Cuando llegamos a vivir a
Villa Coapa mi abuela Gabriela, que ya murió, nos contó que una noche se le
había aparecido muchísima gente caminando en la casa. La Unidad de Villa Coapa
se creó en el 68.
Y ella decía que la gente
que entraba y salía de los cuartos parecía como que sufría mucho.
Yo jamás los había visto
hasta que un día que ella estaba leyendo en la sala, pasé por ahí, voltee y vi
a un hombre sentado platicando con ella en la sala.
Me acerqué y le pregunté que quién era, que a qué horas había llegado, que no nos había presentado. Ella
dijo:
– Es que todas las tardes
está aquí.
Él volteó, me vio y cuando
yo me giré para volver a verlo, ya no estaba ahí.
Entonces, ella me contó lo
que había averiguado: la Unidad Villa Coapa formaba parte de una ex hacienda
muy grande que se llamaba Coapa, propiedad de un hacendado en extremo rico.
Toda Villa Coapa y parte de
Xochimilco, le pertenecían a él.
Cuando ocurrió la
expropiación de una serie de terrenos, el gobierno se la quitó.
Justamente en la parte donde
está construida la Unidad, la parte donde yo vivo, la manzana 1 que es la más
cercana al Periférico, era el cementerio de toda esta hacienda.
Entonces, mi abuela decía
que la gente que sufría era porque nunca la habían dejado descansar en paz.
Hay toda una tradición con
respecto a los muertos de que si tú sacas sus cuerpos y no los vuelves a poner
en otro sitio sagrado, ellos no tienen descanso.
Mi abuela se dedicaba a
platicar con ellos.
Varias veces entraban y
salían de mi casa. Ahora es menos desde que ella murió.
Pero un día, estando en una
reunión familiar, un domingo a eso de las cinco de la tarde,
abrieron la puerta de la calle que estaba cerrada con llave: entraron las
ánimas, salieron y desaparecieron.
Ese hecho no nos impide
vivir, creo que hasta al contrario, me parece perfecto que estén aquí.
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