La
creación del mundo rarámuri fue lograda en tres etapas. Para que el mundo
llegara a ser caliente, luminoso y firme, y dejara de ser frío, húmedo e
inestable, fue necesaria la intervención de Onorúame, el máximo dios, “el que
es padre”, quien dio forma a los hombres, les insufló vida, y luego los mató
por medio del calor y
de las terribles aguas, por desobedientes y transgresores.
Pero
aunque el dios los castigaba cuando se pasaba de una etapa a otra de la
creación, siempre les daba un regalo a fin de que se superaran. Así, les fue
dando semillas, animales, música y danza, a más de enseñarles cómo era la forma
correcta de venerarlo por medio de ceremonias y ritos.
Onorúame
también creó los niveles del universo: tres arriba el Cielo regido por el poder
de Onorúame, tres abajo relacionado con el Cielo nocturno regido por el Diablo
y uno central, la Tierra, redonda como un tambor y rodeada de agua. En los
cuatro extremos de la Tierra colocó los rumbos sagrados: el Oriente,
relacionado con el Cielo y el movimiento ascendente; el Poniente, ligado al
mundo inferior y al movimiento descendente; y el Sur y el Norte.
El
Cielo y la Tierra se comunican por medio de cuatro pilares que sostienen los
tres pisos de arriba. Para comunicar a la Tierra con el mundo de abajo se entra
por los manantiales y los arroyos.
En
el plano central los hombres de la cuarta etapa, la actual, tienen como deber
hacia el dios el venerarlo con ofrendas y danzas. Si los hombres dejan de
practicar los ritos y las danzas dedicadas a Onorúame, el Sol, enojado, se
ocultaría y todo desaparecería retornando a los antiguos tiempos anteriores a
la creación, cuando vivían los Anayáhuari, es decir, los ancestros.
En
la primera etapa, los hombres se comían entre ellos; razón por la cual Onorúame
les dio los animales, para que se los comieran y pudieran danzar
libremente la danza del Yumari que fue la primera danza que conocieron para
ofrecérsela al dios, junto con ofrendas de animales. La primera ofrenda
consistió en la carne de una res, colocada en lo alto de un cerro, ofrecida
hacia los cuatro rumbos sagrados.
De
no haber realizado dicha ofrenda se hubiese producido un terrible
eclipse; por eso se debe ofrendar y danzar Yumari, porque así el mundo adquiere fuerza y
solidez que le impiden desaparecer. Así pues, la danza Yumari o awírachi,
deviene indispensable en toda celebración y no puede dejar de bailarse en un
espacio en donde se combina lo cuadrado y lo circular, orientado hacia el
este-oeste, como los altares; es decir, la representación del cosmos.
El
dios Onorúame aparece simbolizado por una o varias cruces, vestidas con túnicas
blancas y adornadas con collares, no olvidemos que para los tarahumaras la cruz
representa el cuerpo humano.
Bajo
la cruz se coloca una cobija, sobre la cual se ponen los alimentos, los cuernos
de la res sacrificada, hierbas medicinales, y las efigies católicas del la
iglesia del pueblo.
La
danza del Yumari comienza en la noche y
termina hasta el amanecer. El personaje principal es el wikaráame, el cantor,
iluminado por el dios Onorúame para poder realizar el rito; canta tocando una
sonaja para acompañar a los danzantes.
Los
danzantes inician su baile agradeciendo al dios hacia los rumbos cósmicos y
empiezan a ejecutar los pasos de la danza en recorrido lineal y circular.
Por
su parte, el wikaráame, camina hacia el altar para saludar al dios, mira hacia
la cruz y toca la sonaja por tres veces, gira sobre sí mismo y a cada giro
suena la sonaja dirigido hacia los rumbos sagrados: principia por el Este, por
donde nace el Sol, el dios.
Después
de que los danzantes han bailado siguiendo la estricta trayectoria del Sol en
un día, la danza termina con la despedida de Onorúame por medio de un sacudón
de sonaja del cantor quien grita la palabra matéteraba, que significa gracias.
La finalidad de la ejecución de la danza es pedir perdón al dios creador y
propiciar su buena voluntad, para no perder su ayuda y amparo.
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