Los seres humanos tendemos más a la destrucción
que a la construcción;
nuestros pensamientos, palabras y acciones, van más a herir, romper y derrumbar, en vez de sanar,
construir y reparar. Le damos más cabida al rencor que al perdón, tenemos
la concepción errónea
que perdonar o dar el primer paso para la reconciliación, es sinónimo de
disminuirnos o exponernos a la humillación… Cuando en realidad lo que más dignifica y engrandece
el corazón, es su capacidad
de amar, buscando siempre la sanación y reparación…
Somos
expertos para dañar los sentimientos de los demás, cuando indisponemos al
otro o le prevenimos hacia alguien, lo rotulamos sin darle la oportunidad de conocerle e ir más
allá… jugamos siempre a perder o ganar, haciendo de la competencia una
batalla campal, en donde
cualquier cosa se vale para lograr lo que se quiere alcanzar, sin importar lo
que hay que hacer o por encima de quien hay que pasar. Y así mismo dejamos que otros
influyan en nosotros y nos hagan pensar mal de los demás; escuchamos los
comentarios dañinos, permitimos
que nos contagien con el chisme sin hacer el intento de
comprobar
si es mentira lo que dicen o es verdad. Cabe preguntarnos: ¿De qué nos estamos
alimentando? ¿Con qué nos estamos llenando?, porque eso mismo que recibimos, eso
mismo damos y reflejamos;
hasta ensalzamos el viejo refrán que dice: "Ojo por ojo, diente por
diente" y lo utilizamos cuando nos conviene, para justificarnos. Si
seguimos así, cuando menos nos imaginemos todos caminaremos por el mundo tuertos y hasta
ciegos, porque en vez de defender la vida, nos estamos matando.
Ya
no existe la unión en las familias, entre los mismos padres y hermanos hay
rencillas; ya no se cree en la verdadera amistad, andamos prevenidos, preferimos no confiar;
permitimos que vaya de generación
en generación el odio que algún día existió entre dos; y hasta los más
inocentes terminan involucrados, en una guerra que ellos no tienen ni idea cómo ni cuando se
ha formado, simplemente es una tradición que hay que seguir y que no se puede
romper, porque el honor se
ha de perder.
No
permitamos que nos dañen los sentimientos, ni seamos de aquellos que se los dañan
a los demás; porque no nos damos cuenta del mal que hacemos cuando decimos o hacemos cosas que
puedan herir y hasta destruir,
o incitamos a otros que lo hagan; destrozamos vidas, pisoteamos el alma y hasta más; y después
qué difícil es reparar o hacer que las cosas sean como antes eran, porque
nada podrá ser igual. Si
seguimos así como vamos, muy pronto la humanidad tuerta y ciega andará,
porque si no aprendemos a amar como Dios nos ama, ni perdonar, ni reparar, nos destruiremos unos
con otros, poco a poco nos
vamos a matar. No es pesimismo lo que aquí digo, simplemente escribo la dura
realidad, para que luchemos por hacer algo, aún estamos a tiempo de reconstruir, reparar,
sanar o enmendar; todavía hay corazones que se pueden salvar.
El
amor de Dios todo lo puede, simplemente démonos la oportunidad de experimentarlo,
para así mismo poderlo brindar.
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