Cuenta la leyenda que mientras un pobre labrador
trabajaba en su milpa de Coatepec descendió sobre él un águila para llevárselo
hasta la entrada de una cueva donde una voz le convidó a pasar; ya en el
interior se percató que su gran emperador Moctezuma dormía sobre un blando
lecho de pieles y mantas.
De nuevo oyó la voz que le decía: "…mira a ese
miserable de Moctezuma cual está sin sentido, embriagado con su soberbia e
hinchazón que a todo el mundo no tiene en nada; y si quieres ver cuán fuera de
sí le tiene esa soberbia, dale con ese humazo ardiendo en el muslo y verás como
no siente".
Temeroso, el aborigen se resistía a ejecutar tal
afrenta, mas la voz insistió y de pronto se vio arrimándole el fuego al
emperador hasta que la carne chirrió y humeó sin que el gran tlatoani se
moviera siquiera.
Por tercera ocasión la voz le instruyó a que
regresara al sitio de donde había sido traído y se presentara ante Moctezuma
para que le contara lo que había presenciado y como prueba de tal visión le
dijera que le mostrara el muslo y le señalara donde él le había herido.
En el acto el emperador mandó a prisión al
desgraciado mensajero y pasado un tiempo su cadáver fue echado a las bestias
del campo para que lo devoraran.
Fue a finales del siglo XIX cuando en el ángulo
exterior del muro del atrio del ex convento de San Hipólito, el arquitecto Damián
Ortiz construyó un monumento que evoca dos sucesos históricos fatídicos; por un
lado, señala el lugar del mayor descalabro sufrido por los conquistadores
españoles el 30 de junio de 1520 en la llamada Noche Triste, y por el otro la
toma de la capital del imperio azteca el martes 13 de agosto de 1521, día de
San Hipólito, a quien desde entonces se le consideró patrono de la ciudad.
A la religión la simboliza hollando y destruyendo
las armas, así como los ídolos de los indígenas; además, muestra una escultura
que representa al águila llevando consigo al indio texcocano, el que refleja
una sensación de terror en el rostro.
Algunos relieves de la obra –en la esquina que
forman las calles de Puente de Alvarado y Zarco–, en el DF, están mutilados, y
si las autoridades no la rescatan pronto pasará a ser, como muchos otros
monumentos históricos, tan sólo un recuerdo en alguna página de un libro.
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