martes, 29 de diciembre de 2015

EL CALLEJÓN DEL DIABLO



En la época de la Colonia existía en el centro de la Ciudad de México una pequeña calle llamada el Callejón del Diablo.

Era oscuro y tenebroso, y solamente tenía una vivienda muy pobre en la cual vivía un tuberculoso.

A nadie le gustaba pasar por el callejón de marras. Una noche, un joven se encontraba en una tertulia, se le hizo tarde y, para cortar camino entró al callejón. De pronto vio una silueta apoyada en uno de los árboles.

Se asustó, pero dominando su miedo se acercó al sujeto; cuando se encontraba cerca de la figura, vio que se trataba de un ser espeluznante que reía a mandíbula batiente.

El joven, al ver la terrible aparición, echó a correr despavorido. La anécdota se supo por toda la ciudad, y ya nadie deseaba pasar por ahí al saber que se aparecía el Diablo.

Un brujo reconocido por sus habilidades, aconsejó que para apaciguar al Diablo y evitar que saliese por otras calles, se le colocaran en el árbol monedas de oro y joyas. Así se hizo. Al otro día las monedas ya no estaban bajo el árbol. El Diablo parecía complacido.

Un día, dos marineros, lobos de mar y muy corridos en aventuras, supieron del aparecido del callejón y decidieron ir a indagar qué había de cierto en tal historia. Decidieron entrar al callejón a la medianoche.

Vieron al Diablo recargado como siempre en el árbol. Ya estaba listo para encender su antorcha de azufre cuando, de repente, vio aparecer una luz y se vio a un ser peludo, larga cola, pezuñas, e imponentes cuernos que era el verdadero Satanás.

El Diablo del árbol sintió una quemadura en las posaderas, gritó de dolor, y al ver al otro Diablo, salió corriendo al tiempo que decía: ¡Auxilio, Jesús mío, el Diablo quiere llevarme!
Los dos marineros se quedaron vigilando en el callejón hasta el otro día. Pero el Diablo peludo y con grandes cuernos no se volvió a aparecer.

Unos días después, en la ciudad se sabía que uno de los señores importantes se encontraba muy enfermo a causa de una fuertes quemaduras en los glúteos que se habían infectado.

Arrepentido de sus acciones, el supuesto Diablo se confesó, y donó las joyas y las monedas de oro mal habidas a los pobres.

Así dieron término las apariciones del supuesto Diablo fraudulento, castigado por el verdadero Demonio, que nunca más se volvió a aparecer y que escarmentó a su ambicioso suplantador.

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