El dios Rostro Negrito
fue un dios muy querido, patrono de la medicina, los juegos y los festivales.
Se cuenta que era muy acertado en lo referente a la curación de los niños, y
sorprendente para hacerlos hablar cuando algunos eran renuentes.
Como también era el
Señor del Agua Negra, la Tlítatl, que por cierto tenía propiedades curativas,
daba su agua tintosa para que los humanos dibujaran con ella sus códices.
Ixtlilton gustaba de
pintarse la cara de color negro, en la cabeza se adornaba con pedernales, y en
su pecho llevaba un collar de cuentas de fino cristal.
A la espalda portaba un
abanico de plumas en el que aparecía la figura del Sol, que se repetía en los
pectorales que llevaba cruzados.
En un mano sostenía un
escudo con el símbolo solar, el tonaliochimalli, y en la otra un bastón con la
figura de un corazón, el tlachialoni, que le posibilitaba ver el interior de
las almas de los humanos.
Cuando algún buen
ciudadano de importancia de Tenochtitlán deseaba hacer una fiesta en honor de
tan supremo dios, recurría a los sacerdotes de Ixtilton para que lo auxiliaran,
pues ellos se encargaban de llevar a la celebración a los danzantes y a los
músicos que los acompañarían en sus danzas, uno de ellos se encargaba de
personificar al dios y era él quien principiaba y dirigía las danzas.
Su templo, llamado
Tlacuilocan, era el lugar donde se le realizaban ceremonias. Para principiar
los ritos, se colocaba su imagen en una especie de altar elaborado con maderas
decoradas, en el cual se ponían muchos recipientes que contenían agua negra
tapados con un comal; dicen los abuelos que esta agua era maravillosa para
curar las enfermedades, especialmente las que aquejaban a los niños.
El sacerdote principal
se ataviaba con los aderezos del dios Ixtlilton, que de esa guisa se dirigía a
la casa del que ofrendaba la fiesta, en medio de danzas, cantos y humo de
copal.
Los danzantes llevaban
flores en las manos y estaban vestidos con ricos plumajes, ejecutando
bellos pasos al son el teponaztle. Cuando los sacerdotes y comparsas llegaban a
la casa del que ofrecía la fiesta, lo primero que hacían era beber y comer,
para luego dedicarse de lleno a la danza y al canto en honor a Ixtlilton
realizadas en el patio.
Después de haber bailado
cierto tiempo, el “dios” se dirigía a la casa, justamente hacia las tinajas que
contenían el pulque. En ese momento daba inicio el tlayacaxapotla, como se
denominaba la abertura de los recipientes que contenían la sagrada bebida.
Una vez satisfechos, el
sacerdote se acercaba a las tinajas que contenían el agua negra sagrada, que
habían permanecido cerradas por cuatro días, las abría, y se las ofrecía al
dios.
Si por mala suerte al
abrirse las tinajas alguna de ellas contenía alguna basura como pelos o pajas,
el sacerdote deducía que el anfitrión que ofrecía la fiesta no era un buen
hombre, sino adúltero, ladrón o lujurioso y, delante de todos los convidados,
el sacerdote desenmascaraba sus vicios y su tendencia a la discordia.
Cuando el sacerdote-dios
decidía partir, le obsequiaban mantas llamadas ixquen, cuyo significada era
“abertura de la casa”, para que todos se dieran cuenta que el dueño no
era muy honorable.
Al templo de Ixtlilton
acudían también los desesperados padres cuyos hijos estaban enfermos. Si podía
hacerlo, debían bailar para el dios y pedirle, con bellas palabras, que les
devolviese la salud.
Hecho lo cual, el
sacerdote les hacía beber del agua sagrada, el Tlilatl, y les reflejaba la cara
en una tinaja para saber si su tonalli, su alma, había o no, abandonado al
infante.
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