Cuentan los abuelos
huicholes que antes de que en el mundo hubiese hombres y mujeres, existían unos
seres que se llamaban éawali.
Cuando los dioses crearon a
los seres humanos los éawali no desaparecieron sino adoptaron forma de animales
como el zorro, el tecolote, la paloma, el pájaro metate, y otros más.
Todos los éawali están
directamente asociados con la muerte.
Cuando no se convierten en
animales, los éawali se transforman en torbellinos que hablan producidos
solamente durante el día.
Por la noche, estos seres
fantásticos se vuelven vampiros y acuden a las casas de los enfermos para
comerles el corazón y beber su sangre.
Andrea tenía ocho años,
vivía con su madre y su padre que era marakame, curandero, de su comunidad de
Jesús María.
Un día la niña enfermó, se
había caído en un charco de agua apestosa, y aunque su madre la bañó con agua
caliente, la arropó y dio a beber un té para calentarla, al anochecer Andrea
tenía cuarenta grados de fiebre y tiritaba.
Andrés, su padre, el
marakame, aplicó todos sus conocimientos para aliviarla, pero la chiquilla no
respondía.
Después de varios rituales
de sanación, acompañados con rezos, cantos, e infusiones de yerbas secretas que
no sirvieron para nada, una noche Andrés decretó que lo que tenía su niña era
muy serio, y que al otro día pediría la ayuda de otro marakame que vivía en el
siguiente pueblo.
El padre y la madre apagaron
las velas y se dispusieron a dormir. Al día siguiente, Andrés se levantó muy
tempranito y lo primero que hizo fue ir a ver como seguía su hija. ¡Cuál no
sería su sorpresa que se encontró con el cuerpo de Andrea abierto por el pecho
y carente de corazón; su morena cara estaba lívida exangüe completamente!
Andrés, deshecho de la pena, se dio cuenta de que un éawali había
entrado por la noche convertido en vampiro y se había comido el corazón de su
pobre niña bebiéndose toda su joven sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario