En el estado de
Michoacán, a catorce kilómetros de la ciudad de Zamora, existe un lago que abarca
1.6 hectáreas, y cuya profundidad máxima alcanza los seis metros. El agua del
lago proviene de manantiales que se encuentran al sur del mismo.
Su nombre es Lago de
Camécuaro. Desde 1940, el lago, junto con un conjunto de terrenos aledaños, fue
declarado parque nacional por el ex presidente Lázaro Cárdenas del Río.
Como todo buen lago que
se precie, el de Camécuaro tiene una leyenda que se ha trasmitido desde hace muchas
generaciones en todo Michoacán.
Esta leyenda nos refiere
que hace muchos años, cuando México se llamaba la Nueva España, un rico noble
español de nombre don Alonso de Quijano, decidió viajar a tierras indianas, a
fin de visitar las nuevas tierra conquistadas por la Corona Española.
Viajó por muchas partes
de México, hasta que sus ansias aventureras lo llevaron al Estado de Michoacán,
justamente a la ciudad de Zamora.
En dicha ciudad hizo
muchas amistades,
pues aparte de rico era muy simpático y buen mozo, razones por las cuales la
vida se le facilitaba mucho y era aceptado en los ambientes selectos de
españoles de Zamora.
En una de las tertulias
que frecuentemente se organizaban para diversión de las familias pudientes,
conoció a Leticia de Zúñiga y Berriozábal, hija del alcalde de la ciudad.
La joven era de una
belleza exótica: su pelo lacio y negro y sus ojos rasgados le prestaban un aire
oriental que fascinaba a todo el que la conocía.
Ni que decir tiene que
la encantadora muchacha contaba con muchos pretendientes a su mano. Pero ella
se dejaba querer. Sin embargo, cuando conoció a don Alonso quedó absolutamente
enamorada de su gallardía y su buen humor.
Alonso, por su parte,
quedó encantado con la belleza de Leticia, y decidió enamorarla. Tuvo éxito en
su empresa, y a los seis meses se encontraban comprometidos para casarse.
En esas estaban, cuando
don Alonso recibió una misiva de España, anunciándole que su padre estaba muy enfermo y pronto a morir, y
que le llamaba constantemente para que se hiciera cargo de los negocios y la
hacienda que tenían en Extremadura.
Ni tardo ni perezoso,
Alonso decidió partir, jurándole por la Virgen de los Remedios a Leticia que
volvería por ella para casarse como tenían planeado, y llevársela a tierras
hispanas. Muy triste y acongojada, la mujer se resignó a su suerte y le rogó a
la Virgen que le diese paciencia para soportar la larga espera.
Un día del mes del
julio, don Alonso emprendió el viaje a las costas para tomar el galeón que
había de conducirlo a su tierra natal. Pero sucedió que en el barco conoció a una
noble asturiana, rubia y sonrosada y se enamoró de ella, olvidando
completamente a la pobre Leticia.
Pasaron dos años, y la
bella Leticia comprendió que el infiel Alonso jamás regresaría a su lado para
casarse como había jurado ante la Virgen.
Muerta de dolor y
tristeza, la infeliz mujer se fue un día al campo y se sentó en una piedra a
llorar su desventura, tanto lloró que se empezó a formar un hermoso lago de
prístinas aguas con las lágrimas de sus bellos ojos.
Al cabo de un largo
tiempo, el lago creció tanto que cubrió a Leticia y la ahogó. Sus atribulados
padres nunca la encontraron.
La leyenda nos cuenta
que desde entonces, cuando algún hombre está a punto de ahogarse en el lago de
Camécuaro, una linda doncella de pelo lacio y ojos rasgados acude en su ayuda
y, jalándole de los pies, le saca del lago.
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