miércoles, 11 de noviembre de 2015

LAS LUCES



Esta historia le pasó a mi padrino hace mucho tiempo cuando se dedicaba a tocar, porque es músico. Junto con la banda un día tenían que ir a tocar a Ixmiquilpan. Pero se le hizo tarde y no llegó a tiempo para irse con los demás músicos.

Como tenía un margen de dos horas para llegar, se le hizo fácil irse caminando, pues ya conocía el camino.

Solamente que decían que por ahí espantaban, pero a él no le importó y sólo pensaba que tenía que llegar a tocar.

Se oscureció y mi padrino perdió el camino. Pensó: – ¡Ay, ora por dónde me voy, el caminito ya lo perdí!

Pero encontró una veredita por la cual se fue que lo condujo a la vía. Siguió y siguió la vía del ferrocarril, no veía nada, ni casas ni nada.

Más adelante vio la luz de una casa. Se acercó y tocó a la puerta. Salió una señora a la que le preguntó si estaba el señor. La señora respondió que no.

Pero al verlo tan apurado se ofreció a acompañarlo junto con su nieta. Se fueron caminando los tres, cruzaron un barranco donde decían que espantaban, pero no les pasó nada.

Atravesaron el barranco y la señora dijo que hasta ahí podía acompañarlo. Siguió caminando.

A unos quinientos metros vio dos cerros que tenían cada uno una luz. Pensó que podría ser un minero, ya que ahí había minas. No hizo caso y siguió caminando. De repente, vio que las luces se entrecruzaban, pasaban de un cerro al otro. Pensó que era un avión, aunque no era frecuente que por ahí pasaran los aviones, y menos dos que a esas horas jugaran e hicieran figuras en el aire.

Siguió caminando, y a las luces ya no las veía arriba sino abajo. Le dio miedo, pero siguió caminando pues estaba empeñado en llegar a tocar a la fiesta del pueblo y, además, no le quedaba de otra.

De pronto, vio las luces cerca de un árbol. Formaban círculos y jugaban en el aire. Como que ya le empezó a dar un poco de más miedo.

Siguió caminando por entre los magueyes y los nopales, siempre llevando la misma dirección, hasta que de repente vio una laguna, una laguna enorme, y pensó: – Yo creo que ahí me atoro, me voy a la laguna, y a lo mejor ahí pierdo a las luces.

Cuando quiso meter el pie al agua no había ninguna laguna. No había nada. Se regresó e intentó caminar, pero no pudo porque las luces se le metían entre los pies.

Se agarró de un árbol y empezó a maldecir, dijo maldición y media, porque las luces lo estaban perdiendo y no lo dejaban llegar a cumplir con su compromiso.

Corrió y corrió más hasta llegar a un potrero. Ahí las luces nada más como que se reían, o, a veces, lanzaban gemidos, gritos y lamentos como de mujer.

A mi padrino le dio mucho miedo, y empezó a rezar, y las luces se empezaron a alejar al tiempo que gemían y protestaban, como si los rezos no les gustaran.

Parecían como gatos que maúllan en la noche, o como chillidos de mujer. Mi padrino siguió caminando, tropezaba, se caía, se volvía a caer. En una de esas volteó y vio las luces arriba, un poco más alejadas, pero de todas maneras se siguió encomendando a todos los santos que le venían a la mente.

En ese momento vio los faros de un camión, pero no se atrevió a pararlo. Se dio cuenta que estaba en la carretera. Caminó un poco más y oyó los cuetes y la música de la fiesta del pueblo.

Cuando llegó, le dijeron que pensaban que ya no iba a salir del barranco, porque todo aquél que lo atraviesa ya no vuelve a salir.

La gente del pueblo había visto las luces que se reían y se lamentaban. Se habían asustado y hecho mucho ruido para que las luces no se fueran a acercar al pueblo porque les daban terror.

Era un milagro que mi padrino hubiera podido salir del barranco.

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