lunes, 7 de diciembre de 2015

LA AHUEIACTLI



Juanito Malacara, muchachito totonaca de apenas quince años, era moreno, dulce, bello como la flor de la vainilla, y estudioso.

Su padre le enseñaba los secretos de las hierbas para que lo sustituyera cuando hubiese alcanza la venerable edad de lamentarse.

Juanito estaba muy contento de llegar a ser tan buen curandero como Tobías, su padre. Había aprendido bastante e incluso había curado enfermedades ligeras siempre con el concurso de Tobías.

Un día martes, a las siete de la mañana, Juanito caminaba por un sendero del monte a la búsqueda de ciertas planta que necesitaba su padre para sanar una recalcitrante asma.

Andaba muy quitado de la pena cuando de pronto vio que las matas se movían y de ellas salía la temible Ahueiactli; en seguida reconoció a la serpiente por su extrema largura, sus cascabeles en la cola, sus largos colmillos y su color oscuro con el pecho amarillo y el hocico rojo. Juanito sabía que en el Totonacapan tal serpiente esperaba agazapada a los caminantes para devorarlos; el chico corrió lleno de pavor ante tan horripilante sierpe.

La Ahueiactli lo empezó a seguir a gran velocidad. De pronto, Juanito recordó que llevaba una pelota hecha de papel en la que guardaba picíetl molido; es decir tabaco, y presto sacó la bola de su morral y se la arrojó a la serpiente.

El tabaco de la bola se derramó sobre la Ahueiactli que enseguida se quedó adormecida con el polvo, y quedó caída a medio camino. Juanito aprovechó y la mató, pues sería muy útil para algunos propósitos curativos de su padre.

Juanito sabía que el tabaco narcotiza a la Ahueiactli, y que por eso siempre que se va al campo y a los caminos se deben llevar pelotas de pícietl o jarritos llenos de polvo de tabaco, para así, en  caso dado, poder salvarse de la mordedura mortal del monstruo de los caminos: la Ahueiactli.

1 comentario:

  1. Mi nombre es Sonia Iglesias y Cabrera y me parece un descaro enorme que haya usted plagiado una leyenda de mi autoría

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