Cuentan los indios
teenek de San Luis Potosí que hace muchos, muchos años, cuando Dios creó a los
hombres, el universo, y la naturaleza, le dio vida también a los pak’an,
criaturas gigantescas cuya morada fueron las sierras.
Los pak’an tuvieron una
gran descendencia, algunos descendientes muy inteligentes y otros no tanto;
todos conformaron las diferentes razas que hay en el mundo.
Unos de los
descendientes fueron los lints’i’, gigantes casi tan grandes como los pak’an.
Los lints’i’ poseían dos brazos y tres pies, y su cuerpo estaba cubierto de
pelo.
Eran robustos, carecían
de dientes pues no los necesitaban, ya que se nutrían de la esencia de los
alimentos crudos: satisfacían su apetito con el olor de los frescos granos de
maíz y del aroma de las flores.
Por esta razón, contaban
con un olfato muy desarrollado. Su característica principal era la pasividad,
pues no les gustaba entablar peleas ni guerrear con sus vecinos. Nadie se
metía con ellos ni intentaba darles caza.
La vida transcurría tranquila
para los lints’i’, hasta el día en que apareció una nueva raza que decidió
sentar sus lares en la Huasteca Potosina.
Se trataba de seres
humanos, de menor estatura que los lints’i, que se alimentaban de carne cruda y
de los frutos silvestres que recogían en sus cacerías.
Cuando los humanos
descubrieron a los gigantes, sintieron mucho miedo, pero poco a poco el miedo
fue desapareciendo al darse cuenta de que eran pacíficos e inofensivos.
Los seres humanos
entablaron una guerra contra ellos con el fin de correrlos y quedarse con
las tierras que les pertenecían a los tranquilos lints’i’.
Los gigantes no opusieron ninguna resistencia al ataque de los
humanos. Llevaron a cabo una reunión y decidieron ir a establecerse a otras
tierras, para continuar como hasta ahora habían vivido: en paz y en armonía,
sin tener que soportar a los invasores.
Pero los humanos no
cejaron en su crueldad y los perseguían y provocaban a todo momento, hasta que
lograron extinguirlos con sus sanguinarias matanzas.
Según nos cuenta la
leyenda, no todos los lints’i’ murieron, los que sobrevivieron se fueron a
vivir al interior de la tierra a la que se metieron por una cueva que se
encuentra en la Sierra de Piaxtla. Ahí viven todavía y rara vez salen a la
Tierra.
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