Una curiosa
historia dio vida a estos personajes que, ataviados con máscaras y bailando al
ritmo de la marimba, inundan de bailes y alegría las márgenes del río Grijalva,
en Chiapas.
Chiapas se destaca por la belleza de su naturaleza, por su
rica y compleja historia; en su fértil territorio han vivido desde la época
prehispánica diversos grupos como los tzotziles, tzeltales, tojolabales,
choles, zoques y chiapanecas. Entre la población de nuestros días se cuenta la
historia del suicidio colectivo de estos últimos ante la inminencia de la
dominación española. Los chiapanecas eran
particularmente agresivos. Su poderío militar era tal que se duda que alguna
vez fueran conquistados por los aztecas.
Se cuenta que esta notable población se acabó, no porque los
conquistadores la hubiesen sometido, sino por la decisión propia de quitarse la
vida antes que aceptar la dominación. Inútilmente, Luis Marín sometió Nandalumí Pueblo grande en 1524,
pues pronto sus pobladores volvieron a sus viejas costumbres. En 1528,
sabedores de la fiereza de los indios chiapanecas, los españoles, al mando de Diego de Mazariegos, iban muy bien
armados y con el apoyo de los pueblos vecinos, llegaron hasta el Peñón de
Tepechtía, en el Cañón del Sumidero, donde, se dice,
se libró la última batalla contra los valientes nativos.
Al verse cercados por el enemigo, familias enteras de chiapanecas se
arrojaron al precipicio; las aguas del río se tiñeron de rojo. Conmovido ante
el hecho, el capitán español cesó el combate. Con los sobrevivientes surgieron
las primeras encomiendas y en las orillas del río fue fundado un nuevo pueblo: Villarreal de los indios, la Chiapa de
los indios: Chiapa de Corzo, que con la Chiapa
de los españoles: San Cristóbal de las Casas, dieron
nombre al estado. Realidad o ficción, para los chiapanecos, la leyenda del
Sumidero es un símbolo de la lucha por la ansiada libertad.
Otra leyenda enraizada profundamente en el sentir de los chiapacorceños
es la que recuerda los infaustos días en que, en medio de la sequía y el
hambre, los lugareños recibieron a una distinguida viajera.
La dama expuso a los habitantes del pueblo el motivo de su viaje: su
hijo padecía un extraño mal que le impedía mover las piernas. Había recurrido a
los médicos más reconocidos, sin que brebajes ni sangrías lograran recuperarlo,
de ahí que ella decidiera visitar varios lugares remotos en busca del
remedio "para el chico".
Cuando le hablaron de los curanderos de Chiapa decidió consultarlos. Al poco
tiempo apareció el de Namandiyuguá, cerro
brujo, quien después de examinar al joven, le recetó pócimas de hierbas y
ordenó que se llevara al chico a los baños de Cumbujujú "lugar donde abunda el jabalí" para completar el tratamiento.
La madre acudió al lugar, cerca del pueblo y poco después, como de
milagro, el joven empezó a recobrar la movilidad en las piernas.
Agradecida, la mujer, que se llamaba doña María de Angulo, mandó traer desde tierras distantes ganado y
grandes cantidades de cereales para paliar la crisis en Chiapa. Ordenó que se
destazara cada día una vaca en la plaza y repartió canastas con víveres entre
la población.
En el mes de enero, el día
de San Sebastián, doña María mandó sacar a su hijo en andas y desnudo
-como el santo-, para que no volvieran las penurias al pueblo. Más tarde, ambos
regresaron a su país; la situación había cambiado, la naturaleza pródiga se
manifestó nuevamente, los lugareños relacionaron la abundancia con la petición
hecha por la mujer y su hijo al santo. Con la llegada de un nuevo año, los
nativos recordaron la visita con la representación de una muchacha y un joven
vestidos como los personajes paseando por las calles, rodeados de sus
"sirvientes", quienes repartieron comida simbólicamente.
No hay datos que avalen esta leyenda, los cronistas no la mencionan; sin
embargo, el relato -con variantes- se conserva en el recuerdo de los
chiapacorceños, y en las recopilaciones escritas que se hicieron a finales del
siglo XX. Pero la realidad es que sólo quedan como testigos el Cerro brujo, las
vertientes del Cumbujuyú, cercanos a Chiapa
de Corzo y la conmemoración de la visita que tiene lugar todos los
años, en el mes de enero durante
las festividades del Señor
de Esquipulas -herencia guatemalteca-, San Sebastián Mártir y San Antonio Abad,
cuando las "chuntás", "los parachicos" y las
representaciones de doña María de Angulo recorren las calles de la población en
una alegre celebración llena de tradición y colorido.
Los viajeros que van a esta fiesta, al llegar a Chiapa de Corzo, se
encuentran con la plaza grande, la fuente colonial, llamada por los lugareños
la "pilota",
construida con ladrillo, en estilo mudéjar imitando la corona del rey de
Castilla y Aragón, y cuya construcción iniciara fray Rodrigo de León en 1552.
Es también famosa "la
pochota", ceiba añosa, árbol ritual de los mayas que nunca falta en las
plazas de la región y la iglesia
de Santo Domingo, erigida
entre 1554 y 1576, también
de estilo mudéjar, todos ellos mudos testigos de la historia de la ciudad.
El bullicio comienza el día 8 de
enero, cuando las "chuntá",
jóvenes disfrazados de mujeres recorren las calles de la población con faldas
floreadas, con tocados y sombreros, maquillados o enmascarados, llevando
canastas llenas de banderas de papel, y bailando el movido Bayashando,
acompañado del redoblar de los tambores. Al frente del grupo vienen los "abrecampo", que
provocan la risa de los asistentes. Se dice que esta costumbre tiene su origen
en las mujeres que acompañaron a la señora de Angulo o bien que es una
celebración ligada a la época de las cosechas.
En día 13 se
velan las ramas que, adornadas con frutas y flores, se llevan en la madrugada
del día 14 al barrio
de San Jacinto, al Señor de Esquipulas. Allí
hay marimba, el cálido aire se mezcla con el olor de la pólvora de los cuetes,
los nanches y los jocotes curtidos. El templo es un jardín florido pletórico de
azucenas, gladiolas, nubes, dalias, crisantemos, claveles, nardos y margaritas
y de “enramas "adornadas con papayas, sandías, guineos, piñas, guías de
jocotes, ramos de limas, cocos y pan de rosca. Los santos apenas si se notan
entre las flores y el humo del estoraque. En la comida comunal se sirve “cochito" con arroz, chanfaina y tradicional tasajo con pepita.
El día 15, dedicado
al Cristo negro de Esquipulas, aparecen "los parachicos". Es
imprecisa la explicación de su origen, hay quien dice que son representación de
los comerciantes que, engalanados, iban a la fiesta "para el chico",
otros aseguran que son los acompañantes y los mayordomos de la señora Angulo
que repartían la comida, o bien los patrones de cabellos rubios y capas de
fiesta.
Los parachicos lucen una montera de ixtle a manera de peluca, es la
cabellera rubia, además de una preciosa máscara -que imita las facciones del
español-, con ojos comprados o manufacturados por el artesano, con vidrio
fundido sobre un molde y decorado como una pupila. Portan también dos
paliacates, uno que cubre la cabeza, y el otro que se sujeta alrededor del
cuello con el fin de afianzar la máscara.
Aseguradas en la cintura y sobre las piernas, estos curiosos personajes llevan unas chalinas de seda con
flores bordadas, en chaquira y lentejuela, sobre el pecho dos cintas
entrecruzadas, en las manos un "chinchín" o sonaja de hojalata.
Los Parachicos aparecen por todo el pueblo, van por las banderas a San
Gregorio, el templo de la loma, para bajarlas a la iglesia grande y entre danza
y música, patrón y prioste, llevan a San Antonio Abad a las ermitas del
Consagrado y de San Antonabal. ¡Allí vienen los Parachicos! es el grito que se
oye por doquier.
Después del canto del Nambujó, que entonaba el patrón en el atrio de la
iglesia, al ritmo de la guitarra, el tambor y la flauta, gritan "Parachico
me pediste, parachico te daré y al compás del tamborcito, mi chinchín te
sonaré", la fiesta continúa. Las muchachas, que visten el precioso vestido
de contado y bordado de tul de vuelos con flores multicolores, llenan las
calles y la plaza, llevan sus jícaras recubiertas de maque, prestas a llenar de
confeti a los asistentes.
Para el 20 de enero,
el mayordomo, que es quien hace el gasto, va a misa, lleva sarape, jícaras,
listones, bandas. Después del rompimiento de la fiesta todo es importante, ser
marimbero o de la banda de música, llevar banderas, llegarse a la plaza, cerca
de la pochota, donde los niños suben y bajan en los caballitos, si bien los
novios prefieren la rueda de la fortuna y otros los jarros de barro con trago.
Mientras tanto, del templo grande han salido tres imágenes de San
Sebastián, dos se llevan a las ermitas y la tercera, grande, entre banderas,
precedida por cientos de Parachicos -ancianos, jóvenes y niños- se dirige a la
casa del Prioste, a la Comida Grande.
Todos asisten, a veces hasta llega el gobernador del estado, la música
no cesa mientras se come pepita con tasajo.
El día 21 en la
noche tiene lugar un "combate naval", en las márgenes del río Grande.
Los maestros pirotécnicos han dispuesto todo para la fiesta nocturna, los
artesanos coheteros pintan la noche con cascadas de luces de colores y con matices
luminosos el oscuro espejo del Grijalva. También se habla de que esta costumbre
tiene antecedentes muy lejanos. En el siglo XVII, Thomas Gage presenció un
"combate" que relata en sus crónicas de viaje y que luego se dejó de
representar. Fue hasta 1906, cuando Aníbal Toledo, emocionado por un documental
de la guerra ruso- japonesa, propuso que se reviviera la vieja costumbre del
"combate".
El 22 de enero es
el día de los carros alegóricos, entonces todos estrenan alguna prenda, los
"parachicos", los "abrecampos" y los "estandartes
" rodean el carro de doña María de Angulo. Hay concursos, bailes populares
y torneos de equipos deportivos.
Al fin llega el día 23, cuando
tiene lugar la misa de despedida, los asistentes hacen valla; cuando llega la
imagen de San Sebastián, las "banderas" y los "parachicos"
irrumpen, llegan al altar y resaltan entre la multitud con sus sarapes
multicolores y sus máscaras laqueadas al son de la música y las sonajas. De
pronto empiezan a bailar en silencio y se arrodillan, pero enseguida vuelven el
ruido y los vivas interminables.
Propios y extraños se hacen la promesa de volver al año siguiente para
conservar la tradición en Chiapa de Corzo, la del río Grande,
el templo, la "pilona", la "pochota", todo ese mundo mágico
de leyendas que es Chiapas.