Una leyenda tepehuana
del estado de Durango, que se ha trasmitido hace muchos cientos de años, cuenta
que cuando el Sol inició su existencia, era tan solo una llamita muy
chiquitita, que apenas brillaba y casi parecía una luna en vez de un sol.
Los días eran extraños,
pues como el Sol estaba desconcertado y débil, a veces salía por el Este y a
veces por el Oeste; otras, surgía por el Sur y algunas veces se le miraba salir
por el Norte.
Este hecho ocasionaba
muchos problemas en la comunidad y hacía que el maíz creciera muy débil y que
los animales no supiesen cuándo debían dormir y cuándo debían estar despiertos
Ante esta terrible
circunstancia, los sabios, los chamanes de los doce pueblos tepehuas convocaron
a una reunión para encontrar la solución a tan grave problema.
Después de pasar
discutiendo muchas horas, llegaron a la conclusión que lo que debía de hacerse
era efectuar un xibtal; es decir, un ritual de baile y canto, cuya duración
debía ser de cinco años.
Llevaron a la práctica
lo acordado, y durante cinco años se rezó, se bailó, se cantó y se le pusieron
ofrendas al debilucho Sol. Pero nada sucedió, y el astro siguió haciendo de las
suyas y saliendo por donde le daba la gana o por donde podía.
En cierta ocasión un hombre desesperado se arrojó al fuego que
acompañaba al xibtal, y ofreció su vida al Sol como sacrificio.
Al poco tiempo de
haberse arrojado, el hombre salió de la fogata convertido en un lucero, en el
planeta Venus que brilla por la mañana y por el atardecer.
Pero tampoco pasó nada,
y el Sol seguía como siempre: desubicado y débil.
Todos los años de ritual
los había estado observando la Liebre, junto con sus amigas la Serpiente y la
Paloma. Los tres estaban muy divertidos burlándose de los pobres tepehuanes que
no podían solucionar su problema solar.
Después de reírse mucho,
la Liebre les dijo a los indios: -¡Ah pobres ingenuos! Tanto alboroto y tanto
fracaso, cuando la solución es muy sencilla… lo que tienen que hacer es ponerle
un nombre al Sol, ya que él se siente ofendido porque ustedes, sus hijos,
no le llaman por su nombre.
Pero los tepehuanes no
escucharon a la Liebre, se enojaron con ella porque pensaron que se estaba
burlando, la agarraron de las orejas y la arrojaron lejos: entonces, las orejas
le crecieron mucho.
La Liebre, al sentir el
dolor que le produjo el jalón de orejas, exclamó: ¡Padre mío, ayúdame!
En ese mismo instante,
el Sol se puso a brillar mucho, salió por el Este y se metió por el Oeste.
Cuenta la leyenda que
desde entonces los tepehuanes se dirigen al astro con el nombre de Padre, como
correspondía, y a su vez las pobres liebres les tienen mucho miedo a los
hombres porque lastiman las orejas.
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