Hace muchos siglos Zamná, el
héroe deificado por sus acciones benéficas para los itzáes,
llegó a los territorios de la ahora ciudad de
Izamal, situada a sesenta kilómetros de Chichén Itzá.
En la región no había nada de agua, ni ríos ni
montañas. De pronto, surgieron unas oscuras nubes en el cielo y empezó a caer
una pertinaz lluvia.
Todos los itzáes se pusieron muy contentos. Zamná,
al ver tanta agua, decidió ir a buscar adónde podría guardar un poco para los
momentos de escasez.
En esas estaba cuando se acercó a una planta cuya
espina se le clavó en el muslo; la sangre brotó inmediatamente.
Sus compañeros, al ver que el dios-hombre estaba
herido se pusieron a cortar las hojas de la planta y a azotarlas contra unas
grandes piedras planas y lisas que se encontraban cerca, para castigarla por el
daño ocasionado al dios.
Al ver lo que hacían sus súbditos, Zamná se dio
cuenta que de las hojas se desprendían unas fibras largas y muy fuertes, y
pensó que serían de mucha utilidad para todos.
Entonces, el héroe bondadoso, enseñó a los itzáes a
trabajar el henequén para obtener buenas fibras para hacer cestos, ropa,
cuerdas, morrales, y poder atar lo que se necesitase.
Así fue como Zamná dio a los hombres el henequén y
fundó en ese sitio la noble ciudad de Izamal, como le fuera señalado por los
dioses.
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