El penacho
de Moctezuma, que en náhuatl recibe el nombre de quetzalapanecáyotl, es un ejemplo del
excelso quehacer de los plumajeros mesoamericanos.
Las
técnicas de elaboración tuvieron como propósito el ocultamiento de su
estructura y de millares de nudos, para que coloridas plumas y elementos
metálicos lucieran en todo su potencial simbólico-visual. En movimiento,
brillos e iridiscencias eran parte de un mensaje ritual.
Las
incógnitas en torno al penacho durante los episodios que inician con la llegada
de Hernán Cortés a las costas de Veracruz y que culminan con la caída de Tenochtitlán
son varias: ¿se trata de un atuendo que el conquistador recibió a bordo de su
navío para envestirse de Dios? ¿Es un objeto que formó parte de los lotes de
regalos enviados a Carlos V? ¿Es producto del saqueo hispano a las arcas del
palacio del tlatoani? A estas preguntas, que aún no tienen respuesta, se suman
las de su traslado al Viejo Continente y llegada al Castillo de Ambras en
Austria.
La fama
mediática de esta pieza generalmente se relaciona con esos momentos de la
historia en los que no es posible afirmar o negar rotundamente que perteneciera
a Moctezuma II.
Sin
embargo, son sus cualidades técnicas, materiales y estéticas las que en
realidad la ubican como ejemplo excepcional del arte universal.
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