Durante la época de la Colonia, en Aguascalientes vivía un señor llamado
don Bonifacio Gorostiza.
Este buen hombre tenía una sobrina llamada Emelina, cuyos padres habían
muerto a causa de un tornado que había desolado el pueblo donde vivían con su
hija.
Ante esta tragedia don Bonifacio la recibió en su casa, a la cual llegó
la sobrina acompañada de una criada. Emelina tenía quince años y una belleza
sobresaliente. Pretendientes no le faltaban.
Seis meses después de haber llegado la muchacha a casa de su tío,
apareció en la ciudad don Fabricio Hernández, cacique conocido por sus
tropelías y su desvergüenza.
Ante este hecho, don Bonifacio mandó a unos peones a seguir al tal
cacique, a fin de impedir que se encontrase con Emelina, pues era sumamente
mujeriego. Sin embargo, no pudo impedir que un Domingo de Ramos, Emelina y
Fabricio se encontraran en el parque de la ciudad.
En cuanto se vieron, se enamoraron. Dieron comienzo las citas
clandestinas de los enamorados que se las arreglaban de mil maneras para
poderse ver a escondidas, pues sabían que don Bonifacio nunca aprobaría sus
relaciones. Se reunían preferentemente en el puente de piedra, que estaba a la
salida de la ciudad.
Pero un fatal día el tío
de Emelina los sorprendió y, enfurecido, se le fue a golpes al cacique.
Fabricio sacó de su funda
un pequeño puñal muy filoso, y le cortó la garganta al pobre del tío.
Al sentirse herido, don
Bonifacio se aferró al cuerpo del asesino y ambos cayeron al río que estaba
abajo del puente.
Emelina, desesperada por
la muerte de su amado, juró serle fiel para toda la vida. El tiempo pasó, y la
joven no pudo soportar más su desgracia y decidió quitarse la vida.
Tomó el puñal de su tío,
se llegó hasta el puente y, pronunciando el nombre de su amado, se lo clavó en
el corazón.
Desde entonces, al
anochecer, se escuchan en el puente de piedra los sonidos de la pelea de los
dos hombres, el chapuzón de su caída, y los lamentos de Emelina llamando
desesperada a su adorado
Fabricio que nunca acude
al desgarrador llamado.
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