José Tomás
de la Luz Mejía Camacho, militar conservador Queretano, nacido en el pueblo de
Pilar de Amoles, fue un indio otomí de familia pobre. Peleó en la batalla de la
Angostura, en Coahuila, contra el ejército estadounidense que invadió México.
Como su participación fue muy destacada en la tal batalla, Antonio López de
Santa Anna le nombró comandante. Pasadas algunas otras hazañas militares, formó
aparte del ejército imperial de Maximiliano de Habsburgo, y se adhirió a las
filas del general Frédéric Forey.
Una
vez derrotado el Imperio de Maximiliano por las tropas liberales juaristas, se
le sentenció a muerte junto con el emperador y Miguel Miramón, el otro traidor
a la patria. La viuda de Tomás Mejía fue a recoger su cadáver a Querétaro
para llevárselo a su casa en México. Como estaba sumamente pobre y no tenía
dinero para enterrarlo, la triste viuda aprovechó que el cadáver estaba
magníficamente embalsamado y tomó la decisión de sentar a Tomás en la sala de
su casa, misma que se encontraba en la Calle de Guerrero de la Ciudad de México.
Cuenta
la leyenda que ahí estuvo el desdichado Tomás sentado por tres largos meses en
la sala. La escena debió ser horripilante, a pesar de que la mujer le colocó en
una posición bastante natural, lo vistió con su mejor traje negro y le puso un
par de guantes blancos.
Al
enterarse el presidente don Benito Juárez de lo que estaba pasando en la casa
de los Mejía, se condolió de la situación y le dio a la dama el suficiente
dinero para que fuera enterrado el militar decentemente.
Solucionado
el problema, la triste viuda enterró a su marido en el famoso Panteón de San
Fernando, uno de los más antiguos de la capital, ubicada en la Plaza de San
Fernando 17, en el centro de la Ciudad de México, el cual subsiste hasta
nuestros días.
Una
anécdota atribuida a Tomás Mejía cuando estaba junto a Maximiliano y Miramón en
el Cerro de las Cruces, preparados frente al paredón, nos cuenta que al oír el
derrotado emperador Maximiliano un toque de corneta, se volteó hacía Mejía y le
preguntó: -General, dígame. ¿Es ese toque la señal de la ejecución? A lo que el
indio guerrero le respondió: ¡No lo sé, señor, es la primera vez que me fusilan!
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