En esa búsqueda
de la paz interior, con la que todos solemos soñar; nos enfrentamos a heridas que no han sido
sanadas, vacíos que no sabemos
como llenar; historias sin terminar, a las que les hace falta un final;
rebujos escondidos que pretendemos olvidar, para que su recuerdo no nos duela ni nos haga
llorar; todo esto nos exige
saber perdonar, tener la sabiduría para vivir cada día, como una nueva
oportunidad que se nos regala para reparar, recuperar, saldar, curar; a
fin de que podamos recordar, pensar, escudriñar nuestras
entrañas, sin nada que ocultar ni lamentar.
Es la grandeza de
la reconciliación, en toda su dimensión; es la magia que nos ofrece cuando la
experimentamos sin reservas y sin condición, la paz en su plenitud se alcanza,
cuando reconocemos con humildad
que es necesario aprender a pedir perdón y de igual modo a perdonar. Para
ello es necesario liberarnos de todo aquello que nos esclaviza a sentimientos y pensamientos que
no nos dejan avanzar.
Perdonar a Dios,
no porque El haga las cosas mal, sino porque le culpamos de lo que pasa en el mundo, aún de
los errores que a diario comete la humanidad. Hay quienes enfrentan luchas
campales con El y hasta
dudan de su existencia, porque no encuentran respuesta a la enfermedad,
tragedia, fracaso y dolor. Es necesario perdonarlo en nuestro interior por aquello que no
entendemos el por qué nos ocurrió; por los seres amados que hemos perdido,
por los momentos difíciles
que hemos vivido; por todo lo que le acusamos y de nuevo le condenamos,
cuando El, por saldar todas nuestras deudas, con su vida su amor nos ha entregado.
Perdonarnos a
nosotros mismos cuando fallamos, porque nos convertimos en verdugos de nuestra propia
humanidad, nos minusvaloramos
y pisoteamos cuando nos equivocamos, y hasta creemos que todo lo malo que pasa
a nuestro alrededor es culpa nuestra: divorcios, muertes, pérdidas, caídas,
propias o de los seres que hemos amado. Ante nuestras caídas, hay que
levantarnos, continuar y no dejar nunca de soñar.
Y lo más difícil
quizás, perdonar a los demás; sanar esas heridas que nos han causado, hasta aquellas de la
cual hemos dicho: la vida nos ha destrozado; abandono, desamor, traición,
olvido, violencia física o
verbal, vacío y soledad, tanto dolor que creemos imposible de borrar.
Mientras vivamos con ese resentimiento y rencor, no alcanzaremos la paz del corazón; no nos
hace menos el ofrecer o pedir perdón, por el contrario, dignifica nuestro
ser y da testimonio
de nuestra inmensa capacidad de amar. Perdonar no es olvidar, hay momentos y personas que no se
pueden de la mente borrar;
perdonar es recordar sin dolor, es poder mirar a los ojos de quien nos hizo
daño y no sentir odio ni rencor, ser capaces de orar por su paz interior; porque no puede vivir
tranquilo aquel que causa dolor.
Perdonando, no
nos atormentará más el pasado, ni el futuro nos llenará de temor; recobraremos nuestros
sueños, repararemos cada rincón del alma que había sido destruido, podremos
sonreír en libertad,
aún llorar en paz… El perdón nos devuelve la esperanza, nos hace creer de
nuevo en el amor y la amistad, fortalece nuestra fe, nos ayuda a sentir que todo es posible,
que cada día se nos regala
una nueva oportunidad.
Cómo juzguemos
seremos juzgados; por nuestra humanidad, siempre habrán momentos en los que nosotros también
hemos de fallar; quizás sin darnos cuenta a otros hemos herido y hasta nos
hemos equivocado; hay que
saber reconocer y aceptar nuestra fragilidad; ser capaces de pedir perdón,
sobre todo de perdonar. No esperemos a que el otro de el primer paso, quizás se nos acabe la vida
esperando. No renunciemos
al perdón diciendo que hay heridas tan grandes que son imposibles de
perdonar; hay que tener presente que cuando hay amor todo se puede, el amor todo lo puede, y el
perdonar demuestra la capacidad
de amar. De nadie más depende, en nuestras manos está la decisión, de
perdonar y vivir en paz, o de atormentarnos con el odio y resentimiento
que la vida destruirán. Recordemos la oración que a diario rezamos, donde le pedimos a Dios,
que "Perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos"
Con Dios quizás
sea difícil, pero se puede lograr; sin Dios, es mucho más complicado y hasta imposible
será.
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