La
que tiene la Falda de Jade, diosa de los lagos y las corrientes de agua,
patrona de los nacimientos y reina de los bautizos, presidía el día Cinco
Serpiente del calendario mexica y regía la trecena Uno Caña.
Asociada
con el agua, se constituyó en la patrona de la navegación costera. De su unión
con Tláloc, el dios del agua, nació Tecciztécatl, Morador del Caracol, el dios
que se volvió Luna, allá por Teotihuacán, cuando hubo superado su cobardía
frente a los dioses. Según nos informan los chismitos, que en el Cielo también
se dan, antes de ella Tláloc tuvo otra esposa, Xochiquétzal, pero como le gustó a
Tezcatlipoca, se la robó, sin medir las consecuencias de sus actos.
El
dios de la lluvia, ante esta dolorosa pérdida, se puso muy triste y se negó a
propiciar la lluvia, tanta era su depresión.
A
causa de su negativa, las personas se estaban muriendo de hambre y sed, pues no
había cosechas ni agua para beber.
Los
dioses, preocupados por tal situación, decidieron que lo que le hacía falta a
Tláloc era otra esposa tan bella como la anterior pero más constante.
Entonces,
reunidos en asamblea, eligieron a Chalchiuhtlicue como la nueva consorte,
después de todo era hermana de los tlaloques, diosecillos del agua, muy
cercanos a Tláloc. El remedio fue efectivo y el dios de la lluvia, sumamente
satisfecho, envió el agua que tanto necesitaban los hombres para regar las
milpas y asegurar su subsistencia.
Durante
la creación de los Cinco Soles, Chalchiuhtlicue alumbró al mundo durante el
Primer Sol, en la era Cuatro Agua, cuando el Cielo era de agua y cayó sobre la
Tierra dando origen a un terrible y catastrófico diluvio; fue entonces cuando
los pobres humanos se convirtieron en peces, gracias a la deidad.
Debido
a tantas características acuáticas, Chalchiuhtlicue devino Acuecucyoticihuati,
la hermosa diosa
de los océanos.
Como
Chalchiuhtlicue era coqueta, además de engalanarse con su bonita falda
verde, le gustaba pintarse la parte inferior de su cara con líneas verticales
también verdes, y colocarse en la cabeza una tiara de oro y cubrirse con un
manto con borlas de Quetzalli. De su acuática falda surgía un torrente azul de
aguas cristalinas en el que se situaban dos seres del agua, un niño y una niña.
Nunca olvidaba su báculo de rayos del Cielo y su bolsa en la que guardaba las
nubes que podían producir lluvia. Fray Bernardino de Sahagún nos la describe de
la siguiente manera:
Su
cara pintada. Su collar de piedras finas verdes. Su gorro de papel con penacho
de plumas de quetzal. Su camisa, su faldellín, su pintura de olas de agua. Sus
sonajas, sus sandalias. Su escudo con un nenúfar, y en su mano, enhiesto un
palo de sonajas.
Como
era tanta su importancia entre los humanos y aun entre las divinidades
celestiales, nuestra diosa contaba con una fiesta que efectuaban los mexicas en
el sexto mes del año llamado Etzalcualiztli, para cuya celebración los
sacerdotes iban a acarrear juncias, una planta herbácea de la familia
ciperáceas, al pueblo de Citlaltépetl, el Cerro de la Estrella, donde había un
lago llamado Temilco, donde se daban muy bellas, para adornar su adoratorio. El día
de la celebración se elaboraban unas tortas llamadas etzalli hechas de maíz y
de frijol, que las personas acostumbraban comer en sus hogares y ofrecer a
quien se acercara a sus casas.
En
el templo a los dioses del agua se llevaban a cabo sacrificios humanos de
esclavos y cautivos, cuyos corazones se arrojaban al remolino que se
formaba en la laguna de Tenochtitlán, y se entonaban cantos e himnos en honor a
Chalchiuhtlicue y a los dioses del agua, incluyendo a Tláloc.
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