martes, 10 de abril de 2018

PERDONAR ES VIVIR EN PAZ




En esa búsqueda de la paz interior, con la que todos solemos soñar; nos enfrentamos a heridas que no han sido sanadas, vacíos que no sabemos como llenar; historias sin terminar, a las que les hace falta un final; rebujos escondidos que pretendemos olvidar, para que su recuerdo no nos duela ni nos haga llorar; todo esto nos exige saber perdonar, tener la sabiduría para vivir cada día, como una nueva oportunidad que se nos regala para reparar, recuperar, saldar, curar; a fin de que podamos recordar, pensar, escudriñar nuestras entrañas, sin nada que ocultar ni lamentar.

Es la grandeza de la reconciliación, en toda su dimensión; es la magia que nos ofrece cuando la experimentamos sin reservas y sin condición, la paz en su plenitud se alcanza, cuando reconocemos con humildad que es necesario aprender a pedir perdón y de igual modo a perdonar. Para ello es necesario liberarnos de todo aquello que nos esclaviza a sentimientos y pensamientos que no nos dejan avanzar.

Perdonar a Dios, no porque El haga las cosas mal, sino porque le culpamos de lo que pasa en el mundo, aún de los errores que a diario comete la humanidad. Hay quienes enfrentan luchas campales con El y hasta dudan de su existencia, porque no encuentran respuesta a la enfermedad, tragedia, fracaso y dolor. Es necesario perdonarlo en nuestro interior por aquello que no entendemos el por qué nos ocurrió; por los seres amados que hemos perdido, por los momentos difíciles que hemos vivido; por todo lo que le acusamos y de nuevo le condenamos, cuando El, por saldar todas nuestras deudas, con su vida su amor nos ha entregado.

Perdonarnos a nosotros mismos cuando fallamos, porque nos convertimos en verdugos de nuestra propia humanidad, nos minusvaloramos y pisoteamos cuando nos equivocamos, y hasta creemos que todo lo malo que pasa a nuestro alrededor es culpa nuestra: divorcios, muertes, pérdidas, caídas, propias o de los seres que hemos amado. Ante nuestras caídas, hay que levantarnos, continuar y no dejar nunca de soñar.

Y lo más difícil quizás, perdonar a los demás; sanar esas heridas que nos han causado, hasta aquellas de la cual hemos dicho: la vida nos ha destrozado; abandono, desamor, traición, olvido, violencia física o verbal, vacío y soledad, tanto dolor que creemos imposible de borrar. Mientras vivamos con ese resentimiento y rencor, no alcanzaremos la paz del corazón; no nos hace menos el ofrecer o pedir perdón, por el contrario, dignifica nuestro ser y da testimonio de nuestra inmensa capacidad de amar. Perdonar no es olvidar, hay momentos y personas que no se pueden de la mente borrar; perdonar es recordar sin dolor, es poder mirar a los ojos de quien nos hizo daño y no sentir odio ni rencor, ser capaces de orar por su paz interior; porque no puede vivir tranquilo aquel que causa dolor.

Perdonando, no nos atormentará más el pasado, ni el futuro nos llenará de temor; recobraremos nuestros sueños, repararemos cada rincón del alma que había sido destruido, podremos sonreír en libertad, aún llorar en paz… El perdón nos devuelve la esperanza, nos hace creer de nuevo en el amor y la amistad, fortalece nuestra fe, nos ayuda a sentir que todo es posible, que cada día se nos regala una nueva oportunidad.

Cómo juzguemos seremos juzgados; por nuestra humanidad, siempre habrán momentos en los que nosotros también hemos de fallar; quizás sin darnos cuenta a otros hemos herido y hasta nos hemos equivocado; hay que saber reconocer y aceptar nuestra fragilidad; ser capaces de pedir perdón, sobre todo de perdonar. No esperemos a que el otro de el primer paso, quizás se nos acabe la vida esperando. No renunciemos al perdón diciendo que hay heridas tan grandes que son imposibles de perdonar; hay que tener presente que cuando hay amor todo se puede, el amor todo lo puede, y el perdonar demuestra la capacidad de amar. De nadie más depende, en nuestras manos está la decisión, de perdonar y vivir en paz, o de atormentarnos con el odio y resentimiento que la vida destruirán. Recordemos la oración que a diario rezamos, donde le pedimos a Dios, que "Perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos"

Con Dios quizás sea difícil, pero se puede lograr; sin Dios, es mucho más complicado y hasta imposible será.


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