El
dios principal Onorúame-Eyerúame, “el que es padre”, en su infinita bondad
regaló a los Tarahumaras el divino maíz para su supervivencia, pueblo asentado
en el estado de Chihuahua.
Onorúame-Eyerúame
comprende en su esencia un elemento masculino: Onorúame; y un elemento
femenino, Eyerúame. Esta divinidad el padre-madre de Rayenari, el Padre Sol, y
de Metzakka, la Madre Luna; también tuvo como hijo a Chirisópori, el Lucero de
la Mañana; además de ser sus hijos, son parte integral de su integridad divina.
Onorúame-Eyerúame, deidad hermafrodita y dual, carece de rostro; no es
hombre ni mujer, no es bueno ni malo. Y no se le puede representar.
Onorúame-Eyerúame
creó la música, la danza, y las almas para que los hombres pudieran
conectarse con los dioses. Él dio nacimiento a los torrentes de agua, a
las montañas y a los abismos. Onorúame-Eyerúame creó los pinos, los encinos y
los álamos; así como los osos, lobos, pumas, nutrias, y demás animales que
forman el entorno de los Rarámuris. Les enseñó a venerar al árbol, pues de ahí
obtenían el fuego y la madera para fabricar los instrumentos que emplearían en
las ceremonias rituales. Cuando llevó a cabo su creación, Onorúame-Eyerúame lo
hizo cantando y bailando al compás del latido de Nuestra Madre la Tierra, la
cual lo acompañó haciendo de tambor.
Onorúame-Eyerúame,
el Sol y la Luna, viven en el Cielo, junto con su hermano Chirisópori el
Lucero de la Mañana. El Sol cuida a los hombres durante el día y la Luna por la
noche.
Los
Tarahumaras les rinde pleitesía por medio de cantos y danzas –entre las que
destaca el Yumari, danza de carácter sagrado y cosmogónico-, a través del
sacrificio de animales, y ofreciéndoles y bebiendo tesgüino bebida de maíz
fermentado al máximo para producir alcohol, para mantenerlos contentos. A los
dioses se les suelen dirigir las siguientes palabras en las ceremonias rituales
al Sol: Rayenari, tu eres el padre, te reverenciamos cuando apareces en el
horizonte, con todo tu poder, luz y calor, llenas de brillo el mundo. Ya se ha
ido a descansar, nuestra madre, la luma Metzakka. Que es blanca y pura. Por eso
sacrificamos borregas blancas, gallos blancos y chivos blancos.
Cuando
el Sol y la Luna, las dos fuerzas duales macho y hembra eran dos niñitos, se
vestían con una ropita hecha de palma, y vivían en una cabaña que construyeron
también de palma. Pero sucedía que el Sol y la Luna estaban muy solitos, pues
no tenían ovejas ni vacas. La única luz que recibían era la luz que esparcía
sobre la Tierra el Lucero de la Mañana, por eso estaban enfermos de oscuridad.
Cuando los dioses crecieron un poquito más, crearon a los hombres que vivieron
en las sierras formadas por el máximo dios dual. Los hombres creados fueron
delgados, altos, de ojos y pelo oscuro, y de fuerte musculatura que les
permitía correr grandes distancias. Vestían taparrabo y camisa; y para que
recordaran siempre que venían de una dualidad genérica, llevaban en la cabeza
la “Koyera”, cinta usada para
mantener el pelo en su lugar, es la prenda más distintiva del pueblo tarahumara
y la portan con orgullo hombres, mujeres y niños, con dos tiras colgando por
detrás que simbolizaban al Sol y a la Luna.
En
los tiempos primigenios hubo muchos mundos que fueron destruidos
consecutivamente. Antes de la última destrucción, los ríos iban en su continua
marcha hacia el lugar donde nace el Sol, pero después cambiaron su curso.
Algunos tarahumaras creen que los osos se dieron a la tarea de formar el mundo
que hasta entonces era solamente un lugar lleno de arena.
Llegaron
donde había muchas lagunas alrededor de un lugar llamado Guachochi “lugar de
garzas” sin embargo, cuando los indígenas llegaron al pueblo y bailaron la
Danza del Yumari –que aún se baila durante las festividades para despedir al
Sol y a la Luna- todo se puso en orden en la Tierra, y las rocas, que eran
chicas y blandengues, se convirtieron en duras, grandes y con vida dentro de
ellas. En estos tiempos, la Tierra era plana, las personas salían del suelo y
su vida duraba un año, transcurrido el cual morían, como si fuesen hermosas
flores de poca duración.
En
ese lejano tiempo, había tarahumaras que no podían trabajar ni hacer nada,
debido a la oscuridad que reinaba por doquier. Tropezaban siempre que caminaban
y, para no caer y perderse, se tomaban de las manos. Estas primeras personas
decidieron curar de su oscuridad al Sol y a la Luna. Para ello, mojaron unas
cruces chiquitas con tesgüino, y con ellas les tocaron el pecho a los dioses.
En seguida, los niños-dioses comenzaron a brillar y a expandir su maravillosa
luz por toda la Tierra.
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