domingo, 6 de diciembre de 2015

LA BIZÁÁ



Andrea Castillejos, joven bonita de veinte años, había nacido en las afueras de un pueblo zapoteco de una pareja que tenía siete hijos.

La familia, aunque pobre, se llevaba bien. Sin embargo, Andrea no era feliz porque la ambición la hacía desear salir de su estado que consideraba lamentable.

Como no contaba con estudios, llegó al segundo de primaria, decidió volverse bruja y obtener dinero ejerciendo las malas artes.

Acudió con don Dionisio, el brujo más sabio y malvado de la comunidad, para que la iniciara en los menesteres brujeriles. Don Dionisio aceptó ser su maestro a cambio de los favores sexuales de la joven durante todo el tiempo que durara el aprendizaje.

El hechicero comenzó indicando a Andrea que debía saltar cuatro veces, maldecir a sus progenitores y a ella misma, y ponerse la piel del animal en que deseara convertirse, ya que al adoptar la forma de un mono, burro, toro, buitre u otro animal, podría “chupara la sangre” de las personas adultas cuando dormían, o de los nonatos que aún se encontraban en el vientre de su madre.

Este ritual lo debería efectuar la joven un martes o viernes por la noche, cuando el resplandor de la Luna es propicio.

Cuando pasó cierto tiempo y ya estaba Andrea convertida en una bizá’á, estuvo lista para chupar a su primera víctima que fue nada menos que su eterno enamorado Juliancito Farías.

Antes de la iniciación, Andrea acudió a la primera misa para “pedir a Dios” y luego, se revolcó desnuda en las cenizas de un río. Ya lista, acudió por la noche a la casa de Juliancito convertida en una hermosa serpiente, trepó a su cama y empezó a chupar al muchacho en su joven cuello.

Pero el padre de Juliancito se percató de lo que pasaba, e inmediatamente orinó  sobre la serpiente y clavó la sombra del animal con un puntiagudo puñal, remedios infalibles para alejar a los bizá’á.

En efecto, al poco rato la serpiente se convirtió en la mujer que era Andrea ante la sorpresa de los padres y del enamorado Juliancito. La sacaron a patadas de la casa y la denunciaron ante las autoridades indígenas del pueblo, quienes la sentenciaron a apartarse para siempre del pueblo.

Sin embargo, Juliancito Farías ya nunca fue el mismo, pues a la pena de descubrir que su amada era una sangrienta bruja, una bizá’a, se unía el hecho de que el joven quedó afectado en sus capacidades mentales y sin poder mover la mano izquierda.

Para que nunca nos chupe una bizá’á, se debe observar si las personas que se encuentran cerca de nosotros no tiene en el vientre una luz roja, que les sirve para quemar y usar un amuleto llamado shremed bicha’, “remedio contra la bruja” 

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