En la época virreinal, en la
ciudad de Valladolid de la Nueva España, vivía una rica y aristocrática familia
formada por la esposa, el marido y un hijo que ambos habían procreado. Su vida
se desplazaba tranquila, casi feliz y sin problemas.
La mujer era un tanto
metiche y siempre le gustaba saber lo que las personas opinaban de ella, y por
otro lado, era terriblemente celosa y siempre se la pasaba vigilando a su
esposo, tratando de descubrirle alguna infidelidad.
Indagando y metiéndose en la
vida de los demás, un nefasto día se enteró de que su marido le era infiel con
una mujer, y ésta era nada menos que su madre.
La esposa, loca de celos y
muy ofendida por tan terrible engaño, presurosa acudió ante su esposo y le mató
decapitándole cuando se encontraba profundamente dormido.
Después de haberle dado
muerte al infiel, acudió al lecho de su hijito y le mató también.
En seguida de haber cometido
los espeluznantes crímenes, presurosa se encaminó a la casa de su madre a la
que también mató a cuchilladas, para posteriormente prenderle fuego a la casa.
Antes de morir, cuando la
madre estaba recibiendo las primeras cuchilladas, le espetó a la asesina: ¡De
ahora en adelante te llamarás Mariana, y deambularás por la eternidad, por los
campos asustando a los borrachos y a las mujeres chismosas!
Desde el día de la maldición
la Mariana, a altas horas de la noche, se les aparece a todos los borrachos y
los asusta con su terrible risa y su espantosa cara de muerta.
A las mujeres amantes del
chisme las persigue sin tregua como un recordatorio de que por sus celos y por
hacer caso a las habladurías, la que fuera una hermosa mujer se convirtió en la
horripílante Mariana, pues su madre y su esposo eran absolutamente inocentes del
terrible delito que se les imputaba.
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