jueves, 14 de junio de 2018

LA CASA QUE NO QUERIA MORIR




Una leyenda de San Luis Potosí nos cuenta que, a finales del siglo XX, las autoridades de la ciudad decidieron modificar y modernizar algunas calles de la ciudad. Se eligieron las calles de Uresti, la Avenida Carranza y la Avenida Reforma. Para llevar a cabo tal medida se hacía necesario derrumbar algunas casonas que se encontraban en las calles mencionadas, lo que permitiría la creación de un pasaje turístico que atrajera visitantes.
Ni que decir tiene que tal medida contaba con simpatizantes y detractores que veía con malos ojos ese proyecto que restaría belleza a la ciudad. Algunos de los dueños de las casas se defendieron de la demolición, pero desgraciadamente perdieron y sus propiedades fueron demolidas.
Sin embargo, una de las casas que se encontraba en la Avenida Reforma y que hacía esquina con la Calle de Álvaro Obregón, propiedad de una mujer llamada Raquel Villalba, se salvó de la demolición y de la correspondiente expropiación, debido a algunas complicaciones de índole legal.
La solitaria casa quedó abandonada en el paraje urbano y en ella solían meterse alguno que otro drogadicto o teporocho, para hacer de las suyas. Fue entonces que empezó a correr el rumor de que la casa estaba embrujada, y que en ella habitaban fantasmas de los cuales valía más la pena cuidarse, pues eran de temer, se afirmaba. Se veían luces por las ventanas y se escuchaban ruidos escalofriantes procedentes de la deshabitada casa. E incluso algunas personas aseguraban que por las ventanas se asomaban caras de terribles espectros.
Un cierto día aparecieron frente a la casa máquinas que tenían como tarea derribar la siniestra casona. Sin embargo, los días transcurrían y la casa seguía en pie. Algunas personas opinaban que se trataba de problemas legales, pero otras aseguraban que la casa se resistía a ser derribada, pues cuando los trabajadores preparaban las máquinas para tirarla, éstas se descomponían inmediatamente, Así sucedió una y otra vez. Además, muchas de las herramientas de trabajo desaparecían y no se las volvía a encontrar. Los obreros afirmaban que al estar dentro de la casa o cerca de ella, sentía cosas extrañas y escalofriantes que les ponían los pelos de punta. Muchos de ellos se negaron a seguir trabajando, aunque les aumentaran la paga.
Un día, los encargados de derrumbarla llevaron a un brujo para deshacer el hechizo que suponían pesaba sobre la casa. El exorcismo funcionó ¡Y por fin pudieron derrumbarla! Entonces descubrieron un túnel que comunicaba a la casa con varios templos y con otras casas aladañas, el túnel había sido construido durante la época colonial, cuando la casona había sido edificada.
De la casa no quedó nada, pero en el pasaje turístico, en el sitio que corresponde a la antigua ubicación de tal mansión, se pueden escuchar por las noches golpes en el suelo, tal cual si un hombre hubiese quedado atrapado en el túnel y quisiera salir desesperadamente.


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