Hunbatz
y Hunchouén, los Gemelos Mono, eran sabios, flautistas, escribanos, escultores, orfebres, escultores, y
cerbataneros muy destacados. Aun cuando eran sobresalientes estaban llenos de
envidia.
Un
día se encontraban junto a su madre, cuando llegó Ixquic, Sangre, la hija de
Kuchuma Kik’ uno de los Señores de Xibalbá.
La
mujer, ya embarazada de Hunahpú e Ixbalanqué, se dirigió a la abuela y le dijo
que era su nuera y, por tanto, su hija.
La
abuela se extrañó y le contestó airada que dónde se encontraban sus hijos
Hunahpú e Ixbalanqué, pues les creía muertos a manos de los señores de Xibalbá,
el Inframundo, pues colgaron su cabeza en un árbol, y que solo quedaban sus
hermanos Humbatz y Hunchouén como parte del linaje.
La
nuera le contestó que llevaba en el vientre a los descendientes de Hun-Hunahpú
y de Vucub Hunahpú. Los Gemelos Mono se enojaron al oír tales palabras. La
abuela corrió a la joven acusándola de deshonesta y mentirosa.
Pero
enseguida la detuvo y le ordenó que fuese a traer un costal de maíz, ya que era
su nuera. La joven obedeció y se dirigió a la milpa de los Gemelos Mono, pero
como no sabía dónde se encontraba, le imploró al Chahal de la comida y a otros
diosecillos, para que la guiaran.
Dijo:
-¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau, ustedes las que cuecen el maíz; y tú Chahal,
guardián de las comidas de Hunbatz y Hunchouén, ayúdenme! Tomó los cabellos del
elote y los metió en el costal hasta llenarlo por completo.
Los
animales del campo la ayudaron a llevar el costal hasta la casa de la abuela,
como si hubiera sido ella la que lo cargó.
Al
ver el costal, la abuela le preguntó que dónde había conseguido tanto maíz, que
si había dejada a la milpa pelona. La vieja se fue corriendo a ver la milpa, y
vio que la única planta que tenía estaba intacta y sin embargo se veían las
huellas que había dejado el costal.
Al
regresar a la casa, le dijo a la nuera: -¡No me cabe la menor duda, eres mi
verdadera nuera, de otra manera no habrías podido llenar todo un costal de maíz,
donde no hay sino una sola planta!
Ixquic
conocía la historia de Hun-Hunahpú, el dios que había sido transformado en
Árbol de Jícara, y aunque su padre le
tenía prohibido acercarse a él, ella fue hasta Pucbal-Chah y habló con la
calavera de Hun-Hunahpú que colgaba del árbol.
La
calavera le escupió en la palma de la mano y quedó embarazada de los Gemelos
Sagrados: Hunahpú e Ixbalanqué.
Furioso,
su padre ordenó que la mataran y le llevasen su corazón. Pero la joven clamó
por su vida alegando que el fruto de su vientre era sagrado, los sacerdotes
encargados de matarla se conmovieron y, después de mucho pensarlo, hirieron al
árbol del que salió una savia roja que pusieron en una jícara.
El
árbol que se llamaba Árbol Rojo de Grana, desde entonces tomó el nombre de
Árbol de la Sangre. Los sacerdotes le dijeron a Ixquic que se fuese, que
presentarían a su padre la jícara con sangre como si fuese su corazón.
Los
Señores de Xibalbá se dieron por satisfechos al ver el recipiente sin sospechar
que habían sido engañados por Ixquic.
Mientras
tanto, la joven huyó hasta llegar a la casa de la abuela, como hemos dicho.
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