En algún lugar de
Sonora, al Noroeste de México, se decía que eran siete ciudades cuyos edificios
estaban hechos de oro y adornados con piedras preciosas.
El mito del Cíbola y Quivira, al igual que la de El Dorado se alimentaba más de rumores y fantasías que de hechos científicos y racionales comprobables.
El mito del Cíbola y Quivira, al igual que la de El Dorado se alimentaba más de rumores y fantasías que de hechos científicos y racionales comprobables.
Se le dio este nombre
porque en las llanuras donde se encontraba asentada entonces se encontraba
pletóricas de bisontes, estos animales no se conocían en Europa, por lo que los
primeros expedicionarios le bautizaron como Cíbola.
Según las versiones
de los náufragos de la fracasada expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida
en 1528, habían oído que tierra adentro se hallaba una ciudad que desbordaba
riquezas.
A este mito se unió
una antigua leyenda española de 713 que decía que siete obispos huyeron de
Mérida, España para no caer en manos de los árabes que habían conquistado la
península ibérica.
Se decía que los
obispos huyeron con grandes riquezas. Cuando se realizó la conquista de América
dicha leyenda se hallaba presente en la mente de los europeos.
Se pensaba que cada
obispo fugitivo había fundado una ciudad llena de riquezas, lo que no quedaba
claro es ¿Cómo llegaron a América? Si en ese entonces atravesar el mar requería
planeación, dinero y espíritu emprendedor. Además de los peligros que supone
viajara con un equipaje lleno de objetos de valor.
Nombre de las 7
ciudades de Cíbola: La
leyenda original se magnifico, pasando de ser una sola ciudad a ser siete
nombradas como Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con, que
conformaban el reino de Cíbola y Quivira.
En el intento de
localizar y conquistar la ciudad se realizaron expediciones, donde algunos
exploradores encontraron la muerte.
Algunos exploradores
llegaron al desierto de Sonora en 1529 y vieron las casas de los habitantes del
desierto construidos a orillas de voladeros, a lo lejos asemejaba una ciudad,
además el brillo del sol sobre la arena le confería un color dorado que se
confundió oro y piedras preciosas.
En otra expedición de
1540 se descubrió que lo que había sido visto en 1528 eran solamente casas de
adobe construidas en los riscos del desierto y con habitantes hostiles
dispuestos a todo antes que perder su patrimonio y su tierra.
En la actualidad se
pueden observar las ruinas de un viejo asentamiento en el desierto de Nuevo
México que se le llama La Gran Quivira en recuerdo al mito que alimento la
exploración del entonces desconocido desierto norteamericano.
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