Dardo
de Agua, el dios de los lagos y los pescadores era bueno: protegía a los
pescadores y apaciguaba tempestades. Muy adorado en la actual Tlahuac, que hace
mucho tiempo era una isla llamada Cuitlahuac perteneciente al lago de Chalco, y
en Xochimilco, lugar de chinampas, donde había muchos trabajadores del mar.
Cuando
el dios se enojaba porque sus protegidos no le rendían culto como debía ser, no
vacilaba en enviarle terribles enfermedades de índole acuosa: gota, gripa,
pulmonía…
Cuando
llegaba el día de su celebración, los pescadores reunidos cerca del templo
entonaban un himno en su honor, dirigidos por los sacerdotes.
Himno
muy bello, su teocuícatl, “canto de dioses”, que se acompañaba con música y
danzas, y un vestuario sin igual, que decía: Junta tus manos, junta tus manos, en la
casa, lleva tus manos a repetir este ritmo, y vuelve a separarlas, vuelve a
separarlas en el lugar de las flechas.
Une las manos, une las manos en la casa, por ello,
por ello he venido, he venido. Sí, he venido, trayendo a cuatro conmigo,
sí he venido, cuatro están conmigo. Cuatro nobles, bien selectos, cuatro
nobles, bien selectos, sí, cuatro nobles.
Ellos personalmente anteceden su rostro, ellos personalmente
anteceden su rostro, ellos personalmente anteceden su rostro.
Otro
teocuícatl dedicado a Amímitl, registrado por fray Bernardino de Sahagún,
empezaba: Casa donde están conejos: tú vienes a estar en la entrada: yo vengo a
estar en la casa de armas. ¡Párate ahí: ven a pararte ahí! Solo, solo, ay,
lejos soy enviado.
Estos
cantos se llevaban a cabo en la fiesta a Mixcóatl del mes Quecholli, ya que el
dios Amímitl se identificaba con dicha divinidad, dios de las
tempestades, de la guerra, y la cacería.
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