miércoles, 5 de febrero de 2014

HERCÓLOBUS O PLANETA X

Níbiru, HERCÓLOBUS, Némesis, Marduk, PLANETA X, Planeta rojo, Ajenjo o Barnard 1, como se le quiera llamar, se afirma que ya es visible desde diferentes observatorios del mundo., Barnard 1 es el último nombre dado en honor a su descubridor, un astrónomo llamado Barnard, del que poco se sabe. Según parece, el planeta Hercólobus es un gigante con un tamaño unas seis veces mayor que el de Júpiter, perteneciente al sistema Tylo, o Tyler, y cuya órbita alrededor de su sol dura unos 35.000 años. La órbita de Hercólobus llega en un punto a situarse a aproximadamente 600 millones de  kilómetros de la Tierra, o puede que incluso algo menos. El peligro de colisión es en teoría nulo, ya que las orbitas planetarias no llegan a cruzarse. ¿Pero, qué consecuencias puede acarrear la aproximación a la Tierra de un planeta de tan colosales dimensiones?  Según parece, las consecuencias serían sin duda bastante desastrosas. Se presuponen cuatro aproximaciones anteriores a intervalos de 35.000 años, algunas de ellas ligadas a grandes extinciones o cambios climáticos.



Se dice que fue el causante de la extinción de los dinosaurios e, incluso, que en su última aproximación desvió el eje de la Tierra a su estado actual e invirtió su sentido de rotación.  Se afirma que la revolución de los ejes de la tierra se acelerará y lo que son polos se convertirán en ecuador y viceversa.  El magnetismo de este planeta invasor despertaría los volcanes inactivos y atraería el fuego del centro de la tierra, haciendo que los volcanes entrasen en erupción y provocando terremotos en cadena. En teoría, cuando  Hercólobus llegue  a la mayor cercanía  a nuestro planeta, se volverá a enderezar el eje planetario, o lo desviará aún más, y volverá a invertir el sentido de rotación terrestre. De todos modos, para poner este tema en sus justos términos, el único documento astronómico que se posee, con respecto a la existencia de Hercólobus, se trata de un informe enviado por el astrónomo chileno Carlos Muñoz Ferrada a Brian Marsden, del Smithsonian Center.
Nibiru, para los babilonios, era un cuerpo celeste asociado con el dios Marduk. Nibiru significa “lugar que cruza” o “lugar de transición“. En muchos textos babilonios se identifica con el planeta Júpiter, aunque en la tablilla 5 de la Enûma Elish se asocia con la Estrella Polar, que también se conocía como Thuban o posiblemente Kochab. Nibiru sería un planeta propuesto por Zecharia Sitchin, basándose en la idea de que las civilizaciones antiguas habrían obtenido sus conocimientos y su desarrollo gracias a hipotéticos contactos con extraterrestres. Sin embargo, esta descripción es considerada inverosímil por científicos e historiadores. En opinión de Sitchin, el planeta habría adquirido el nombre del dios babilonio Marduk a consecuencia de una usurpación del poder por parte de este dios en el 2024 a. C., atribuyéndose la creación de la Tierra mediante la falsificación en las copias del poema épico Enuma-elish.
Enûma Elish es un poema babilónico que narra el origen del mundo. Enûma Elish significa “Cuando en lo alto” en acadio y representa las dos primeras palabras del poema. Está recogido en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal 669 a. C. – 627 a. C., en Nínive. Cada una de las tablillas contiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes datados del año 1200 a. C. El poema está constituido en versos de dos líneas, y la función del segundo es enfatizar el primero mediante oposición, por ejemplo: “Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, no había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme”. Según esta cosmogonía, antes de que el cielo y la tierra tuviesen nombre, ya que no tener nombre equivalía a no existir, la diosa del agua salada Tiamat y el dios del agua dulce Apsu, engendraron una familia de dioses con la mezcla de sus aguas, y estos a su vez a otros dioses. Estos nuevos dioses perturbaban a Apsu, que decidió destruirlos. Aunque uno de ellos, Ea, se anticipó a los deseos de Apsu, haciendo un conjuro y derramando el sueño sobre él, para luego matarlo.
Ea, o Nudimmud, el dios parricida, junto a Damkina, engendró a Marduk, el dios de Babilonia. Al tiempo, Tiamat es convencida de tomar venganza y rebelarse, decide dar mucho poder a Kingu, su nuevo esposo, y le entrega las tablillas del destino. Marduk es nombrado por los dioses para enfrentar a Tiamat, accede con la condición de ser nombrado “príncipe de los dioses o dios supremo”, finalmente vence a Tiamat y la mata. Luego le son arrebatadas las tablas del destino a Kingu. Marduk, exultante, planea realizar obras estupendas y las comunica a Ea: Amasaré la sangre y haré que haya huesos. Crearé una criatura salvaje, ‘hombre’ se llamará. Tendrá que estar al servicio de los dioses, para que ellos vivan sin cuidado. Kingu es condenado a morir por ser el jefe de la rebelión, y, con su sangre, Ea crea a la humanidad. En honor a Marduk se construyó el Esagila en el Etemenanki. El poema es la historia de la eterna lucha entre el Orden y el Caos, puesto que muestra el prototipo del guerrero que lucha contra el Caos, pese a no conseguir derrotarle nunca, por lo que la lucha es constante. Por ello, Marduk, dios de la luz y el orden, debe vencer a Tiamat, quien representa a la oscuridad y el Caos.
Muchos de los textos sumerios que tratan de la llegada del planeta eran augurios que profetizaban el efecto que el acontecimiento tendría sobre la Tierra y la Humanidad. R. Campbell Thompson (“Reports of the Magicians and Astronomers of Nineveh and Babylon”) reprodujo varios de estos textos, que describen el avance del planeta mientras «bordeaba la posición de Júpiter» y llegaba al punto de cruce, Nibiru: “Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta pasa hacia el oeste, habrá un tiempo para morar en la seguridad. La amable paz descenderá sobre la tierra. Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta aumenta en brillo y en el Zodiaco de Cáncer se convierte en Nibiru, Acad se desbordará de plenitud, el rey de Acad crecerá poderoso. Si Nibiru culmina, las tierras habitarán con seguridad, los reyes hostiles estarán en paz, los dioses recibirán las oraciones y atenderán las súplicas”. No obstante, se esperaba que la aproximación del planeta provocara lluvias e inundaciones, debido a los fuertes efectos gravitatorios: “Cuando el Planeta del Trono del Cielo crezca en brillo, habrá inundaciones y lluvias. Cuando Nibiru alcance su perigeo, los dioses darán paz; se resolverán los problemas, las complicaciones se aclararán. Lluvias e inundaciones vendrán”.
Según la descripción de Sitchin sobre la cosmología sumeria, Nibiru sería el buscado «duodécimo planeta», o el Planeta X, que incluye la descripción de 10 planetas, más el Sol, y la Luna. Igualmente indica que en la antigüedad se habría producido una catastrófica colisión de uno de sus satélites con Tiamat, un hipotético planeta también postulado por Sitchin, y que habría estado entre el planeta Marte y Júpiter; hecho que habría formado el planeta Tierra y el cinturón de asteroides. Además, según Sitchin, Nibiru habría sido el hogar de una poderosa raza alienígena, los Anunnaki. Como consecuencia de la colisión, según afirma Sitchin, el planeta Nibiru habría quedado atrapado en el Sistema Solar, volviendo al lugar de la colisión periódicamente en una órbita excéntrica. Más tarde los Annunaki vinieron a la Tierra. Sitchin cita algunas fuentes que según él, hablarían sobre el planeta, que posiblemente sería una estrella (concretamente una enana marrón) que estaría en una órbita sumamente elíptica alrededor del Sol, la cual tuvo su perihelio hace aproximadamente 3600 años y un período orbital de unos 3600 a 3760 años. Sitchin atribuye estos datos a los astrónomos de la civilización maya.

En un libro recientemente publicado, titulado “2012: cita con Marduk”, el escritor e investigador turco Burak Eldem presenta una nueva hipótesis, sugiriendo que son 3661 años los que duraría el período orbital del supuesto planeta y reclamando que habrá “una fecha de vuelta” para el año 2012. Según la teoría de Eldem, 3661 es un séptimo de 25 627, que es el ciclo total “de 5 años mundiales” según el calendario maya extendido. El último paso orbital de Marduk, añade, sucedió en el 1649 a. C. y causó grandes catástrofes sobre la Tierra, incluyendo la erupción de la isla Thera, en el mar Mediterráneo. Sin embargo, hay una cierta discrepancia en relación a la erupción de Thera, que se estima fue en 1627 a. C., ni tampoco con la mitología mesopotámica que lo habría visto cinco siglos antes. Y ni siquiera ha sido visible fácilmente el mismo siglo de su regreso. Según los seguidores de Sitchin, sus ideas estarían avaladas por su dominio en lenguas muertas como el sumerio, y asistidas por la traducción de piezas consideradas tesoros; aunque esto realmente no es científicamente un fundamento astronómico. Marshall Masters, en uno de sus libros, apoya la hipótesis de la existencia del planeta Nibiru en nuestro sistema solar.
No obstante, la comunidad científica (al menos de manera oficial) niega la existencia de un planeta así, y ha realizado múltiples declaraciones en este sentido. Para los astrónomos, «las persistentes declaraciones acerca de un planeta cercano pero invisible son simplemente absurdas». Desde los foros científicos se alerta sobre una estrategia para confundir y alimentar el mito de la existencia de este planeta, consistente en relacionar el planeta ficticio Nibiru con cualquier comentario acerca del Planeta X o con el planeta enano Eris. En 1930, Clyde Tombaugh encontró el planeta Plutón, luego de una sistemática búsqueda iniciada por el Observatorio Lowell como resultado de las predicciones de Lowell acerca de la existencia de un planeta adicional en nuestro sistema solar. Sin embargo, se comprobó que la masa de Plutón era diminuta, y una vez analizada la órbita de Caronte, la luna de Plutón, se encontró que la masa del sistema era demasiado pequeña para afectar a la órbita de Neptuno. Por esta razón la búsqueda del Planeta X continuó.  


En 1983 se produjo el lanzamiento del satélite con el telescopio de infrarrojo IRAS. Basadas en las observaciones de este satélite, se publicaron unas declaraciones, y posteriormente en 1984 también un artículo científico en la revista Astrophysical Journal Letters, titulado “Unidentified point sources in the IRAS minisurvey” ‘fuentes puntuales no identificadas en el mini estudio de IRAS’, en las que se discutían varias fuentes infrarrojas detectadas de origen desconocido. Este artículo provocó gran revuelo, y el resurgimiento de todo tipo de bulos y teorías conspirativas. No obstante, más tarde se descubriría que estos «objetos misteriosos» resultaron ser galaxias lejanas. En 2008, un equipo japonés anunció que según sus cálculos, debía existir un planeta no descubierto a una distancia de unas 100 UA con un tamaño de hasta dos tercios del de la Tierra. La unidad astronómica (UA) es la distancia media entre la Tierra y el Sol: unos 150 millones de kilómetros.  Estos cálculos refuerzan la hipótesis de la existencia de un planeta X, pero nada hace pensar que su órbita pueda ser distinta a la del resto de objetos del cinturón de Kuiper.
En 1951 el astrónomo americano de origen holandés, Gerard Kuiper, que es considerado el padre de la moderna astronomía planetaria, postuló que debía existir una especie de disco de proto-cometas en el plano del sistema solar, que debería empezar pasada la órbita de Neptuno, aproximadamente entre las 30 y 100 unidades astronómicas. De este cinturón provendrían los cometas de corto período. A partir de 1992, con el descubrimiento de 1992 QB1 y los otros muchos que le han seguido, se tuvo constancia real de la existencia de una enorme población de pequeños cuerpos helados situados más allá de la órbita de Neptuno. Aunque los valores de las estimaciones son bastante variables, se calcula que existen al menos 70.000 cuerpos “transneptunianos” entre las 30 y 50 unidades astronómicas, con diámetros superiores a los 100 km. Más allá de las 50 UA es posible que existan más cuerpos de este tipo, pero en todo caso están fuera del alcance de las actuales técnicas de detección. Las observaciones muestran también que se hallan confinados dentro de unos pocos grados por encima o por debajo del plano de la eclíptica. A estos objetos se les conoce como KBOs, Kuiper Belt Objects.


El estudio del cinturón de Kuiper es muy interesante ya que los objetos que contiene son remanentes muy primitivos de las primeras fases de creación del sistema solar. La región central, más densa se condensó para formar los planetas gigantes, ya que las composiciones de Urano y Neptuno son casi idénticas a la de los cometas. En la región más y menos densa, la creación progresó lentamente, pese a lo cual se formaron un gran número de pequeños cuerpos.  Es aceptado ampliamente que el cinturón de Kuiper es la fuente de los cometas de corto período, del mismo modo que la nube de Oort lo es para los de largo periodo. Tras el descubrimiento de 1992 QB1, el estudio de los objetos transneptunianos se ha convertido en un campo de la astronomía de muy rápida evolución, con grandes avances en el campo teórico en los últimos años. El número de objetos descubiertos cada vez es mayor y poco a poco se van obteniendo nuevos conocimientos sobre su significado y características físicas. Los mayores inconvenientes son que estos objetos quedan bastante al límite de la tecnología actual para estudiarlos. Además, tan sólo han podido explorarse regiones muy reducidas de cielo, por lo que es previsible que nos depare aún muchas sorpresas.
A fines de 1999 ya había alrededor de dos centenares de objetos transplutonianos conocidos con denominación provisional.
Parecen ser pequeños cuerpos helados similares a Plutón y Tritón, pero de dimensiones más reducidas. Mediciones de su color muestran que normalmente son rojizos. Se estima que son muy numerosos y no se descarta el poder hallar cuerpos del tamaño de Plutón o incluso mayores. Se ha hablado mucho de que los objetos del cinturón de Kuiper están constituidos por material primigenio a partir del cual se formaron los planetas, por lo que resultaría de alto interés poder analizar fragmentos de cometas. Sin embargo, de acuerdo con S. Alan Stern, a una escala de 4.600 millones de años, edad estimada del sistema solar, el número de colisiones debe haber destruido todos los cuerpos del cinturón con tamaños inferiores a 35 km. Como consecuencia, los cometas provenientes del cinturón de Kuiper no pueden tener más de 500 millones de años. Serían fragmentos de colisiones posteriores y estarían muy modificados por el mismo calor de estas colisiones, que serían las que eyectarían material hacia el sistema solar interno, constituyendo la base de los cometas de corto período.

Las órbitas de los cometas muestran una amplia gama de tamaños, inclinaciones y excentricidades. En el pasado se dividió a los cometas en dos grupos basados en su período orbital: los cometas de largo período, con períodos superiores a 200 años, y los cometas de corto período, con tiempos inferiores. Los cometas de largo período poseen dos particularidades destacables. La primera es que sus órbitas se concentran mayormente en tamaños muy grandes. La segunda es que su irrupción en la región de los planetas es isotrópica, es decir, que no existe una dirección preferencial. Además, el 50% de los cometas de largo período son retrógrados, lo cual es consistente con que su distribución sea aleatoria. Era una creencia bastante general que los cometas provenían del espacio interestelar o que orbitaban las estrellas a muy gran distancia de ellas, y que las perturbaciones gravitatorias podían provocar incluso que algunos pudieran ser capturados por estrellas vecinas. Sin embargo, en 1950 el astrónomo holandés Jan Oort hizo notar que no había sido observado ningún cometa que indicara que provenía del espacio interestelar. Asimismo, los cometas que se adentraban en el sistema solar,  deberían sufrir perturbaciones por parte de los planetas, principalmente Júpiter, hallando que éstas eran mayores que el pico de cometas de largo período. Esto significaba que muchos entraban en el sistema solar por primera vez, pues de lo contrario sus órbitas ya habrían sido modificadas por las perturbaciones gravitatorias de los grandes planetas. Por otro lado, las órbitas de los cometas de largo período tenían una acusada tendencia a que sus afelios, o puntos más alejados en la órbita de un cometa o planeta alrededor del Sol,  se situaran hacia las 50.000 UA. Los cometas no provenían de alguna dirección preferencial.
A partir de estos hechos Jan Oort propuso que los cometas provienen de una amplia nube externa en los confines del sistema solar. A esta nube, con el tiempo, fue denominada nube de Oort. Estadísticamente se calcula que puede haber un billón de cometas, aunque es una pura especulación, ya nadie ha podido observar dicha nube y, mucho menos, los objetos que pueda contener.  La nube de Oort puede tener una fracción importante de la masa del sistema solar, tal vez superior a la de Júpiter, aunque es una simple especulación. Se piensa que puede ser una especie de globo que envuelve al sistema solar y la hipótesis más aceptada es que está constituida por escombros del sistema solar. En efecto, en sus orígenes el Sol estaba rodeado por una nube de gas y polvo, a partir de la cual se formaron infinidad de planetésimos, masas pequeñas de roca o hielo que se combinan para formar cuerpos más grandes,  y, por agregación de los mismos, los planetas. Parte de estos planetésimos sufrieron grandes alteraciones orbitales como consecuencia de sus encuentros con cuerpos de gran masa (los proto-planetas) y de esta forma adquirieron largas órbitas casi parabólicas y quedaron “almacenados” en la nube de Oort, a una distancia media de un año luz donde, aunque débil, la influencia gravitatoria del Sol sigue siendo aún dominante respecto a la de las estrellas más cercanas.

Oort también propuso un mecanismo capaz de enviar continuamente una pequeña fracción de cometas de la nube hacia el sistema solar interno. Los tránsitos casuales de otras estrellas cerca de la nube de Oort  pueden alterar las órbitas de los cometas, haciendo posible que, al azar, puedan ser mandados hacia el sistema solar. Se calcula que, en promedio, estas perturbaciones estelares se producen una vez cada 100 a 200 mil años. Relacionado con esto, se ha propuesto la existencia de “lluvias de cometas” para explicar las grandes extinciones de seres vivos en la Tierra en los tiempos geológicos. Si con alguna regularidad el sistema solar sufre tales “bombardeos“, sería una dificultad añadida a la hora de determinar la edad de la superficie de los planetas y satélites mediante el recuento de impactos de meteoritos. Un punto oscuro de la teoría de la nube de Oort es que se ha indicado que los afelios de la mayoría de cometas de largo período parecen situarse hacia las 50.000 UA. Si los cuerpos que constituyen la nube de Oort son los que escaparon del sistema solar, podríamos esperar que se hubieran esparcido a muy distintas distancias, en vez de quedar confinados mayoritariamente en una banda,  aproximadamente a la misma distancia del Sol.
Curiosamente, los objetos que constituyen la nube de Oort parece que se formaron más próximos al Sol que no el propio cinturón de Kuiper. En efecto, los pequeños cuerpos que se formaron cerca de los planetas pudieron haber sido arrojados fuera del sistema solar a causa de los encuentros gravitacionales y han sido desarrollados varios modelos que lo explican bastante satisfactoriamente. Los que fueron expulsados pudieron constituir la nube de Oort, en tanto que los que los más alejados de los planetas, al no sufrir tales interacciones, permanecieron en el cinturón de Kuiper.  En ocasiones, los sesudos astrónomos también se divierten en sus elucubraciones y cálculos, intentando hallar lo que parece imposible. El éxito de los Alvarez el relacionar la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, con el impacto de un gran meteorito con la Tierra, agudizó el ingenio de muchos con el fin de explicar otros sucesos similares mediante impactos. En casi todas estas hipótesis, unas descabelladas y otras con posiblemente mayor fundamento, interviene la nube de Oort.

En 1977 dos geólogos, A.G. Fisher y M. Arthur, sugirieron que las extinciones de la vida marina en la Tierra tenían lugar en ciclos regulares de unos 32 millones de años. J.J. Sepkoski y D. Raup, después de un detallado estudio de quinientas familias marinas de los últimos 250 millones de años, se sorprendieron al comprobar que la vida parecía desaparecer en ciclos de unos 26 millones de años. Sepkoski se había pasado años reuniendo una exhaustiva serie de datos de las extinciones, haciendo una relación de 3.500 familias marinas, incluyendo 50.000 géneros fósiles y unas 250.000 especies, indicando para cada familia la época geológica de aparición y desaparición. La primera gran extinción conocida fue la más mortífera, pues pereció el 90% de todas las especies marinas. Tuvo lugar a fines del Pérmico, hace unos 248 millones de años. Desde entonces, según estos científicos, ha  habido otras 9 extinciones, espaciadas, más o menos, cada 26 millones de años. Si para muchos ya era difícil admitir las causas de la extinción de hace 65 millones de años, aún más increíble era que a intervalos regulares un cuerpo celeste viniera a chocar contra la Tierra. ¿Cuál podría ser la causa?
Se pidió ayuda a los astrofísicos y a los astrónomos para responder al enigma. Y estos acudieron solícitamente con un desenfado y un atrevimiento nada usual. Si se había descubierto a Neptuno a partir del cálculo, ¿por qué no podía descubrirse también mediante el cálculo las causas de las extinciones masivas? Y a partir de aquí empezó una serie de elucubraciones fantásticas, una carrera para ver quién aportaba la hipótesis más descabellada y original. Eso si, apoyada (¿disfrazada?) más o menos con los números. Se empezó especulando sobre la actividad solar y la posibilidad de que pudiera tener unos máximos increíbles, con gigantescas erupciones cada 26 millones de años. Sin dejar el Sol, se consideró después qué influencia podría tener el hecho de que cada 33 millones de años cruza el plano galáctico. Ahondando más en el tema, R.B. Stothers y R.M. Rampino especularon que a su paso por el plano galáctico, el Sol podría encontrarse con masivas nubes de gas que podrían perturbar los cometas de la nube de Oort y dirigirlos hacia el centro del sistema solar. Otros discreparon de esta suposición argumentando que los efectos de tales nubes deberían ser igual de importantes tanto en el plano galáctico como cuando el Sol pasa por encima o por debajo.

Varios expertos en la nube de Oort propusieron que los efectos acumulativos de la materia local en el plano perpendicular al disco galáctico, los llamados discos mareales, eran mucho más importantes que los efectos gravitacionales intermitentes creados a pasar estrellas cercanas o nubes gigantes de polvo y gas.  En 1995, J. Matese y P. Whitman de la Universidad Southwestern Louisiana y sus colegas M. Valtonen de Finlandia y K. Innanen de Canadá intentaron cuantificar los efectos de los discos de marea. Sus modelos numéricos de la dinámica de la nube de Oort sugieren que al oscilar como el Sol a través del plano galáctico, los discos de marea modulan el flujo de cometas de la nube de Oort en un factor de 4 a 1, con el mayor efecto en el plano medio de la galaxia Icarus116, 255, 1995. Estos resultados dan un nuevo impulso al mecanismo del período de 30 millones de años.

EL llamado Planeta X es un planeta más allá de Neptuno. La «X» se refiere a desconocido, no al número romano 10, ya que sólo había ocho planetas conocidos al momento de empezar a llamar Planeta X a un hipotético planeta del Sistema Solar. En la cultura popular, Planeta X se convirtió en algo genérico para señalar un planeta imposible de encontrar en el Sistema Solar. Si bien Plutón, fue descubierto por la búsqueda del Planeta X, no es el Planeta X, y desde 2006 ha dejado de ser considerado dentro de la categoría de planeta para ser incluido en la de los planetas enanos. Tampoco lo son Ceres, del Cinturón de Asteroides o Eris, del Cinturón de Kuiper. Por las irregularidades que presentaba la órbita de Neptuno tras ser descubierto (en 1846), los astrónomos se volcaron a la búsqueda de un noveno planeta en el Sistema Solar. Ese planeta fue llamado Planeta X por Percival Lowell, cuando comenzó a buscarlo en 1905. El planeta que llevaba a Neptuno a semejantes irregularidades fue descubierto en 1930, 14 años luego de la muerte de Lowell, por el astrónomo Clyde Tombaugh del Observatorio Lowell, en Arizona (Estados Unidos). Tombaugh había seguido los pasos de Lowell metódicamente. La técnica utilizada era tomar dos fotografías de la misma región del cielo en dos días diferentes. Cada una mostraría de 50 mil a 400 mil estrellas. A pesar de todas esas estrellas, ambas imágenes serían idénticas, si los puntos de luz sólo eran estrellas. Si se proyectaban sobre una pantalla en rápida alternancia, ninguna estrella se movería. Pero si una de esas luces era un planeta, en la imagen se movería contra el fondo estrellado durante el intervalo entre fotografías.

Y finalmente se movieron. Esto fue observado por Tombaugh el 18 de febrero de 1930. Lo vio en la constelación de Géminis. De la pequeñez del objeto dedujo que tenía que moverse muy lento, y más allá de la órbita de Neptuno. El descubrimiento del objeto transneptuniano fue anunciado el 13 de marzo de 1930, septuagésimo quinto aniversario del nacimiento de Percival Lowell. El nombre elegido para el nuevo planeta fue Plutón, Dios homónimo de la oscuridad infernal y de los muertos en la mitología romana. No obstante, cálculos posteriores demostraron que la masa de Plutón no era suficiente para explicar las variaciones en la órbita de Neptuno, por lo que la búsqueda no se consideró finalizada. Más recientemente, en 2008 un equipo japonés de la universidad de Kōbe publicó unos cálculos que sugerían la existencia de un planeta de un tamaño de hasta dos tercios el de la Tierra, orbitando a unas 100 UA. Hasta la fecha no se han encontrado pruebas de su existencia. Recientemente ha circulado en múltiples foros digitales el rumor de que Nibiru, también conocido como el “planeta X” o la “estrella negra” se está aproximando a la Tierra y que incluso cruzará el 2011 por completo la órbita elíptica de nuestro planeta. Existe la teoría de que Nibiru es una especie de planeta oculto dentro de nuestro sistema solar o que, de hecho, se trata de una estrella enana que acompaña a nuestro Sol y que atraviesa el sistema solar cada 3,600 años, provocando masivos disturbios geológicos y magnéticos en los campos de la Tierra.
Este ciclo se marca a partir del momento en que Nibiru rebasa la distancia que separa a nuestro planeta del sol, etapa que supuestamente ya ha comenzado y que se extenderá hasta el 29 de febrero de 2012, luego de una duración de 163 días. Sin embargo, el clímax se empieza a gestar a partir de que Nibiru atraviese la elíptica de la Tierra. Nibiru es un supuesto planeta cuya existencia fue propuesta por Zecharia Sitchin, y cuya teórica existencia se ha popularizado enormemente entre los ufólogos. De acuerdo con Sitchin, la existencia de Nibiru la dedujo después de interpretar antiguos textos escritos por los sumerios, los cuales, además, confirman que la raza humana fue visitada por grupos extraterrestres que habitan en este planeta, el cual se mantiene oculto dentro de nuestro sistema solar, razón por la cual ha pasado desapercibido a la mirada de la ciencia. Los antecedentes de Nibiru datan desde la época de los sumerios, entre quienes el término se utilizaba para designar un punto de transición o un cruce de caminos. Dentro de la mitología de Babilonia, Nibiru era la estrella de Marduk, la deidad que regía el cosmos. Incluso, aparentemente, existe toda una tabla impresa con escritura cuneiforme que alude a este cuerpo astral: “Nibiru se ubicaba en el pasaje que unía a la tierra con el cielo pues todos, tanto arriba como abajo, preguntaban a Nibiru si no lograban encontrar este pasaje. Nibiru es la estrella de Marduk que los dioses en el cielo hicieron que fuese visible. Nibiru representa una marca en el punto de transición”.

Pero regresando a los rumores que afirman que Nibiru se aproxima hacia nuestro planeta, estas especifican que actualmente la NASA esta rastreando a una “Estrella negra” bajo el nombre del cometa Leonid Elenin y cuya conjunción con la Tierra y el Sol se espera para los próximos años. Y el supuesto cambio de los polos en la Tierra en realidad se debería a la influencia de esta la estrella enana marrón, Nibiru. Y de confirmarse las versiones catastrofistas en torno a este fenómeno astrológico, podríamos enfrentar una serie de disturbios que alterarían significativamente las leyes físicas en torno nuestro planeta. Las preguntas del millón son: ¿podría haber en el sistema solar otros planetas, aún no descubiertos? ¿Es factible que exista el planeta X? Cuando la Unión Astronómica Internacional votó para degradar a Plutón a la categoría de planeta enano en 2006, establecieron tres criterios para definir qué es un planeta: debe orbitar alrededor del Sol; su gravedad debe ser suficiente como para modelarlo con una forma casi esférica; y debe ser suficientemente masivo como para tener una órbita “limpia”, sin interferencias remarcables. Plutón no cumplía el tercer criterio. Se considera que es uno de los muchos objetos del Cinturón de Kuiper, helados cuerpos más allá de la órbita de Neptuno. Algunos objetos del cinturón viajan en órbitas extremadamente alargadas alrededor del Sol. Otros tienen órbitas irregulares. “Estos pueden ser signos de perturbación de un objeto masivo distante“, indica Robert Jedicke, científico de la Universidad de Hawai.
Claro que su opinión no tiene consenso general. Una temprana migración de los planetas gigantes también podría explicar estas extrañas órbitas. Durante los últimos años, grandes regiones del cielo han sido rastreadas en la búsqueda de objetos y se encontraron más de 1000 objetos del Cinturón de Kuiper. Pero estos estudios de grandes áreas sólo pueden detectar grandes y brillantes objetos. Los estudios que pueden encontrar objetos menores cubren sólo pequeñas áreas del cielo. Un objeto del tamaño de Marte, a una distancia de, por decir, 100 UA, sería tan débil como difícil de observar. Esto podría cambiar pronto. En diciembre de 2008, se vio el primer prototipo de Pan-STARRS. Pronto, cuatro telescopios equipados con las cámaras digitales más grandes del mundo buscarán en el cielo todo lo que se mueva. Su propósito principal es buscar asteroides peligrosos para la Tierra.  Pero los cuerpos del sistema solar exterior no escaparán a sus observaciones.

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