Y como había sido tan malo y la avaricia es un pecado capital, el hombre no pudo entrar ni al Purgatorio ni al Cielo y se quedó a penar en este mundo. Por eso suelo salir por las noches a espantar a las personas por las calles y plazas del pueblo.
Al oír sus palabras Jacinto y Benito se espantaron mucho y decidieron poner pies en polvorosa. Dos horas después, los chicos tomaron el autobús que los habría de conducir a la Ciudad de México, pero nunca olvidarían su experiencia con el hombre de negro.


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