En
el bellísimo e histórico pueblo de Taxco de Alarcón, ubicado en el norte del
estado de Guerrero, vivía, hace ya unos cientos de años, una familia muy rica,
fanática de la religión y de las costumbres tradicionales; está de más decir
que dicha familia tenía prejuicios raciales y de clase, y no se permitía
ninguna relación que n fuese con personas de su misma alcurnia. La familia
estaba formada por los padres, una hija, y un varón llamado Álvaro, joven
blanco, de ojos azules y de cabello como la miel.
En cierta ocasión llegó a
servir a la casona donde vivían una joven mulata, Felisa, bonita, de pelo
negro, largo y rizado, delgada, morena, dulce como las flores. Se trataba de
una joven humilde de diecisiete años, muy cumplidora en sus deberes, alegre, y a
la cual le gustaba mucho cantar mientras realizaba sus labores. Sobre todo,
cuando alimentaba a los pájaros que se encontraban en las jaulas de la galería
del patio central.
Un día, al
oírla cantar Claudio se fijó en ella y quedó prendado de su voz y de sus
encantos que saltaban a la vista. Se enamoró profundamente y le confesó su amor
sin ambages. La mulata le correspondió y, al tiempo, decidieron casarse. Pero
la joven estaba consciente de que los padres de Claudio no estarían de acuerdo
con ese casamiento, por ser ella una mulatica de clase muy humilde. Y
efectivamente, la madre, el padre y la hermana pusieron el grito en el cielo
ante tal locura, de la que por supuesto no estaban de acuerdo.
Al
muchacho no le importaba que sus padres se opusiesen y estaba dispuesto a
desobedecer la prohibición que le hicieran de contraer matrimonio, por el gran
amor que sentía por Felisa. Poco le importaba que lo desheredaran. Sin embargo,
la hermana de Claudio que era caprichuda y malvada, un mal día agarró a golpes
a Felisa y la corrió de la casa, amenazándola de muerte si volvía a ver a su
hermano.
Desolada, Felisa su fue
hacia las montañas, y en un río donde se encontraba una poza de agua
transparente, se dejó morir hundiéndose poco a poco, segura de que nunca podría
ser la esposa de Claudio.
Esa misma noche el
enamorado tuvo un sueño en el veía a la mulata que lo llamaba desde la poza
cristalina. La vio parada a la orilla y llamándolo con lágrimas en los ojos.
Sin pensarlo mucho, el enamorado salió de su casa por la madrugada y se dirigió
hacia la poza. Al llegar a ella vio a Felisa que se metía en el agua y
enseguida la siguió. Ambos jóvenes se habían suicidado por un amor frustrado por
las ideas obsoletas del padre de Claudio.
Las noches de luna llena,
junto a la poza de agua plateada, se ven dos sombras que caminan a la orilla de
la poza. Van tomados de la mano, en sus rostros puede verse la gran alegría que
siente por haber podido unirse por toda la eternidad, a pesar de las
prohibiciones que los orillaron al suicidio.
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