Juanito era un niño que
todos los fines de semana iba a visitar a su abuela junto con sus padres. En el
jardín de la abuela había un gran árbol, debajo del cual Juan y sus primos se
ponían a jugar.
Cuando la abuela los veía
siempre les decía que no debían jugar bajo de ese árbol porque allí existía un
aire maligno.
Pero ninguno de los niños le
hacía caso y continuaban jugando a las canicas o al trompo en aquel lugar,
porque les proporcionaba sombra.
Pero un mal día
Juanito se la pasó jugando más de la cuenta bajo el árbol, y al regresar a su
casa empezó a sentirse muy mal.
Le dolía mucho la cabeza,
vomitaba, estaba deshidratado y se sentía morir. Los padres le llevaron a ver a
dos médicos, pero el chico seguía empeorando cada vez más.
Entonces su madre,
aconsejada por la abuela, decidió llevarlo con una curandera, pues tenía todos
los síntomas de haber atrapado el “aire maligno”, y el muchachito estaba cada
vez peor y veía borroso.
Acudieron al consultorio de
una curandera que le dijo a su madre que era la mejor de la ciudad.
Juanito se espantó mucho
cuando leyó un letrero que rezaba “No insulte ni agreda a los espíritus”, pero
se tragó su miedo.
Al llegar su turno, la
curandera sacó una baraja española y empezó a interpretarla mientras
pronunciaba extrañas palabras y a relatar lo que había hecho Juan ese fin de
semana fatal.
Le dijo que había estado
jugando bajo un mal árbol y que a las doce del día un aíre maligno se le había
introducido en el cuerpo.
La mujer tomó un ramo de
hierbas y flores, lo mojó en un líquido verde y empezó a limpiar el cuerpo del
muchachito.
Al salir del consultorio,
Juanito todavía se sentía muy mal, pero al llegar a su casa, se encontraba
completamente sano.
La curandera había logrado
expulsar al aire maligno que había atrapado el desobediente muchachito.
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