viernes, 12 de abril de 2019

LA ETERNA JUVENTUD




Una leyenda del estado de Veracruz nos cuenta la historia de un hombre que decidió radicar en la ciudad llamada la Villa Rica de la Vera Cruz. Había comprado una casa en la que pensaba vivir. Se trataba de un hombre muy viejo. La casa que escogió era pequeña y adecuada a sus necesidades, y no era lujosa sino sencilla.
El anciano era muy reservado, no entablaba plática con nadie; sólo se le veía en la iglesia los domingos cuando acudía a misa. Por las noches sus vecinos escuchaban ruidos de carpintero; es decir, se le oía cortar madera y clavarla. Como el ruido iba en aumento, los vecinos se encontraban muy extrañados y curiosos, pues no se explicaban lo que el viejo estaría haciendo.
Finalmente, un día abrió la puerta y todos vieron que lo que hacía el buen señor no era otra cosa que acondicionar una librería. Los libros estaban expuestos para aquellos que desearan comprarlos; eran muy antiguos, y muchas fueron las personas que acudieron a la librería para para deleitarse con ellos, se maravillaban con su contenido, y sobre todo con las maravillosas ilustraciones que tenían.
Entre los visitantes había un joven llamado Joaquín a quien gustaban mucho los libros de historia y aquellos que trataban temas religiosos. El muchacho estaba feliz con la librería en donde encontró libros de temas muy variados que desconocía y le abrían nuevos horizontes. Así pues, Joaquín se hizo asiduo a la librería. Pero, aunque el anciano ya le conocía, nunca trató de entablar plática con él. Sin embargo, el muchacho trataba de charlar y le preguntaba acerca de la antigüedad y de los autores de los libros, pero el librero no soltaba prenda y se mantenía en silencio.
En cierta ocasión, Joaquín encontré en uno de los anaqueles un libro polvoriento y maltratado. En una de sus páginas vio la ilustración de un cáliz que llamó su atención. Quiso comprar el libro, y preguntó por su precio que resultó sumamente elevado. A pesar de ser un joven de buena familia con bastante dinero, no le alcanzó la platita que llevaba. Entonces, decidió llevarse el libro a escondidas de su dueño. Pensó en leerlo y deleitarse con la bella ilustración del cáliz y luego volverlo a colocar en el estante donde lo había encontrado.
Llegó a su casa más fatigado que en otras ocasiones; se encerró en su recámara para ver el famoso cáliz que relucía en comparación a las otras ilustraciones que se veían descoloridas y maltratadas. Estuvo varias horas en su cuarto viendo el cáliz. Cansado se dirigió al cuarto de baño y se miró en el espejo y… ¡horror, vio su imagen envejecida! Joaquín contaba con veinte años y ahora parecía de treinta y cinco. Cada minuto envejecía más y más. Sumamente asustado decidió regresar, ya que estaba seguro de que lo que le estaba sucediendo tenía relación con el libro robado.
Cuando llegó a la librería se dio cuenta que el anciano se veía considerablemente rejuvenecido. Puso el libro en su lugar, y se percató de que estaba aún más envejecido, la piel estaba muy arrugada y su pelo blanco; además, sentía achaques de anciano. Se dirigió al librero para preguntarle qué era lo que estaba pasando, pero éste seguía con su habitual silencio, al tiempo que se volvía cada vez más joven. Joaquín desesperado gritaba, y los clientes que entraban le tomaban por el librero y no le creían lo que contaba. El librero se limitaba a decir que su padre estaba chocho. Corrió a patadas a Joaquín diciendo que mientras hubiera personas curiosas y ladronas, él tendría garantizada la eterna juventud.
Joaquín murió poco después en la calle, abandonado, sus padres no le pudieron auxiliar pues buscaban a su joven hijo que habían reportado extraviado a las autoridades. El librero, otra vez rejuvenecido, había pactado con el Diablo su eterna juventud a cambio del alma de los mancebos curiosos que se robaban el Libro del Cáliz.


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