Quetzalcóatl vivía muy a su gusto en Tula, siendo
adorado por dios, pero como la verdad no se puede largo tiempo ocultar, sucedió
que llegó a Tula un otro dios, del cual hemos hablado aquí antes, Tezcatlipoca.
El cual, en llegando, de envidia que tenía a Quetzalcóatl,
tentó hacer mal al pueblo de Tula, para que adorara a él y asimismo a Quetzalcóatl.
Entró a Tula como un pobre y tomaba diversas
figuras y espantaba a los de Tula y a Quetzalcóatl, el cual aunque fuera demonio
tanto como el, siempre hay demonios los unos más grandes que los otros, pues
están hechos de ángeles y los ángeles hay unos más grandes que los otros.
Un día, pues, fue Tezcatlipoca al templo de Quetzalcóatl.
Había una efigie de Quetzalcóatl y un espejo que los indios estimaban mucho,
pues según Quetzalcóatl les había hecho creer, por medio de este espejo siempre
había de haber lluvias y si se la pidieran por este espejo, el se las
daría.
Entrando, pues, Tezcatlipoca al templo encontró los
guardias dormidos y se fue derecho al altar y robó el espejo y lo escondió
debajo del palacio en donde dormían los guardias, lo que hecho se marchó.
Habiendo despertado los guardias, como buscaran el
espejo, estaban muy diligentes buscándolo, pero Tezcatlipoca encontró a una
vieja en su camino y le dijo:
Vete al palacio y di a esos guardias que lo que
buscan está debajo de su palacio y serás bienquista de ellos. Lo hizo la
vieja.
En tanto Tezcatlipoca se mudaba en diversas figuras
de animales y monstruos buscando de atemorizar a las gentes.
Se hizo también cortar los cabellos, lo que los
indios jamás habían visto.
Y se fue al templo de Quetzalcóatl y destruyó su
figura, y arrojándola por tierra y tomando diversas figuras, burló a sus
servidores y a todos los de Tula.
Cuando ellos veían esto se iban saliendo de la ciudad y
Quetzalcóatl al verlo tuvo miedo y huyó también con algunos de sus servidores
con lo cual Tezcatlipoca quedó bien contento.
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