lunes, 21 de enero de 2019

ERÉNDIRA




Hubo en algún tiempo, un lugar donde el aire que se respiraba era limpio y donde se mirara se encontraba uno con hermosos paisajes, y aquéllos que vinieron al comienzo de los tiempos se maravillaron con aquel lugar y vivieron ahí desde el comienzo de los tiempos e hicieron su ciudad junto a un gran lago. Otras culturas llamaron a este lugar Michoacán, que significa "Tierra de pescadores" y a sus habitantes michoacanos.
        
Y vivieron ahí por largas generaciones, los michoacanos vivían en comunión con su entorno y desarrollaron su cultura, engrandeciendo su país, construyendo día a día su ideología.
       
El tiempo pasó, vinieron monarcas buenos y monarcas malos, guerras, hambres y tiempos de opulencia, y llegaron noticias con los mensajeros de la Tenochtitlán de como unos invasores venidos de tierras más lejanas de donde el cielo y la tierra se hacen uno, se hablaba del terror de ver al imperio más grande resquebrajarse frente a sus ojos, como el ejército inigualable era vencido y la sangre de una de las culturas más grandes estaba vertida sobre las ruinas que fueran la gran Tenochtitlán.
      
Los jóvenes michoacanos estaban dispuestos a luchar sin tregua a defender su suelo, el país que les pertenecía, en donde los hombres eran libres y las águilas volaban, más de que servía un ejército resuelto a morir por su patria si el rey temblaba frente al enemigo. 

Tzimtzicha era considerado un monarca débil y cobarde, por esto la confusión reinaba en el país ¿Repetiría Tzimtzicha el error del débil Moctezuma y se rendiría frente a los invasores? o ¿Seguiría el ejemplo de Cuauhtémoc y los combatiría? 

Hernán Cortés había oído hablar de las riquezas que había en Michoacán y mandó a sus mensajeros a hablar con el monarca michoacano, persuadiéndolo a rendirse y reconocer al rey de Castilla. 

Tras realizar la misión que les fuera encargada los mensajeros regresaron con la respuesta de Tzimtzicha, quien ofrecía su amistad y obediencia a Hernán Cortés, y un cargamento de presentes para este, a cambio de un enorme perro lebrel   propiedad de un español llamado Francisco Montaño. 

En Michoacán se sentía en el ambiente la desolación, la duda se reflejaba en todos los rostros, en los jóvenes ardía el patriotismo, y los viejos estaban resignados pues sabían que un rey como Tzimtzicha sin ambiciones los llevaría a un final catastrófico como el de los mexicanos. 

Pero en medio de la confusión hubo una mujer que se alzó por su coraje que guardaba dentro de sí un amargo odio hacia los españoles, esta era la hija de Timas, el principal consejero del rey.

"Y la llamaron Eréndira, que significa risueña, pues su constante sonrisa imprimía un sello de malicia y burla". 

Muchos guerreros codiciaban a esa hermosa virgen morena, más ninguno conseguía de ella más que una sarcástica sonrisa, uno entre ellos, Nanuma, el jefe de todos los ejércitos estaba enamorado de ella, y la amaba con el amor más puro, no sólo porque fuera bella, sino por la gran inteligencia e ingenio de ésta. 

Pero Eréndira no amaba a nadie y esto era debido a que tenía un amor más grande que cualquier otro, amaba los llanos, amaba las montañas de su Michoacán, amaba su aire y su cielo, sus lagos y sus campos, Nanuma le hablaba de amores: 

-Dime, ¿Por qué no comprendes que soy quien más te ama en el mundo?-

-Porque no quiero tener un dueño- respondía la doncella con su sonrisa irónica.

-Oh- siempre desdeñosa, siempre con esa eterna sonrisa altiva en los labios. Contestaba Nanuma. 

Más ¿cómo podía pertenecerle a alguien más de lo que le pertenecía al viento y a los árboles?, ¿ para qué jurarle a alguien una amor eterno si ya le había jurado a su patria defenderla?, ¿Cómo entonces podía olvidarse de esa tierra que tanto amaba?

Días después un acontecimiento hizo al pueblo olvidarse de las dudas, aunque según el pidecuario; ritual de los sacerdotes tarascos, no había ninguna fiesta por esas fechas; se celebraría un acto solemne a Xaratanga, vengativa e inexorable diosa de la luna, en el gran templo. 

Llegó entonces la hora que los tarascos llaman Inchantiro, la hora en que el sol desaparece debajo del horizonte, y la luna se levantó como un gran disco hasta llegar a su lugar debido y entonces se presentó en todo su esplendor. Mientras, las quiringuas dejaban oír su melancólico canto. 

La gente se apiñaba en silencio, cuando el rey y su comitiva hicieron su entrada y tomaron asiento, un sacerdote entró en el santuario. 

Un grito jamás oído antes desgarró el silencio de la noche, llenando los corazones de todos los presentes de terror, los discordantes alaridos resonaban intermitentemente. El sacerdote volvió a salir y le seguían cuatro guerreros que llevaban atada a una bestia que jamás se había visto en aquel país, que infundía pánico con sus endemoniados ojos y de cuyas fauces salía aquella voz tan aterradora que hiciera a la muchedumbre temblar. 

La fiera luchaba por liberarse, en sus ojos asomaba la ira y su hocico vertía espuma, cuando la luna se ostentaba ya arriba del horizonte cesaron los ladridos y pusiéronle los sacerdotes en la piedra de los sacrificios; el sacerdote pálido sacó su cuchillo labrado de obsidiana y jade, lo hundió en el pecho de la bestia y rápidamente sacó su corazón. 

Eréndira se volvió hacia Nanuma y le dijo: 

-¡Hoy es la bestia y mañana serán los españoles los que mueran así! entonces yo seré tu esposa.- 

Nanuma difícilmente podía creer lo que había escuchado. 

Eréndira se encargó de infundir valor a las princesas y a los capitanes del ejército burlándose de los españoles, sembraba en cada persona que la escuchaba el patriotismo que ardía en su ser. En una ocasión que pudo hablar con Nanuma le dijo:
 


-Tú eres el que derrotará al ejército de los invasores, y cuando regreses victorioso, yo seré tu recompensa-

-¿Y si fallo?- preguntó el guerrero-

-Iré a llorar sobre tu sepulcro y sembraré en tu yácata las más hermosas flores de nuestros campos-

Esta idea hizo temblar a Nanuma.

-No te preocupes entonces que yo lucharé hasta morir-

-No nos rendiremos, porque somos más grandes y fuertes, ¿No nos han protegido los dioses siempre? ¿No vencimos con ingenio las dos veces que los mexicanos quisieron conquistar este país? ¿No es verdad acaso que Curicaueri al principio de los  tiempos hizo al hombre de barro, más éste se desbarató al entrar al agua, no lo reconstruyó entonces de ceniza pero queriendo que tuviera más consistencia, no formó a nuestros hombres de metal? ¿No son tus guerreros de metal, Nanuma?  ¿No se convertirán en mujercitas al enfrentar a los invasores? No tengas piedad entonces Nanuma cuando estés allá en el  campo de batalla, pues sé que eres tú el más valiente de los guerreros y llevarás a nuestro ejército a triunfar sobre los invasores y resguardar la grandeza de nuestro imperio-
 
Una mañana marcharon las tropas del ejercito michoacano por as calles de Tzintzúntzan, a la vista de Tzimtzicha quien estaba inquieto por el resultado de la guerra que aquel ejército estaba a punto de iniciar. Hernán Cortés  envió a su ejército a encontrarlos comandado por su más valiente capitán Cristóbal de Olid. 

La guerra se desencadenó en la ciudad de Taximora que había sido tomada por el ejército tarasco, quienes caían valientemente frente al hierro del enemigo. Aquellos que no se sacrificaban en la lucha desigual quedaron mudos de espanto al oír los disparos de los españoles y emprendieron una vergonzosa fuga para lograr su salvación. 

Nanuma y otros nobles fueron los mensajeros de la vergonzosa derrota. Eréndira decepcionada se volvió sin evitar que dos lágrimas se derramaran sobre sus mejillas.
 
En vano quiso Nanuma hablar con Eréndira, 

-Dime entonces ¿Qué debía hacer?-

-¡Morir!, los españoles te ensañarán pronto el oficio de los hombres que no saben morir por su patria- 

Timas habló entonces a los hombres que lo rodeaban, y aquellos que estaban decididos a defender su patria hasta la muerte,  juraron hacerlo y armándose de hondas y flechas fueron al templo, a las mujeres y a los niños se les ordenó huir a los montes, mientras tanto ellos esperaban la venida de los invasores. 

Cristóbal de Olid y su ejército entraron a la ciudad, mientras de un millar de hombres comandados por Timas esperaban en el templo, Tzimtzicha se había rendido ya ante Olid cuando el grito de guerra se oyó en toda la ciudad. 

Heroicamente lucharon Timas y los defensores del templo, más el enemigo era por varios miles más numeroso. Cristóbal de Olid envió al combate a todas sus huestes que barrieron con todo lo que quedaba de los purépechas, algunos lograron escapar huyendo hacia el monte. 

El ejército de Cristóbal de Olid revisaba los cuerpos buscando los cadáveres de los españoles. 

El manto de la oscuridad se fue disipando hasta la llegada de la luz, que dejaba ver la ruina. 

El suelo estaba tapizado de muertos en su mayoría de purépechas, junto con mexicanos y tlaxcaltecas que venían con los  españoles y los cadáveres de estos últimos; había llegado el ocaso de una de las culturas más grandes de América, tras la muerte valiente de los michoacanos. 

Quizás en algún futuro, los descendientes de aquellos valientes hombres conocerían la razón por la que perdieron la vida por un pedazo de tierra donde vivían libres, quizás sabrían de la grandeza de Michoacán.


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