A
estos santos monarcas también los conocemos como los Reyes Magos. Cuando Jesús
nació en Belén unos magos, procedentes de Oriente, llegaron hasta su pesebre
con el fin de ofrecerle regalos al recién nacido, pues sabían que se trataba
del Mesías, el hijo de Dios Padre y Salvador de la Humanidad. Cada uno de los
magos en su palacio, situado en la ciudad de Sava en Persia, había visto una
estrella que anunciaba el nacimiento del Niño Dios, y había decidido ir a
venerarlo a Belén.
Montados
en un camello, un elefante y un caballo, según la más conocida tradición, y
cargados de un precioso tesoro consistente en varios kilos de piedras
preciosas, collares, plumas de avestruz, bálsamos, cofres de áloe, ébano y
sándalo, llegaron hasta el humilde pesebre sobre el cual la estrella se detuvo
para señalar el recinto sagrado. Tenía tres días de nacido el Niño, cuando
recibió las ofrendas y les dio a los reyes a cambio un cofrecito que contenía
una piedra, la cual simbolizaba el hecho de que tenían que ser firmes y
constantes en su fe. Pero como los magos desconocían su significado, arrojaron
la piedra a un pozo; hecho lo anterior, desde una nube bajó una enorme
llamarada hasta la piedra. Entonces los magos comprendieron que la piedra era
un talismán y tomaron parte del fuego para llevarlo a sus respectivos lares y
mantenerlo encendido y utilizarlo en los holocaustos sagrados.
En cuanto a la estrella que se les
apareció a los Reyes Magos, un director del observatorio del Vaticano, jesuita
irlandés apellidado Treanor, publicó en el Oservatore Romano que la estrella
fue la conjunción, demostrada posteriormente por métodos modernos y
científicos, de Júpiter y Saturno, bajo el signo de Picis, en el año 7 de la
era cristiana. Este fenómeno fue pronosticado y observado por astrónomos
babilónicos y persas, por lo que los Reyes Magos la asociaron con el nacimiento
del Mesías. En realidad, los Reyes Magos fueron sacerdotes del mazdeísmo,
antigua religión persa basada en Ahura Mazda u Ormuz en idioma avéstico,
suprema deidad del zoroastrismo, y en el Zend-Avesta, la colección de textos
sagrados persas. Constituían una casta muy cerrada de carácter sumamente
austero. En Persia, los magos se distinguían por su afición al estudio, pues
eran verdaderos astrólogos y teólogos. Sus principales funciones consistían en
mantener el fuego sagrado dedicado a los dioses, estudiar el curso de los astros
y descifrar el significado de los sueños.
En
algunas de las primitivas pinturas cristianas encontradas en las catacumbas
romanas, donde se practicaban clandestinamente las primeras ceremonias,
aparecen más de tres Reyes Magos: cuatro, seis y hasta doce de ellos dedicados
a adorar al Santo Niño. No fue sino hasta el siglo V, cuando el Papa León I
decretó que los Magos habían sido tres, posiblemente porque cada uno
representaba a una raza de las entonces más relevantes; pues es sabido que
Melchor representa la raza aria, Gaspar la semita, y Baltasar la camita o
negra. Beda el Venerable, eclesiástico inglés y doctor de la Iglesia, nos
relata que Melchor era un anciano de larga y poblada barba; Gaspar, joven,
lampiño y rubio, y Baltasar negro y de tupida barba.
En
cuanto a sus apelativos no han sido iguales en todos los países. Sabemos que
los etíopes los llamaban Ator, Sater y Paratoras; los hebreos los conocían como
Magalath, Galhalath y Serakin; los sirios les denominaron Kagpha, Badadilma y Badakharida,
y los griegos les pusieron los nombres de Apelicón, Amerín y Damascón. Los
nombres con que los conocemos actualmente quedaron consignados, en el siglo
VII, en un documento anónimo que se conserva en la Biblioteca Nacional de
París.
Cuando
los Reyes Magos murieron, se les enterró en Persia en sepulcros de gran lujo y
belleza, colocados uno junto a otro. Hasta el siglo XIII los cenotafios, tumbas
monumentos conservaron los cuerpos intactos, con sus largas barbas y
cabelleras, muy cerca del Cala Atepereistán; o sea, el alcázar de los
adoradores del fuego.
En
el siglo IV, Santa Elena, madre de Constantino, primer emperador romano
convertido al cristianismo, se llevó los restos de los magos de su sepulcro,
por considerar que se encontraban en manos de infieles, y los depositó en un
inmenso sarcófago de granito que mandó construir en Bizancio, capital antiguo
imperio romano de Oriente, Imperio Bizantino.
Pasado
medio siglo, un obispo de Milán, San Eustorgio, trasladó de Bizancio a su
Diócesis los sagrados cuerpos. Para tal efecto, utilizó un carro tirado por
bueyes. Sobre el camino que debía recorrer el santo en su misión, resplandeció
la estrella que había brillado y guiado a los Santos Reyes hacia Belén cinco
siglos antes. Cuando pasaban por los Balcanes, un lobo hambriento agredió a uno
de los bueyes y le dejó imposibilitado para halar. Entonces, el fraile domó al
lobo y lo ató a la yunta para que reemplazase al animal de tiro. Al llegar a su
destino, la ciudad de Milán, mandó edificar una hermosa tumba para que
los creyentes pudieran visitarle en peregrinación.
Pero
estaba escrito que los Reyes no descansasen en paz. En 1162, Federico
Barbarroja, emperador de Occidente, en una de sus expediciones a Milán saqueó
la regia tumba y su consejero Reinaldo de Dassel, le pidió llevarse los restos.
Sin embargo, cuando acudió por ellos, los sacerdotes del templo negaron que ahí
estuviesen los tres Reyes Magos, y lo engañaron diciéndole que en esos
sarcófagos sólo se encontraban los cadáveres de Dionisio, Rústico y Eleuterio,
santos venerados, pero de no mucha importancia. Escéptico, Reinaldo mandó
levantar la lápida que los protegía y encontró las tumbas vacías, pues manos
piadosas se habían anticipado llevándose los restos a la iglesia de San
Gregorio el Palazzo. Reinaldo, indignado, decidió buscarlos arduamente hasta
encontrarlos y llevárselos hasta la ciudad de Colonia Agripina, llamada así en
honor de las madres de Nerón, hoy en día conocida simplemente como Colonia.
Para
poder recibir a todos los peregrinos que año con año acudían a la ciudad a
honrar a los Reyes Magos, Federico Barbarroja emprendió la construcción de una
gran catedral. En 1248, el arzobispo Conrado de Hostaden colocó la primera
piedra de lo que sería la Catedral de San Pedro. Terminada la obra, Maese
Nicolás de Verdun elaboró una urna de oro y plata que pesaba 350 kilos, en la
que se conservaron las reliquias.
En
1495, Rodrigo Borgia, después convertido en el Papa Alejandro VI, a instancias
del duque de Milán Ludovico el Moro, le pidió al arzobispo de Colonia la
restitución de los santos despojos que les fueran quitados. Sin embargo, el
clérigo se rehusó. Tampoco tuvieron éxito las gestiones del Papa Pío IV, de
origen milanés, ni de Gregorio XIII, ni el rey de España Felipe II, quien a la
sazón gobernaba el Milanesado. Tiempo después, un cardenal de Milán llamado
Ferrari, obtuvo la devolución de una tibia, un húmero y un esternón. Durante la
Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los huesos permanecieron en Colonia de
donde desaparecieron. Actualmente, nadie sabe dónde se encuentran.
Del
tesoro de los Reyes Magos sí tenemos noticias. Se dice que desde el siglo IV se
guardan en el monte Athos, cerca se Tracia, en Grecia. En dicho monte existen
varios conventos en los que se custodian, además de manuscritos pre medievales
y medievales, las joyas de los emperadores bizantinos, fragmentos de la Santa
Cruz, y los fabulosos tesoros que recibiera el Niño Dios de parte de los Reyes
Magos.
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