lunes, 9 de noviembre de 2015

RITO DE LOS VOLADORES



El ritual de los voladores se empezó a practicar en Mesoamérica desde épocas muy remotas, desde el Período Preclásico Medio.

Las culturas del Occidente de México lo representaron en figuras de cerámica. Se llevaba a cabo con la concepción de un eje central que simbolizaba el eje del universo, y como parte de ritos de fertilidad y de sacrificios gladiatorios.

Los mexicas la adoptaron dentro de sus rituales asociados con el Sol. 

Fray Juan de Torquemada nos dice que para llevar a cabo el rito se traía de los montes un tronco grueso de árbol, se le quitaba la corteza hasta que quedaba completamente liso.

El tronco tenía que ser lo suficientemente alto para que un hombre volando pudiese dar trece vueltas alrededor de él.

En la parte de arriba del tronco se colocaba un cuadrado de madera de dos brazadas de ancho y largo la hoy en día llamada “manzana” que giraba; en cada esquina llevaba cuerdas lo suficientemente fuertes para soportar el peso de un hombre, pues cuatro eran los danzantes que participaban y simbolizaban los cuatro rumbos del universo o puntos cardinales, más un caporal que dirigía el ritual y connotaba el centro del mundo.

El descenso de los danzantes representaba la fertilidad y la caída de la lluvia. Este rito se practicaba en los períodos de dura sequia.

Los danzantes iban vestidos con hermosos trajes de plumas de aves, para representar búhos, águilas, guacamayas, y quetzales.

Un mito totonaco nos cuenta que en la época anterior a la llegada de los españoles en el Señorío del Totonacapan se presentó una severa sequía que desoló la región de plantas y dio muerte a innumerables personas.

Los sabios abuelos decidieron solucionar el problema y escogieron a hombres jóvenes vírgenes para que fuesen al monte y escogieran el árbol más alto y bello que encontraran, para utilizarlo en un ritual.

Los dioses se sentirían complacidos y venerados y enviarían la lluvia tan deseada.

Así pues, se decidió que el ritual se iniciara en la parte más alta del tronco a fin de que las deidades pudiesen escuchar los ruegos de los humanos.

Los dioses compadecidos ante los fervientes totonacos, se apiadaron de ellos y les enviaron la tan deseada y necesaria lluvia.

Ante lo efectivo del rito, se decidió que la ceremonia se llevaría a cabo con regularidad para mantener contentos a los dioses.

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