Los mayas de Yucatán
son sin duda alguna, quienes mejor han conservado su idioma. Si no pueden
interpretar, como tampoco lo ha hecho nadie en el mundo, sus complicados
jeroglíficos, verdaderos retos ideográficos, si mantienen vivo su idioma lleno
de firos y genuflexiones extraordinarios y en su fonética han sabido copiar el
vuelo del murciélago dzib y lo que dice el pájaro Puhuy. Temen al temible
Kahazbal y a los Aluxes, pequeños duendecillos del bosque y de las siembras,
porque ellos, los mayas, no han permitido aún la corrupción idiomática que introdujeron
los hispanos que vinieron a hacer confuso todo lo relativo al suelo que en mal
día hollaron.
De esta forma se ha
conservado intacta la hermosa leyenda, una de las más lindas, bellas leyendas
yucatecas de las miles y miles que flotan como el perfume de la flor Xtabentún
en el viento tibio de Mayab, o se esconden en las profundidades cavernosas de
los cenotes de donde sale el agua fresca y clara y los cuentos que perduran en
el alma yucateca. Esa leyenda es la que se refiere a la mujer Xtabay.
Bajo la luna del
antiguo Mayapan, al socaire de los asombrosos templos de los itzaes, he oído
repetida esta leyenda sin que nadie le quite o le aumente a su albedrío, sin
que ninguno ose deformarla y así, como joya de milagrería se conserva para
deleite de quien oye o de quien lee esta historia que como muchas no se ha
borrado, no se borrará jamás, porque ha quedado inscrita en los libros antiguos
y en las páginas sagradas del recuerdo Maya.
Dice pues la leyenda
que la mujer Xtabay es la mujer hermosa, inmensamente bella que suele agradar
al viajero que por las noches se aventura en los caminos del Mayab. Sentada al
pie de la más frondosa ceiba del bosque, lo atrae con cánticos, con frases
dulces de amor, lo seduce, lo embruja y cruelmente lo destruye.
Los cuerpos
destrozados de esos incautos enamorados aparecen al día siguiente con las más
horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas como
garras.
Muchos ladinos, gentes
que desconocen el origen verdadero de la mujer Xtabay, han dicho que es hija
del Ceibam que nace de sus torcidas y serpentinas raíces pero eso no es verdad,
la auténtica tradición maya dice que la mujer Xtabay nace de una planta
espinosa, punzadora y mala y si es que la Xtabay aparece junto a las ceibas, es
porque este árbol es sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del
venado y muchas veces en cobijo y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados
en la protección de tan bello y útil árbol.
Vivían en un cierto
pueblo de la península yucateca dos mujeres siendo el nombre de una de ellas
Xkeban o mejor decir su apodo ya que Xkeban quiere decir prostituta, mujer mala
o dada al amor ilícito. Decían que la Xkeban estaba enferma de amor y de pasión
y que todo su afán era prodigar su cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a
cuanto mancebo se lo solicitaba. Su verdadero nombre era Xtabay.
Muy cerca de la casa
que ocupaba esta bellísima mujer, habitaba en otra casa bien hecha, limpia y
arreglada continuamente, la consentida del pueblo que llamaban Utz-Colel, que
en la traducción hispana sería mujer buena, mujer decente y limpia. Erase esta
mujer la Utz-Colel, virtuosa y recta, honesta a carta cabal y jamás había
cometido ningun dezlis ni el mínimo pecado amoroso.
La Xtabay tenía un
corazón tan grande, como su belleza y su bondad la hacía socorrer a los
humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los animales que
abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la llevaba hasta poblados lejanos
a donde llegaba para auxiliar al enfermo y se despojaba de las joyas que le
daban sus enamorados y hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de
los desheredados.
Jamás levantaba la
cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad
soportaba los insultos y humillaciones de las gentes.
En cambio bajo las
ropas de la Ut-Colel se dibujaba la piel dañina de las serpientes, era fría,
orgullosa, dura de corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía
repugnancia por el pobre.
Y ocurrió que un día
las gentes odiosas del pueblo no vieron salir de su casa a la Xkeban y
supusieron que andaba por los pueblos ofreciendo su cuerpo y sus pasiones
indignas. Se contentaron de poder descansar de su ignominiosa presencia, pero
transcurrieron días y más días y de pronto por todo el pueblo se esparció un
fino aroma de flores, un perfume delicado y exquisito que lo invadía todo.
Nadie se explicaba de dónde emanaba tan precioso aroma y así, buscando, fueron
a dar a la casa de la Xteban a la que halló muerta, abandonada, sola.
Más lo extraordinario
era que si la Xkeban no estaba acompañada de personas, varios animales cuidaban
de su cuerpo del que brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo.
Entrada la Utz-Colel
dijo que esa era una vil mentira, ya que de un cuerpo corrupto y vil como el de
la Xkeban, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal cosa
era como todos los vecinos, decían, debía ser cosa de los malos espíritus, del
dios del mal que así continuaba provocando a los hombres.
Agregó la Utz-Colel
que si de mujer tan mala y perversa escapaba en tal caso ese perfume, cuando
ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más aromático y
exquisito.
Más por compasión, por
lástima y por su deber social, un grupo de gentes del poblado fue a enterrar a
la Xkeban y cuéntase que el día siguiente, su tumba estaba cubierta de flores
aromáticas y hermosas, tan tapizado estaba el túmulo que parecía como si una
cascada de olorosas florecillas hasta entonces desconocidas en el Mayab,
hubiera caído del cielo. La tumba de la Xkeban duró todo el tiempo florecida y
olorosa.
Poco después murió la
Utz-Colel y a su entierro acudió todo el pueblo que siempre había ponderado sus
virtudes, su honestidad, su recogimiento y cantando y gritando que había muerto
virgen y pura, la enterraron con muchos lloros y mucha pena.
Entonces recordaron lo
que había dicho en vida acerca de que al morir, su cadáver debería exhalar un
perfume mucho mejor que el de la Xkeban, pero para asombro de todas las gentes
que la creían buena y recta, comprobaron que a poco de enterrada comenzó a escapar
de la tierra floja, todavía, un hedor insoportable, el olor nauseabundo a
cadáver putrefacto. Toda la gente se retiró asombrada.
En su idioma maya
dicen los viejos que aún cuentan la historia con todos los detalles que debió
ocurrir en la leyenda, que hoy la florecilla que naciera en la tumba de la
pecadora Xkeban, es la actual flor Xtabentún que es una florecilla tan humilde
y bella, que se da en forma silvestre en las cercas y caminos, entre las hojas
buidas y tersas del agave. El jugo de esa florecilla embriaga muy
agradablemente, como debió ser el amor embriagador y dulce de la Xkeban.
Tzacam, que es el
nombre del cactus erizado de espinas y de mal olor por ambas cosas, intocable,
es la flor que nació sobre la tumba de la Utz-Colel, es la florecilla si bien
hermosa sin aroma alguna y a veces de olor desagradable, como era el carácter y
la falsa virtud de la Utz-Colel.
Esto es lo que ha
dicho el maya y lo sigue repitiendo a través del tiempo, sin cambiarlo, sin
ponerle ni quitarle, como deben conservarse las cosas nuestras, intactas, con
las mismas palabras con que nacieron en el mito, en la leyenda, en el alma de
quienes tan dulcemente han tejido estas historias.
No es pues la Xtabay,
la mujer mal que destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie
de las frondosas ceibas, pero puede ser otro de esos malos espíritus que rondan
por la selva al acecho del peregrino que cruza los caminos aún poblados de
superstición y de leyenda.
Puede ser el ama
errante de una de tantas vírgenes sacrificadas a la orilla del cenote sagrado,
puede ser la vaporosa figura de una mujer que llora el engaño del amado.
Pero la Xtabay, jamás.
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